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El horizonte mañana

Por David Aliaga Muñoz
miércoles 23 de julio de 2014, 13:48h
El horizonte ayer es el debut en la ficción de Albert Chillón, un teórico de primer nivel en el estudio de las relaciones entre periodismo y literatura. Profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, es hijo de la periferia barcelonesa y su ópera prima desprende los aromas del barrio de La Satélite en Cornellá o de la Florida en L’Hospitalet o las Cinco Rosas en Sant Boi o…
El horizonte mañana
Tuve que escuchar hablar a Albert Chillón para entenderlo todo. Después de asistir a la tertulia literaria en la que el autor de El horizonte ayer charló con sus lectores de la mano de Leonardo Valencia en el Laboratorio de Escritura, la novela me gustó un poco más. Porque Chillón, que no se considera un novelista profesional, tiene un discurso innegablemente pedagógico. Se considera profesor y, si acaso, escritor. Y habrá que darle la razón porque escuchándolo y leyéndolo se aprende.

Si necesité ir más allá del texto para acabar de disfrutarlo no podré negar –pese a la buena impresión que me causó el autor– que le encontré algunas carencias.

El principal achaque de la novela se encuentra en el registro en el que se expresa la anciana Julia, narradora de uno de los dos soliloquios que entrelazados alumbran El horizonte ayer. El personaje pasa por ser una inmigrante castellana que da con sus huesos en el área metropolitana de Barcelona, trabajadora, sin formación, y rememora su vida en el momento en que la siente apagarse. Chillón, que se crió en algunas de las calles que se describen en la obra, se esfuerza en dotar de verosimilitud dialectológica a su señora Julia y así coloca en su voz expresiones coloquiales –las mismas que le he oído a mi abuela y que tan evocadoras me han resultado– como “válgame Dios”, “las quimbambas”, “darse pisto”… Pero con estas se cruzan algunos cultismos o expresiones mucho más elegantes y artificiales que a la yaya Julia no deberían acudirle a la cabeza ni por asomo.

Y es que Chillón tiene el horrible defecto de no saber “escribir mal” (¡ojalá se contagiase!). Vuelvo al principio. Lo entendí al charlar con él. El autor habla y escribe un castellano delicioso que le ha venido mal al tratar de hablar por voz de una señora con pocos estudios y que pretende recoger el registro popular de las calles en las que, como Chillón, me he criado. La señora Paca, que limpiaba el bloque de pisos en el que viví con mis padres hasta hace algunos años, jamás hubiese dicho “extravíos”, que se sentía “aterida” o que el cuarto de contadores era “lóbrego”. Son términos de escritor y así nos hace tomar distancia respecto al mundo que crea, nos coloca una mano en el pecho y nos impide terminar de entrar en la obra.

Esto no sucede con el segundo personaje que monologa en la obra en alternancia con Julia. Se trata de su hijo, profesor universitario. Aquí puede lucirse Chillón, docente en la facultad de Ciencias de la Comunicación de la UAB, porque el profesor sí puede hablar como escribe el autor sin resultar inverosímil. Y lo hace.

La incomodidad que me han ocasionado los cortocircuitos en el registro de Julia me han impedido acabar de pasear las avenidas por las que transita el personaje, pero no me cegó lo suficiente como para apreciar que detrás de El horizonte ayer hay un buen narrador, además de un escritor inteligente.

La audacia con la que Chillón observa la memoria se derrama de las páginas de la novela. Sus personajes sugieren, mientras rememoran su propia andanza en un ejercicio intimista, la relación entre la memoria y la ficción y, por lo tanto, de la capacidad del ser humano de definirse a sí mismo a conveniencia. La construcción de un relato sobre el yo que emprenden Julia y su hijo en ese pensar supuestamente no escrito conlleva algunas afirmaciones implícitas que son tal vez el principal ofrecimiento del texto al disfrute del narrador con menos querencia por lo evidente.

El excelente castellano de El horizonte ayer contornea algunos silencios deliciosos. La ausencia del padre que constituye un personaje en sí misma, que preside las conversaciones entre el niño y la madre joven, que azuza las ficciones del muchacho huérfano. Decir para señalar lo que no se cuenta, no contar para que el lector imagine, invente y complete el texto.

Albert Chillón ha iniciado a los 58 años su carrera literaria con esta novela que me ha dejado desconcertado. Aún no sé si me ha gustado mucho, poco o –improbablemente– nada. Con todo, lo que tengo claro es que sería absolutamente deseable que El horizonte ayer tuviese continuidad porque si su autor termina por nadar con desenvoltura en aguas literarias, el resultado será una exquisitez. ||

Posdata

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