Juan C Valero

¿Las cosas están mejor de lo que pensamos?

Joan Carles Valero | Viernes 04 de enero de 2019
Deberíamos expresar nuestras opiniones solo cuando dispusiéramos de datos objetivos y hechos irrefutables que las avalaran. Lamentablemente, en nuestra era del clic rápido y las emociones a flor de mente, esa máxima supone la excepción.

En el campo del periodismo resulta una obligación reflejar la realidad sin distorsiones. Por eso, El Llobregat ha realizado un esfuerzo en papel y online en un Anuario gratuito de más de 500 páginas, para adelantar las claves de los acontecimientos y proyectos que van a marcar la agenda del nuevo año. Lo hacemos 40 años después de que el pueblo entrara en la primera línea del poder y de su expresión democrática: nuestros ayuntamientos.

Los periodistas, al igual que los activistas y los políticos, también somos humanos. Todos somos víctimas de una visión de las cosas dramática. Pero los profesionales de la información nos esforzamos en comprobar y actualizar para desarrollar formas de pensar basadas en la realidad de los hechos. Situar los acontecimientos en su contexto histórico puede ayudar a contemplarlos en su justa medida. Nos corresponde a los periodistas presentar el mundo como es realmente, aunque siempre nos centraremos en lo inusual.

Combatir la ignorancia y transmitir una visión del mundo basada en datos reales es una forma de vida en ocasiones frustrante, pero inspiradora. Siempre es útil entender cómo es realmente el mundo, empezando por nuestro entorno más inmediato. Si tenemos una visión real, podemos ver que no es tan malo como parece; y podemos también ver lo que tenemos que hacer para que siga mejorando. El problema es que no somos conscientes de lo que no sabemos, e incluso cuando estamos informados nos dejamos llevar por sesgos inconscientes y predecibles de forma instintiva.

Hans Rosling, una eminencia del análisis y divulgación de tendencias globales, afirma en su libro Factfulnes (Deusto) que tenemos 10 instintos que distorsionan nuestra visión. Desde nuestra tendencia a dividir el mundo en dos campos (nosotros contra ellos) a la manera en que percibimos el progreso (creyendo que las cosas siempre empeoran), sin olvidar la explotación de la información sesgada para que florezca el miedo a través de las ya lamentablemente famosas fake news. El Llobregat y BCN Content Factory proporcionan en el arranque del nuevo año una serie de herramientas para pensar, basándose en información contrastada y en los hechos. Unas herramientas online (el Anuari 2019 en elllobregat.com para descargas gratuitas) y en esta revista mensual de papel, que ayudan a captar cómo funciona nuestro entorno más cercano.

El Llobregat es la última batalla del combate contra la devastadora ignorancia comarcal, fomentada por los propios alcaldes y concejales, que solo se preocupan de que les voten en sus municipios. Ser conscientes de la realidad puede y debe convertirse en parte de nuestra vida cotidiana, como llevar una dieta sana y hacer ejercicio de manera regular. Empiece a practicarlo, tomará mejores decisiones y construirá sus opiniones sobre bases reales.

Instintos que distorsionan la visión
Rosling advierte de la irresistible tentación de dividir todo en dos grupos diferenciados y, en ocasiones, contradictorios, con una separación imaginaria en medio de ambos. Nos encantan las visiones binarias de las cosas. Pero la realidad no está tan polarizada. Habitualmente, la mayoría está justo en el medio, donde se supone que está la brecha.

El instinto de negatividad se basa en nuestra tendencia a notar más lo malo que lo bueno, lo que empuja a pensar a la mayoría que “las cosas van peor”. La tendencia a las líneas rectas determina la falsa idea de que el hambre, la pobreza y la guerra no hace más que aumentar en el mundo. En este punto hay que recordar que las curvas tienen muchas formas diferentes de manera natural. Otra tendencia es a exagerar las cosas o calcular erróneamente su tamaño. También todo el mundo categoriza y generaliza de forma constante e inconsciente. Las categorías son necesarias para poder funcionar. Estructuran nuestros pensamientos. Pero el necesario y útil instinto de generalización también puede distorsionar nuestra visión de la vida.

Todo se antoja sencillo
El destino es otra idea que determina a las personas, los municipios, las religiones o las culturas. Es el pensamiento de que las cosas son como son por razones inevitables e inexorables: siempre han sido así y nunca cambiarán. Las ideas sencillas resultan muy atractivas para simplificar el mundo. Nos gusta sentir ese momento de clarividencia, disfrutamos de la sensación de que realmente entendemos o sabemos algo. Tendemos a pensar que todos los problemas tienen una única causa; algo frente a lo que tenemos que estar siempre en contra. O bien, todos los problemas tienen una única solución, algo de lo que siempre tenemos que estar a favor. Todo se antoja sencillo. De nuevo, binario. Sólo hay un pequeño problema: ese instinto de perspectiva única lo malinterpreta todo.

La culpa es otro instinto que consiste en encontrar una razón clara y sencilla por la cual ha sucedido algo malo. Nos gusta creer que las cosas suceden porque alguien ha querido que así sea: de lo contrario, el mundo parece impredecible, confuso y aterrador. Esa tendencia de atribuir la culpa hace que exageremos la importancia de personas de grupos concretos. El problema es que, cuando identificamos al malo de la película, ya no pensamos más. Hay que tener ojo con los chivos expiatorios y recordar que, muchas veces, culpar a alguien desvía nuestra atención de otras posibles explicaciones y bloquea nuestra capacidad de evitar problemas parecidos en el futuro.

El instinto de urgencia hace que queramos actuar inmediatamente, un extremo que nos fue útil a los humanos en un pasado remoto al percibir peligros inminentes, pero seguimos viviendo a golpe de clics. Esa urgencia nos estresa, amplifica nuestros otros instintos y hace que sean más difíciles de controlar, nos impide pensar analíticamente y nos anima a emprender acciones drásticas sin reflexionar. Como votar, que cada vez más lo hacemos con las emociones y no con la razón para analizar los hechos, los datos, los programas.

Y todo atravesado por el miedo. Las serpientes, las arañas, las alturas y quedarse atrapado en espacios reducidos nos da pánico. Pero eso no es lo más aterrador. Nuestros miedos naturales a la violencia, la cautividad, el aislamiento social, la pobreza y la contaminación hacen que sistemáticamente sobrevaloremos esos riesgos. El contraste con la realidad nos ayuda a combatirlos. El sosiego es luz para la mente. Tranquilícese y respire hondo antes de seguir adelante en este nuevo año en el que deberemos ser decisivos arriba y abajo: en la construcción de los Estados Unidos de Europa y en nuestro entorno más inmediato, el municipio. Si evitamos doblegarnos a los instintos, tomaremos las decisiones más racionales en nuestra cita con las urnas el 26 de mayo. Y a todos nos irá mejor. III