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Derechos Deberes Convivencia

martes 21 de abril de 2015, 15:08h
Una asociación de vecinos de Cornellà ha lanzado una campaña en favor de la convivencia. Concreta este objetivo en un catálogo de actitudes, positivas y negativas, para dar a entender que la suma de pequeñas acciones son determinantes en la consecución de un gran objetivo.
La iniciativa no se produce en un barrio con un alto índice de conflictividad, con tensiones sociales y en el que se advierta el germen de la desconfianza entre sus habitantes. A lo sumo, y esto ya es relevante, convive con la tensión que genera la falta de trabajo y la consecuente ausencia de expectativas por un futuro mejor. Se trata de una propuesta que pretende, ante todo, hacer un barrio más amable cuando la primavera y la temperatura ambiental son un incentivo para ocupar la calle.

Desconozco la gestación y las motivaciones de la campaña, pero me parece importante que de una forma pública se apele a la convivencia desde los comportamientos más cotidianos. Sin exagerar, con la normalidad de las acciones que fundamentan las relaciones humanas.

Enfrascados en grandes debates y en declaraciones que pueden diluirse fácilmente en el océano de los maximalismos, aprender a valorar el detalle tiende a reencontrarnos con nosotros mismos. De cara a los demás, somos aquello que proyectamos y lo que nos define como sociedad se perfila mayoritariamente en la calle y en la relación con nuestros semejantes.

Podríamos poner muchos ejemplos de convivencia y de solidaridad, de la tupida red que nos ayuda a avanzar, que ofrece protección en momentos de gran vulnerabilidad, de lo que en el día a día cimenta el decálogo de derechos y deberes. No es fácil engranar armónicamente estos dos conceptos, derechos y deberes, especialmente cuando se analizan desde la precariedad y el halo de la injusticia hace irrespirable el ambiente. Pero hay que defender, en un plano de igualdad, las dos palabras, desballestando la tentación de caer en el egoísmo cuando la vida nos sonríe o de segregarlos con argumentos xenófobos o culturales, inaceptables desde planteamientos democráticos y de respeto de los derechos humanos.

No cabe duda que una campaña a favor de la convivencia facilita un entorno más amable, motiva el respeto, genera complicidades entre los que viven en un mismo barrio y hace más atractivo el espacio público. Pero la convivencia sin el compromiso explícito de derechos y deberes acaba convirtiéndose en un decálogo de buenas intenciones y, en el peor de los casos, en una bienintencionada operación de maquillaje. Nada más lejos, intuyo, que la intención de los promotores de la campaña. III
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