Si hace medio siglo en el barrio de La Torrassa, en L’Hospitalet, un reducto era más peligrosa que los demás, este era sin duda la calle de Rafael Campalans, un vial desgarbado y sombrío que comunica el mercado de Collblanc y la estación de metro de Santa Eulàlia. En la década de los 70 y también en las posteriores eran varios clanes familiares -con numerosos antecedentes penales entre sus correligionarios- los que atemorizaban al vecindario. Cincuenta años después, los narcopisos (domicilios particulares donde se vende y a la vez se consumen diferentes droga como heroína o cocaína) han tomado el relevo de aquellos delincuentes habituales del siglo XX. Pero la policía ha descubierto el pastel y ha tomado cartas en el asunto. Así que no hay motivos para alarmarse. “El problema está en vías de contención máxima o de desaparición”, asegura un portavoz de los Mossos d’Esquadra.
La calle de Rafael Campalans lleva años fichada como un punto negro “de actividades ilegales”, confirman las mismas fuentes. Aunque es cierto que últimamente reinaba la calma y el vial se había sacudido buena parte de su mala fama. Pero como el que tuvo, retuvo, en los últimos meses tanto los agentes de los Mossos d’Esquadra como los de la Guardia Urbana de L’Hospitalet venían detectando un preocupante aumento de los narcopisos, del que tanto los vecinos como sus informadores les tenían puntualmente sobre aviso.
Fruto de las denuncias ciudadanas y de las pesquisas posteriores, en los últimos cinco meses los agentes han desmantelado tres narcopisos en un mismo sector de la tristemente afamada calleja. No obstante, la situación “no es alarmante”, insisten desde los mossos. De hecho, este particular fenómeno del narcotráfico sigue siendo “muy infrecuente en el Baix Llobregat”, atestiguan desde la central comarcal de la policía autonómica.
El hecho de que la calle Rafael Campalans sea el epicentro de esta mediática modalidad de venta y consumo de drogas no es casual –en vistas de su historial delictivo- pero poco (o nada) tiene que ver con el reciente aumento de la presión policial en el barrio barcelonés del Raval que casi ha erradicado este tipo de prácticas ilícitas, que ya eran una lacra. El ‘efecto Raval’ no se ha trasmitido por fortuna a la segunda ciudad de Cataluña. “No se han detectado traficantes en L’Hospitalet que huyan de Barcelona”, reitera la policía.
La proliferación de los narcopisos de La Torrassa responde a pautas más mundanas. La policía los desmantela y detiene a sus gestores, pero los jueces sueltan a los arrestados, que inmediatamente montan un negocio similar en otra vivienda del vecindario. Y es que el aliciente de que los compradores pueden inyectarse heroína, por ejemplo, en casa de su camello tan tranquilamente crea un vínculo más allá de lo comercial.
La policía no desfallece y azuza a los traficantes cada vez que abren un nuevo dispensario de narcóticos para que el fenómeno ni se consolide ni se dispare y Rafael Campalans no acabe de referente para trapicheos. “Si se desmantela un narcopiso, los compradores se marchan y buscan la droga en un sitio más seguro”, apuntan los mossos. Y sin clientela, se acabó lo que se daba. III
Una pistola simulada y una luz para silenciar el timbre |