Jesús Vila

Los independentismos diferentes

Imagen de archivo de la recepción del president Carles Puigdemont de diputadas del grupo parlamentario de la CUP

24 de octubre

Jesus A. Vila | Martes 24 de octubre de 2017
Pese a que he estado bastante encima de la información, de las opiniones y de las tertulias, no consigo entender por qué se da tanta importancia a la comparecencia de Puigdemont en la comisión o el pleno del Senado que van a decidir sobre la aplicación del 155.

Por qué le da tanta importancia el PP y por qué lo pide con tanta insistencia el PSC, que hasta se ha reunido con el president para convencerle de que vaya el jueves por la tarde a presentar las alegaciones.

Es verdad que el PSC no solo le pide que vaya al Senado. Le pide sobre todo que cierre la vía del 155 con la convocatoria de elecciones que podrían incluso ser elecciones constituyentes de modo formal, aunque al final serían constituyentes o unas autonómicas más, en función de quien pudiera componer gobierno. Este paso es el que parece decisivo y no la defensa de las alegaciones, como no sea que presentarse en el Senado contribuya a demostrar que, como es obvio, Puigdemont reconoce la autoridad del Estado y eso se considere ya un acto de humildad. Si es así, no hay que engañarse.

Lo más probable es que Puigdemont vaya a explicar todo lo que ya sabemos y en el tono acostumbrado y lo que es más determinante, el Senado aprobará el 155 al margen de lo que Puigdemont diga o deje de decir, a no ser que acompañe sus palabras de la decisión de convocar elecciones, que es la cuestión esencial para todos.

Por eso, todo el lío de cuando se convoca el pleno del Parlament y como se casa esto con la comparecencia de Puigdemont en el Senado que han llenado los huecos informativos de las últimas horas, me parece un sinsentido. O es que nos siguen ocultando cosas…

Y esta es la cuestión. Se mueven tantos escenarios simultáneos que es difícil que lleguen a la opinión pública todos los ‘inputs’ y, por lo tanto, que alguien tenga en la mano todos los datos para pensar por donde van a ir los tiros (reconozco que es una pésima perífrasis tal como están las cosas). Debe ser importante que Puigdemont vaya al Senado. A mi, desde luego se me escapa…

Elecciones decisivas

En cambio la convocatoria electoral es decisiva. Ya lo era el día 15 cuando hubiera evitado el inicio del proceso del 155. Hoy también lo es, porque una vez iniciado, lo puede parar. Entonces ¿por qué hay tantas resistencias a decidirlo?

Ha habido un argumento último que se ha filtrado en algún medio. Una encuesta muy reciente que hablaría del rechazo masivo de los independentistas a esa solución y, en menor medida, de los catalanes en general. No quieren las elecciones ni la CUP ni ERC y sólo medio PDeCAT, el que influye sobre el president (Pascal, Mas…) estaría barajándolo seriamente.

Las elecciones pararían el 155 y, eso solo, ya sería muy interesante. Para todos. Para el país, porque no habría intervención de la autonomía. Para España, porque no pondría en marcha medidas excepcionales que siempre son consideradas internacionalmente como la evidencia de una crisis extraordinaria del Estado. Para los independentistas, porque les haría ganar tiempo y ese tiempo serviría también para bajarles del ensimismamiento en el que han vivido, pensando que esto de independizarse solo reporta ventajas.

Para el PP, porque le evitaría nuevos y contundentes ridículos, el primero de ellos tener que utilizar de nuevo la fuerza pública para ejecutar bastantes de sus órdenes, con el peligro repetido de volver a hacer el ridículo y provocar más males de los que ya hay. Para el PSOE, porque le volvería a situar de nuevo frente al PP de manera nítida y no como está ahora, formalmente alineado de manera vergonzante. Para el PSC, porque le demostraría al PSOE que la estrategia de Iceta ha sido un acierto desde los primeros momentos y le daría un plus de influencia en la organización. Para Colau y Doménech porque podrían al fin evitar complicarse la existencia en el ayuntamiento de Barcelona y seguir manteniendo la teoría del referéndum pactado en un contexto más sosegado. Para Ciudadanos, porque al fin podrían descubrir que lo del 27S fue un espejismo… o todo lo contrario y para Podemos… exactamente lo mismo.

Para la CUP y ERC y para las entidades que movilizan, las elecciones en cambio son una piedra en el camino. Quizás si que paralizarían la aplicación del 155 pero nos llevarían a repetir un escenario que nadie parece querer. Según sus datos, el independentismo volvería a ganar las elecciones y lo único que se habría conseguido es perder el tiempo y, probablemente, enfriar la calle. Por lo tanto, lo único prudente y aconsejable es mantener el tipo y declarar de una vez la república catalana.

Su tesis es que el Estado no tiene capacidad para parar la independencia y que todo lo que se desprenda de su aplicación hará pasar momentos malos al país, en algunos extremos quizás dramáticos, pero ninguno de ellos irreversible y, sobre todo, el horizonte que se abre, es infinitamente mejor que cualquiera de los anteriores vividos por generaciones y generaciones de catalanes sometidos, desde que Catalunya tomó consciencia de sí misma, en el recóndito medievo.

Tres tipos distintos

Junto a los que sueñan eso, dispuestos al sufrimiento y al sacrificio, muchos miles de ciudadanos conscientes, hay otros muchos miles más que se creyeron que España nos robaba y que si nos dejaba de robar sus pensiones serían mejores, sus servicios de mayor calidad y su estatus por encima de la media, en consonancia con sus rasgos diferenciales.

Estos no han sido nunca soñadores, sino todo lo contrario: independentistas para ser más ricos y porque se lo merecen. Con todos ellos va una caterva de corifeos que se han deslumbrado por un mensaje muy bien elaborado de modernidad, progreso y relumbrón, el del catalanismo que va en vagón de primera, un cierto nacionalismo de alcurnia al que se han apuntado con frenesí los hijos de los últimos, penúltimos y antepenúltimos inmigrantes, siempre mirando con displicencia a los vagones de cola donde está el rancio nacionalismo español —en buena medida el mismo que el de sus padres, del que reniegan— y la legión de pobretones que no han sabido poner en marcha a tiempo el ascensor social. Un independentismo de fiesta y pandereta, de costillada y vermut tras las ‘manis’ capaz, claro, de agolparse con los demás si viene la policía porque todas las experiencias son interesantes y todo servirá para explicar a los nietos.

Quizás si que las elecciones arrojarían un escenario semejante. Pero quizás no, y nos daría la oportunidad de tomarnos en serio la reforma de la Constitución y levantar de verdad este país plurinacional que es España a través de un Estado federal en el que se reconociera la pertenencia a tres colectividades maduras, la propia del territorio donde uno ha nacido, la del Estado que le cobija y la del Continente que le identifica. Estamos muy lejos de todo ello, cierto. Y se han vivido años de destrucción de esas realidades simultáneas, unas en detrimento de las otras.

Pero aunque las nuevas elecciones lo dejaran todo igual, nosotros ya no seríamos los mismos. Contra el sentimiento de identidad de los catalanes no es posible luchar, sino todo lo contrario, respetarlo y, si eso construye, soñar con ellos. Contra lo que hay que luchar es contra el otro independentismo supletorio, el de los que se creen diferentes y con derecho a ser más ricos, y el catalanismo-fashion de la frivolidad. Y sobre todo, contra quienes han elaborado el discurso, quienes manipulan mentes y comportamientos y los han metido a todos ellos en el mismo saco.