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John Henry Newman

Por Mossèn Xavier Sobrevía
martes 21 de abril de 2015, 20:47h
Hace más de cien años murió en Birmingham uno de los pensadores ingleses más importantes del siglo XIX, John Henry Newman. Era hijo de un banquero de Londres que se arruinó con las guerras napoleónicas y su familia era de religión cristiana-anglicana.
Su maestro, de tendencia calvinista, le recomendó libros que contenían largos extractos de las enseñanzas de los teólogos santos de los primeros siglos del cristianismo, los “Padres de la Iglesia”. Tuvo conocimiento, así, de cómo entendían y vivían la fe los primeros cristianos.

Estudió en Oxford y después fue pastor anglicano en la misma zona. Hacia los treinta años empezó a estudiar el problema de la herejía arriana del siglo IV y con un amigo visitó Roma. Esta visita le desconcertó porque venía cargado de prejuicios contra el Papa. Procuraba acercarse al cristianismo primitivo y se enfrentó a la teología liberal anglicana que subrayaba la primacía de la razón sobre la Teología.

Buscaba la verdad y, con treinta y ocho años, le entraron dudas al estudiar la herejía monofisita del siglo V y el cisma de los donatistas del siglo IV. También ironizó sobre el intento de sustituir la religión por la educación y el conocimiento como base moral de una nueva sociedad secular pluralista.

Dejó su puesto de pastor anglicano y, con sus estudios, llegó a la convicción de que las “adiciones” romanas a la doctrina cristiana eran desarrollos que profundizaban unas ideas vivas. Fue recibido en la Iglesia Católica en 1845 y seguiría con una vida intensa de profundización intelectual, siendo ordenado sacerdote dos años después. No dejó de tener polémicas con una gran altura intelectual y sería nombrado, sin ser obispo, cardenal.

Newman cumplió un breve lema que leí hace tiempo: “quiero vivir y no vegetar”. Hace cuatro años, en Inglaterra, Benedicto XVI lo beatificó. La vida de ese hombre es todo un ejemplo de búsqueda de lo genuino, de superación de prejuicios, de coherencia intelectual, de valentía ante el cambio, de amor a la verdad, de vida auténtica. Un ejemplo a seguir en tiempos de pobreza intelectual y corrupción política. III
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