Opinió

Nihil novum sub sole (Nada Nuevo bajo el sol)

Por Luis Miguel Narbona Reina, historiador y antropólogo

Viernes 01 de mayo de 2020
La situación actual que vivimos los habitantes del planeta nos ha sorprendido a la mayoría. Socialmente no estábamos preparados para ser protagonistas de un confinamiento global, para observar el listado de muertes cotidiano publicado por los medios. Estamos atónitos. No entraba en los planes de nadie, a pesar de los reiterados avisos de los especialistas.

Vivimos en una sociedad con una cobertura sanitaria imponente y con una sanidad pública de calidad. Apenas hace unos meses, desde Europa, no hubiéramos sospechado la impotencia del sistema sanitario para hacer frente a la pandemia, eso sin contar las medidas drásticas de confinamiento y la muerte de miles de ciudadanos.

Los europeos tenemos que remontarnos a la gripe de 1918, con millones de muertos en el mundo, para encontrar un referente similar, y socialmente lo hemos olvidado. Un vacío cultural y referencial como nos sucedió con el Tsunami del Indico en 2004 o el de Japón de 2011. Todos habíamos oído hablar de maremotos, en la península los habíamos padecido (el último de Lisboa y Cádiz en 1775), pero las imágenes de televisión, casi en directo, nos dejaron sobrecogidos, embargados de impotencia. Era la naturaleza en acción, y espantaba el avance paulatino e implacable del frente de agua.

Las pandemias, como estamos comprobando en esta crisis sanitaria, no están únicamente relacionadas con un sistema sanitario deficiente o inexistente. Obviamente las carencias sanitarias o la inexistencia de un sistema público de salud agrava y complica la situación de pandemia. Tampoco suponen un signo de atraso o el surgimiento de un fenómeno nuevo, no. Aunque para nuestra generación sí lo sea. Las pandemias son algo con lo que la humanidad siempre ha convivido, una muestra de nuestra interacción con la naturaleza.

Desde el neolítico, la civilización, en términos sanitarios, siempre ha comportado dos facetas, una positiva y una negativa.

En positivo: la agricultura y la ganadería nos permitieron un acceso regular a los alimentos. El excedente generado potenciaba el comercio, creaba riqueza y más calidad de vida. Las comunidades, cada vez más numerosas, exportaban e importaban productos y conocimientos, creciendo y progresando.

En negativo: fomentar la proliferación de algunas plantas de la misma especie en los cultivos facilita el contagio de enfermedades y plagas.

Se convivía con especies salvajes en proceso de domesticación, rebaños o grupos de animales ya domesticados. Junto a todos, animales como ratas, ratones, palomas, insectos. Todo ello favoreció la zoonosis...
Las primeras aldeas, con el progreso, aumentan de tamaño paulatinamente y el éxito las convierte en polos de atracción demográfica, dando lugar a pueblos y, más tarde, populosas ciudades. Se generan rutas comerciales y movimientos regulares de población.

Se multiplican los contactos con comunidades alejadas y, en cada contacto, además de bienes se intercambian, sin saberlo, virus, bacterias, hongos, parásitos…

En sociedades preurbanas aisladas la incidencia de epidemias era letal, como en cualquier sociedad, pero la posibilidad para el patógeno de extenderse en el tiempo y sobrevivir es muy limitada. Estas sociedades son tan reducidas que el patógeno no dispone de suficientes humanos a quien contagiar para mantenerse y prosperar. Si era muy letal morían todos o, por el contrario, se hacían inmunes a la enfermedad, con lo que la posible epidemia se iniciaba y finalizaba en la misma comunidad.

Las pandemias necesitan una alta densidad de población y abundantes contactos entre localidades. Son, indudablemente, producto de la civilización y el desarrollo que conlleva. Las altas densidades de población, las estructuras comerciales y militares, los avances en comunicación, favorecen el contagio de los patógenos y, con las facilidades para la movilidad de personas, la extensión de las epidemias.Tenemos documentados históricamente el origen de algunas epidemias que colonizaron el globo, entre otras:
- La lepra, detectada en restos de 1.000 a.C., pasa de China al subcontinente Indio. Desde allí, muy probablemente, los soldados de Alejandro Magno la introdujeron en Egipto y Europa.
- La viruela fue llevada de Europa a América al inicio de la conquista, y cepas muy virulentas de la sífilis fueron traídas a Europa a través de los conquistadores.
- La gripe del 18 (1918-1919). Comenzó en marzo de 1918 en Fort Riley, Kansas, USA, y fue transportada a Europa por los soldados estadounidenses que intervinieron en la I Guerra Mundial. En 6 meses había provocado millones de muertos en todo el Mundo. La cepa concreta fue la H1N1.

Ahora, con el COVID-19, se está hablando de murciélagos y pangolines como vectores de trasmisión del virus. Exactamente lo mismo ha estado pasando desde los albores de la ganadería. De los más de 1400 patógenos humanos conocidos en el mundo, más del 60% son zoonóticos y, por lo tanto, tienen relación directa con nuestra proximidad a animales o con una alimentación basada en su consumo. Con la domesticación de animales, y desde los albores de la civilización, podemos documentar, entre otras muchas, enfermedades como la viruela, la difteria, la gripe y la tuberculosis, con millones de muertes provocadas en todo el globo. Nada nuevo bajo el Sol. III