Pero el caso es que el personaje interpretado por Stallone antecedía en casi dos décadas a la película y fue concebido por el guionista británico John Wagner, el ilustrador español Carlos Ezquerra y el editor Pat Mills con una sensibilidad bastante alejada de la de los estudios hollywoodienses. Dredd apareció por primera vez en las páginas de la revista británica de cómics 2000AD, en su número de marzo de 1977, con la voluntad de gritar contra un sistema que estaba asfixiando a las clases populares del Reino Unido.
A mediados de los setenta, la sociedad británica padecía los estragos causados por una elevada inflación, un desempleo creciente y la conflictividad derivada de esa situación. Mientras que los trabajadores de sectores clave como los ferrocarriles, la industria y la minería convocaban huelgas y exigían soluciones, el gobierno respondía restringiendo el derecho de huelga —con la infame Industrial Relations Act del conservador Edward Heath— y tratando de mantener el orden mediante el ejercicio de la violencia. Esto provocó un desgaste de las instituciones y generó un ambiente de escepticismo, cuando no de desprecio, hacia las autoridades. En ese contexto desasosegante, Pat Mills y John Wagner tuvieron la idea de lanzar en la revista del primero un cómic protagonizado por una figura que representase esa idea de mantener el orden social a toda costa, empleando los medios que fuesen necesarios.
“El Juez Dredd original era un personaje mucho más violento. Era un tipo capaz de matarte si cruzabas la calle indebidamente”, explicaba hace algunos años el escritor británico. Y lamentaba: “Me temo que el personaje ha sido malinterpretado… Nosotros queríamos que dejase al lector con un mal sabor de boca y se preguntase si Dredd estaba haciendo bien las cosas”.
Los creadores decidieron ubicar la acción en un futuro distópico que reflejase de manera hiperbólica todo aquello que no estaba funcionando en el presente. Empezando por el protagonista. La figura de los jueces, colectivo al que pertenece Dredd, representa el autoritarismo y el fin de la separación de poderes, en tanto que concentra las atribuciones que en una democracia funcional se mantienen repartidas entre distintas instituciones (gobierno, judicatura, policía…). El escenario, la icónica Mega-City Uno, es un trasunto deformado de las grandes metrópolis del neoliberalismo, en el que pobreza y ostentación, violencia y frivolidad conviven.
Basta con echar un vistazo a uno de los primeros episodios de la serie para entender el tipo de cómic del que estamos hablando: en la tercera entrega, por ejemplo, los lectores pudieron ver a Dredd investigando una clínica de cirugía estética a la que los ciudadanos acudían para cambiar su rostro, ya fuese porque deseaban ser más guapos, porque se habían aburrido de su cara... Un criminal intenta aprovechar ese servicio para esconderse de la justicia, pero el protagonista lo desenmascara y lo ejecuta en el acto. Por una parte, Wagner criticaba el consumismo y la superficialidad, y por otra mostraba una expresión descarnada y pervertida del ideal de justicia. “Pat quería que Dredd fuese un héroe (…) Pero yo lo veía sobre todo como un villano. Puede que algunas de sus acciones fuesen heroicas, pero la mayoría no lo eran”.
Esa tensión entre el deseo de orden social y el ejercicio de una autoridad implacable encontró una forma de expresión ideal en los lápices del artista aragonés Carlos Ezquerra. Las viñetas de aquellos tebeos originales de Juez Dredd están siempre muy llenas, dibujadas con trazo duro y grueso, la expresividad y la gestualidad de los personajes tiene un punto excesivo… lo que contribuye a que el lector perciba el cómic como un estímulo hasta cierto punto agresivo, que lo abruma, que lo golpea y le genera ansiedad. Sensaciones parecidas a las que uno tendría, cabe suponer, si caminase por las calles de Mega-City Uno.
Ni Wagner ni Ezquerra se imaginaron entonces que estaban creando un icono cuyas historias seguirían narrándose y leyéndose casi medio siglo después. Que autores como Alan Grant, Garth Ennis, Rob Williams, Si Spurrier o Al Ewing retomarían el imaginario de Juez Dredd para continuar hurgando en las heridas del sistema y perseverar en la denuncia de los abusos de poder, la vigilancia como forma de limitación de las libertades, la desigualdad... “Ni se nos pasó por la cabeza”, declaraba Ezquerra en una entrevista publicada por el portal Games Radar.
Uno de los rasgos más atractivos de la evolución del personaje en estos casi cincuenta años de periplo editorial —y que, a la postre, ha resultado fundamental a la hora de que los lectores conectasen con él y mantuviese su vigencia— ha sido que algunos de sus guionistas han logrado abrir una brecha de humanidad en la severidad y la ceguera ideológica inicial de Dredd. Todavía con guion de Wagner, en América (1990), por ejemplo, que cuenta cómo una joven se enfrenta al sistema judicial de Mega-City Uno, el protagonista se ve forzado a reflexionar sobre el coste humano que implica mantener la ley de la manera en que lo hacen. En Necrópolis (1990), el ataque de unos antagonistas conocidos como Jueces Oscuros confronta a Dredd con la incapacidad del sistema que él mismo encarna para proteger a los ciudadanos.
Un ejemplo más reciente que permite apreciar cómo han evolucionado los tebeos de Juez Dredd lo encontraríamos en el álbum Un mundo mejor (2025), que el guionista Arthur Wyatt concibió a partir del horror que le causó la manera en que se reprimieron las protestas que siguieron al asesinato de George Floyd, en Mineápolis, por parte de un policía. En sus páginas, Dredd es testigo de cómo parte del entramado judicial y mediático de Mega-City Uno pone trabas —por conservadurismo, por intereses personales— a su compañera, la Juez Maitland, que ha diseñado un plan para erradicar el crimen y la delincuencia que implica destinar partidas presupuestarias que tradicionalmente iban a parar a los jueces para implementar proyectos educativos y sociales. III