Sociedad

Huir del infierno de las bandas para salvar a otros

María y Carlos llevan a cabo su tarea en L'Hospitalet. (Foto: FJR).
Francisco J. Rodríguez | Jueves 03 de octubre de 2019
Entrevistamos a dos ex Latin King que ahora ayudan a otros chicos a salir de estos grupos. Trabajan en la reinserción de estos jóvenes en el Centro de Ayuda Cristiano de L’Hospitalet.

“Tenían que aguantar un montón de golpes, y si se caían les daban más duro, porque decían que eran débiles, que ese lugar no era para ellos. A uno recuerdo que le salía sangre por todas partes, pero él se mantenía en pie, porque quería formar parte de ese lugar”. Esta es la cruda descripción de un rito de iniciación para entrar en los Latin King. Así lo explica a El Llobregat María, nombre ficticio de una joven ecuatoriana que formó parte de la banda durante tres años. Ella fue testigo, pero Carlos, nombre ficticio de otro chico colombiano que también militó en un ‘capítulo’ de esta banda latina, sufrió en sus carnes una de estas palizas iniciáticas. Nos reunimos con ambos en el Centro de Ayuda Cristiano de L’Hospitalet, donde ahora se ocupan de arrancar a chicos de las garras de este mundo de violencia, drogas y miedo que conocen de primera mano.
El Centro de Ayuda Cristiano es una iglesia evangélica constituida en España en 1993 con presencia en toda la geografía nacional que lleva años trabajando para rehabilitar a chicos y chicas que buscaron en las bandas latinas una familia alternativa que los protegiera y los hiciera sentirse integrados. Así lo explica el pastor Alberto Díaz, con quien charlamos vía telefónica. Está de viaje coordinando otros centros de ayuda que, como el de L’Hospitalet, dan una segunda oportunidad a estos jóvenes. “No se les puede dar la espalda a estos chicos, tienen un futuro por delante y no tenemos que juzgarlos sin entender por qué han llegado a esta situación”, destaca Díaz, pese a reconocer el daño o las actividades delictivas que puedan haber cometido.
Pertenencia y protección: Así comienza
María y Carlos formaron parte de ‘capítulos’ metropolitanos de los Latin King durante tres años de su vida. Ella lo dejó hace siete años, mientras que él hace ya 11, con la ayuda de su entonces novia y ahora esposa. Pese a vivir experiencias diferentes, hay nexos de unión entre ambas historias. Carlos entró en la banda con 16 años, de la mano de un conocido. “Venían a buscarnos al cole, a invitarnos a fiestas y siempre te decían que te iban a defender”, evoca Carlos, que por aquel entonces llevaba poco tiempo en España y sus padres trabajaban de sol a sol. María, por su parte, recuerda que en su casa “habían muchos problemas” y que la llegada a su nueva ciudad no fue idílica. “Cuando llegué con 10 años se metían conmigo en el colegio, me decían que me fuera a mi país y me pegaban”, asegura. Tres años más tarde, en el instituto, comenzó a juntarse con personas cercanas a los Latin King. “Intentaba sentirme aceptada y comprendida por alguien”, dice. De aquí a entrar en la boca del lobo iba tan solo un paso. “Ya en el instituto vi que podía defenderme de las que un día me pegaron, y me sentí fuerte y segura, protegida”, reconoce. Seguidamente comenzaron las campanas en el colegio y la mala vida. “Repetí curso, no quería estudiar, salía del colegio a cada rato, mi madre no sabía dónde estaba...”. Fue durante esta época que presenció diversas iniciaciones de otros chicos. Auténticas palizas que ella no tuvo que experimentar por ser novia de uno de los ‘reyes’ de la banda, jefes de zona que pueden escoger a las chicas que quieran, a las que utilizan también para obtener información de bandas rivales y custodiar pisos donde se vende o produce droga si son menores, para evitarse así problemas con la policía.
Entrando en la boca del lobo
La espiral negativa de Carlos le llevó a a estar “muy involucrado con las drogas”. “Tenía mucha droga a mano, llegué a consumir mucho chocolate, marihuana y cocaína, y alcohol todos los días”, reconoce. En su iniciación recibió una lluvia de guantazos y patadas. “Tienes que aguantar una paliza de dos minutos entre varios chicos, y te dan por todos los lados”. Una vez superada la prueba, les entregan los símbolos de la banda, como rosarios o escapularios. “Cada rango tiene su símbolo”, aclara. Carlos tenía que estar disponible para las reuniones periódicas de la banda y para pagar la cuota semanal o mensual que les exigían los jefes, que solían estar ya en la treintena. Si no pagabas, caía un castigo, como un minuto de golpes. Además, tenían que encargarse de hacer ‘proselitismo’ y reclutar a otros chicos, para así aumentar los ingresos del ‘capítulo’. Mientras tanto, tenían que estar alerta para evitar a otras pandillas como los Ñetas, enemigos acérrimos. Una tensión continua que sirvió para abrirle los ojos. “Yo empecé a ver que no estaba llegando a ninguna parte”, reconoce. Perdía trabajos sin parar por la vida “desordenada” que llevaba y un buen día, después de conocer el trabajo del Centro de Ayuda Cristiano y su grupo Fuerza Joven a través de su actual mujer, cerró la puerta a los Latin. “Corté de golpe. Intentaba evitarlos por la calle. Un día uno de ellos me dijo que por qué no volvía y que me iban a pegar. Yo pensé ‘bueno, que pase lo que sea, pero yo quiero salir de este mundo”, rememora.
“Muchos muchachos tocan fondo en un momento dado, porque aquella banda que en un princio se presentaba como una alternativa a la familia de sangre llega a ser extremadamente hostil con ellos”, afirma Díaz, que alerta que muchos de ellos viven en un estado de alarma permanente, han sido agredidos y “han visto la muerte muy de cerca” por pertenecer a estas organizaciones “criminales y fuertemente jerarquizadas”. Por no decir de sus padres, que “lo pasan muy mal” al recibir constantemente notificaciones de la policía, asistir a juicios o a ir a hospitales a ver a sus hijos heridos.
“Extrema dificultad” para abandonar la banda
Por su parte, María empezó a desvincularse de los Latin King tras una serie de redadas policiales que le hicieron despertar. Ella, no obstante, sí que sufrió la presión de la banda, que no lleva demasiado bien perder a alguno de sus miembros. “Al principio fue difícil: a mí me esperaron a la salida del colegio varias chicas para pegarme”, recuerda María, que empezó a acudir a las actividades de Fuerza Joven después de que una prima suya le hablara de ellos. “Me aceptaban tal y como era, no tenía que cambiar mi personalidad ni hacer cosas para agradarles ni encajar”, relata la joven, que pese a eso reconoce que al principio no le fue “fácil” cambiar de vida, acostumbrada como estaba a la anterior. “En las charlas motivacionales me preguntaban cómo me veía yo en cinco años: esa pregunta nunca me la había hecho”, asegura.
En este sentido, abandonar la banda es una tarea de “extrema dificultad”, sostiene Díaz, que avisa que “cada vez es más difícil la reinserción de estos adolescentes por la presión psicológica a la que están sometidos”. Sin embargo, afirma que aquellos que intentan dejar de lado este mundo a través de una organización religiosa tienen una ventaja. “Estas bandas respetan mucho a las iglesias y los símbolos religiosos, porque forman parte también de su mística”, detalla Díaz, que aún y así lamenta las amenazas que sufren los chicos. María y Carlos, de hecho, explican que la banda tiene fichas de sus miembros con información sobre dónde viven, dónde estudian, familia...
Redención
Actualmente, María y Carlos se ocupan de ayudar a otros chicos a salir de las bandas. Lo hacen a través de Fuerza Joven, organizando actividades de todo tipo -sempre compartiendo “valores cristianos”, dejan claro- e invitando a estos jóvenes calle a calle. “Les ofrecemos una manera más sana de divertirse”, destaca María. Ellos dos llevan a cabo esta tarea por L’Hospitalet, y aunque reconocen que es una tarea “ardua”, ya que algunos les rechazan y otros no quieren hablar, no se dan por vencido. “Hay una oportunidad de salir de esta situación, hay una vida diferente y estamos ahí para apoyarles”. “Cada uno ha de cosechar las consecuencias de sus actitudes y decisiones, pero todos tenemos una segunda oportunidad”. Mensajes que envía María, que al igual que Carlos aboga por el diálogo con los adolescentes captados, “cegados” dicen ellos, y por la mano dura con los jefes, que “saben lo que están haciendo y son conscientes de sus decisiones”.
“Guerra abierta”: Cerca de 2.000 jóvenes pertenecen a bandas latinas en Cataluña

Según los datos del último informe del Centro de Ayuda Cristiano de Barcelona, actualmente habría unos 1.800 jóvenes vinculados a bandas latinas en toda Cataluña. El estudio, elaborado a partir de los testimonios de los chicos que acuden al centro para salir de estos grupos criminales, también alerta de un cierto “repunte” de las actividades de estos grupos y de la precocidad de sus miembros, que suelen empezar a formar parte a partir de los 13 años. Esta publicación se ha puesto en contacto con Mossos para complementar los datos de esta iglesia evangélica, sin éxito.

En la actualidad, tal y como explican desde el Centro de Ayuda Cristiano, hay cinco bandas latinas que se disputan el territorio catalán. Se trata de los Trinitarios, Dominican Don’t Play (DDP), Ñetas, Latin King y los Maras, aunque destaca también la eclosión de grupos menores que quieren ganar terreno a los tradicionales, como son los Forty Two, Base 6, los Lobos, Vatos Locos y los Blood. A mitades de septiembre la Audiencia de Barcelona condenó a 16 miembros de Sant Boi de esta última banda con penas de hasta dos años de cárcel -substituibles por multas de 7.000 euros- y un curso de concienciación sobre drogas, por cultivar y vender marihuana y tenencia de armas.

Por zonas, DDP, Trinitarios y Ñetas se disputan L’Hospitalet, Cornellà y Sant Andreu. De hecho, el Centro de Ayuda avisa de una “guerra abierta” entre bandas, que se tradujo en la muerte de un Blood a manos de los Ñetas en Cornellà el pasado 27 de febrero.