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El cinturón rojo
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El cinturón rojo

Durante este mes de septiembre, quienes vivimos al sur de Barcelona, colectivamente, volveremos a ser noticia. Las crónicas políticas hablarán de nosotros; una vez más, nos señalarán como parte principal del “cinturón rojo”.

El mundo institucional de Barcelona se acordará de nosotros porque el 27 de septiembre votamos en unas elecciones autonómicas; y esta vez, todas las fuerzas políticas estarán expectantes ante los resultados para extraer una u otra conclusión: independencia, si o no.

Habrá que contar votos. Incluso los nuestros. Sumamos algo más de un millón de personas. Entre el Baix Llobregat y L’Hospitalet, conformamos el 14% de la población de Catalunya y generamos el 13% de la producción del país (PIB catalán). Pero estos porcentajes se reducen drásticamente si hablamos de las inversiones que destina la Generalitat a nuestra comarca o si miramos cuántos diputados de nuestro territorio nos representan en el Parlament de Catalunya. Lo mismo ocurre si comprobamos cuántos de nuestros vecinos están sentados en consejos de administración de empresas públicas, cámaras de comercio o entidades bancarias. La representación institucional del “cinturón rojo” es muy inferior a su fuerza electoral.

Con lo dicho, no reivindicamos que exista un mimetismo entre nuestro peso demográfico y nuestra presencia en las instituciones catalanas. No. Tan solo señalamos el hecho.

Que estemos infrarrepresentados es la suma de múltiples causas: el crecimiento demográfico y el desarrollo industrial al sur de Barcelona es un fenómeno reciente, forjado en los últimos setenta años.

Un periodo que ha resultado insuficiente para tejer redes sociales potentes. Aún hoy, es un problema trasladarse en trasporte público de una población de la comarca a otra, porque los itinerarios de los autobuses son poco ágiles e insuficientes, además de carecer de líneas de metro que religuen el territorio y nos conecten con Barcelona. Tampoco contamos con una Cámara de Comercio, ni una entidad bancaria y nos faltan medios de comunicación potentes. En definitiva, nos falta un tejido social de mayor calidad.

Ciertamente, en los últimos treinta años de democracia, las mejoras han sido espectaculares. La Generalitat ha llevado a niveles de excelencia la sanidad y la enseñanza; el trabajo realizado por los ayuntamientos democráticos, todos, ha sido ingente y es ya un hito histórico, porque ha logrado una transformación urbanística del territorio que ha sido asombrosa.

El “cinturón rojo” hace tiempo que es mucho más que un territorio por urbanizar, en el que las industrias se alzan sobre el polvo o el barro de campos yermos, donde vive la emigración en medio de la conflictividad social. Ya no. Han mejorado las condiciones de trabajo, la cobertura social, el nivel de renta y cultura. Hoy, los hijos de decenas de miles de obreros de los años 70 son jóvenes con buena formación académica, que han conocido las penurias de sus padres y se sienten seguros, capaces, como cualquier otro catalán, de trabajar, disfrutar o decidir cómo tiene que ser nuestra sociedad.

Dependemos de nosotros. Tenemos que seguir trabajando para progresar y ganarnos la posición que nos corresponde en la sociedad catalana y también en el mundo institucional.

El debate de ideas es parte importante del futuro de cualquier país. En la Catalunya de hoy de forma especial. No es que convenga que vayamos a votar el próximo 27 de septiembre, es que resulta del todo necesario que Catalunya sepa lo que opina mayoritariamente la gente de L’Hospitalet y el Baix Llobregat. Sumamos 750.000 votantes, cifra muy relevante en el conjunto catalán (en las elecciones de 2012, los votos contabilizados en toda Catalunya fueron 3.700.000). El mundo político barcelonés gira estos días su cabeza hacia nosotros preguntándose cuál será la tendencia de voto y cuanta la abstención; en definitiva, qué influencia va a tener este millón de habitantes sobre el candente debate político catalán.

No podemos dejar de opinar. La abstención en el Baix Llobregat y L’Hospitalet no puede ser superior a la media catalana. Y entre todos hemos de procurar que la catalana sea la menor posible. No son momentos para dejarnos llevar de la mano. Por respeto al esfuerzo colectivo de construcción democrática; por los que nos precedieron y levantaron el país que hoy es Catalunya: agricultores, jornaleros desterrados, emprendedores sin capital, obreros luchadores; abuelos que hoy se sentirían orgullosos de unos nietos que quizá no llegaron a ver y que hoy viven como ellos nunca soñaron.

Por respeto a quienes nos precedieron, por propia dignidad y por el futuro de nuestros hijos, el día 27 los ribereños del Llobregat hemos de ir a votar masivamente. Votar lo que cada cual considere en conciencia; no es momento para no tener opinión. Sí; porque esta vez, la opinión de cada cual debe de prevalecer sobre las miserias con las que el mundo político nos haya desengañado a lo largo de los años. III

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