Los jóvenes de hoy denuncian las dificultades para acceder a una vivienda, la precariedad laboral y la pérdida de expectativas vitales. En un contexto de crisis sucesivas y un modelo económico en plena transformación, la frustración generacional se convierte en motor de protesta. Sin embargo, el debate en torno a estas desigualdades tiende a transformarse, en el espacio digital, en una guerra simbólica: memes, etiquetas y vídeos virales sustituyen al diálogo sereno, alimentando una brecha que a menudo es más mediática que real.
No cabe duda de que existen diferencias materiales entre generaciones, pero reducir el problema a un enfrentamiento simplista impide comprender la raíz de las tensiones. Los jóvenes no luchan contra sus mayores, sino contra un sistema que ha dejado de ofrecer horizontes de estabilidad. Y, al mismo tiempo, muchos adultos sienten que sus esfuerzos son desvalorizados por una juventud que perciben como impaciente o excesivamente crítica.
Superar esta fractura exige reconstruir los espacios de diálogo intergeneracional. La educación cívica, el debate público plural y las políticas que fomenten la cooperación —por ejemplo, en proyectos de vivienda compartida, mentoría laboral o voluntariado intergeneracional— pueden ayudar a recomponer la confianza. Más que un conflicto, estamos ante una oportunidad: la de aprender unos de otros para afrontar juntos los desafíos de un futuro común. III