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La prensa ha muerto: ¡Viva la prensa!

La prensa ha muerto: ¡Viva la prensa!

Por Joan Carles Valero
martes 03 de mayo de 2016, 08:08h
Este artículo no es un elogio del espartano periodismo de proximidad independiente en conmemoración del Día Mundial de la Libertad de Prensa (3 de mayo), porque siempre habrá ciudadanos, como los lectores de El Llobregat, dispuestos a apoyarlo. En un panorama dominado por la frivolidad, el sensacionalismo televisivo y la propaganda municipal, el ejemplo de esta publicación recuerda que otro periodismo es posible y que está en manos de los ciudadanos y de los periodistas aceptar el reto de subirse al tren de la rebeldía o quedarse en el oasis de la sumisión, condenados a hamburguesarse.

Llevamos años escuchando el discurso alarmista de quienes dicen que el periodismo se acaba, cuando el periodismo siempre avanzó a lomos de los avances tecnológicos. Gente como usted, que consume prensa para informarse, lee para entender, analizar e interpretar mediante el encaje de las piezas del puzzle que compone la realidad. También acude a la prensa para descubrir emociones y pasiones intelectualmente valiosas, porque para las frívolas ya tiene la televisión.

El periodismo surgió para resolver la escasez de información, pero ahora que el ciudadano se siente intoxicado por exceso de información, debe ser otra cosa. Y eso, más que un problema en estos tiempos en que se proclama la muerte de la prensa, puede convertirse en una oportunidad. Como indica Pascual Serrano en “La prensa ha muerto: ¡viva la prensa!” (Península), en estos momentos de crisis de las empresas periodísticas convencionales, algunos medios como el que usted lee ahora, logran mantenerse a flote con todos los elementos en contra: no disponen de poderosos accionistas y sus lectores soportan una crisis económica que afecta a su poder adquisitivo y a su predisposición a la solidaridad. De ahí la decidida apuesta de El Llobregat por la difusión gratuita.

Díscolo, pero no panfletario
Esta publicación es, a juicio de algunos poderes locales, un medio de comunicación díscolo, algo así como el último mohicano, espécimen de una raza siempre a punto de extinguirse al que ayudan a su eutanasia activa mediante inanición. Se equivocan, porque lo integran supervivientes natos a la estigmatización y la asfixia en un mundo en el que ya nada es patrimonio de nadie, gracias a la pluralidad que también habita entre nuestros representantes, porque ya nada será igual para quienes han dominado el panorama comarcal y local durante décadas. Y eso supone una grieta por donde se cuela la libertad de prensa.

Debo confesar que, aunque díscolo, El Llobregat no es un díscolo cualquiera, porque practica periodismo y no panfletos y logra que sus contenidos se difundan ampliamente, no solo en el formato de papel, sino también a través de las redes, rozando los dos millones mensuales de páginas vistas. Pero no es ni grande ni poderoso. Si lo fuera, demostraría que nuestro sistema informativo comarcal y local es verdaderamente democrático y participativo. Pero El Llobregat ha encontrado la forma de llegar a los ciudadanos a través de una asociación con un medio mayor y también gracias a un acuerdo con Caprabo, en cuyos supermercados se distribuye esta revista después de aparecer cada primer jueves de mes, ahora encartada en El Periódico de Cataluña.

Servicio público independiente
Sus periodistas se inspiran en la ciudadanía para decidir sus contenidos, dando voz a los sectores populares y a los líderes e intelectuales críticos, como el vecino de esta página. Funcionan con el apoyo de los lectores y el largo millar de suscriptores que apoyan la publicación. El Llobregat no es un medio alternativo, porque encarna la verdadera prensa, la más próxima al ciudadano. Los grandes medios siguen enrocados en la frivolidad o en los grandes debates nacionales, mientras los medios de propiedad pública, que deberían proporcionar más pluralidad y democratización, se han visto reducidos a servir de caja de resonancia de los gobernantes, mientras su viabilidad sigue fundamentada en los presupuestos públicos, los que pagamos todos con nuestros impuestos para que solo se beneficie la minoría que gestiona el poder como patrimonio particular. En este punto no se libra nadie en todos los ejes y ámbitos: izquierda y derecha; casta y podemitas; independentistas y unionistas; nacionales y locales. Una de las luchas del periodismo catalán contemporáneo consiste en exigir que los medios participativos y próximos como éste, tengan acceso a los recursos públicos en la medida en que ofrecen un servicio público.

Medio de confianza
Al periodismo independiente de proximidad no le preocupa la palabra “crisis” porque siempre estuvo en crisis: nunca tuvo grandes ingresos por publicidad y jamás recibió préstamos de grandes inversores. Serrano señala que la novedad de la crisis es para los grandes emporios que han visto que muchos de sus ingresos han desaparecido y los multimillonarios beneficios se han volatilizado. Así, se puede afirmar que resulta más viable el periodismo de un grupo de profesionales autogestionados. Proyectos como El Llobregat sobrevivirán con el respaldo de sus lectores. Basta lograr los ingresos mínimos para que sobrevivan sus espartanos trabajadores, aunque cubrir los gastos corrientes del periodismo local y comarcal, con la que está cayendo y el sectarismo reinante, no es poco.

Las audiencias necesitan confiar en alguien, preferiblemente con nombre y apellidos, que dé la cara. Al igual que confiamos en el piloto del avión en el que nos embarcamos, en el cirujano que nos opera o en el mecánico que arregla nuestros vehículos, el periodismo es sobre todo confianza y credibilidad, porque todos no sabemos de aeronáutica, medicina ni automoción. Por eso debemos confiar también en lo que nos cuentan profesionales independientes sobre lo que sucede en nuestros municipios y la comarca. De este modo, los periodistas se convierten en una marca, con un valor y creación de expectativas en función de su credibilidad y profesionalidad. El Llobregat no es un medio alternativo, es su medio de proximidad de confianza. Porque los nuevos periodistas de confianza huyen de la moqueta de los ruedas de prensa del poder, aunque asistan a ellas para obtener de primera mano la versión de los gobernantes, pero buscan fuentes informativas inexploradas, puentean los gabinetes de prensa intoxicadores y recuperan el periodismo comprometido de quien reniega de la equidistancia y se posiciona con valores, como hizo Ryszard Kapuscinsk en el panorama internacional y Josep María Huertas Clavería en el catalán.

El Llobregat lo habitan jóvenes profesionales libres que tienen la audacia de abandonar el rebaño para actuar con criterio propio sin dejarse llevar por comportamientos gregarios, hasta el punto de resistir hasta el final los plenos municipales para dar cuenta no sólo de los acuerdos, sino también del cómo. Tienen voz propia, por sus enfoques, por sus análisis y por la opinión, que en esta publicación se plasma de forma diferenciada y abarca todo el espectro político. Pero sobre todo, por ser testigos de lo que están contando, alejados de los poderes y de los compromisos con las fuentes. Cada vez son más necesarios faros informativos independientes en la procelosa sociedad de la información y que haya periodistas de confianza que cumplan su misión de servicio público y desoigan los cantos de sirena de su hamburguesamiento. III

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