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Visitar la Misericordia

Por Mossèn Xavier Sobrevía
martes 14 de junio de 2016, 05:35h
“Reus, París y Londres” es una expresión que oí de pequeño en casa. Todavía se usa hoy, acompañada de una sonrisa en los labios. Pero es real, originariamente en el siglo XVIII, cuando en esas ciudades se establecía el precio del aguardiente.

Hace pocos días estuve en Reus. Conocía muy poco la ciudad y no sabía que tiene más de cien mil habitantes, casi tantos como Tarragona. Desconocía el rico patrimonio arquitectónico de la época modernista, aunque nada es de Gaudí, a pesar de nacer allí. Desconocía sus grandes avenidas y la atenta acogida de sus habitantes. Viajé allí para visitar una iglesia, una iglesia especial: el santuario de la Virgen de la Misericordia. Está justo donde acaba la ciudad y donde fue construida por el Ayuntamiento.

En el año 1592 la peste asolaba Reus, fue entonces cuando una pastorcilla recibió la aparición de la Virgen María y le explicó lo que tenían que hacer para que pasase la epidemia. Inicialmente no le hicieron caso, pero ante su insistencia lo probaron y cumplieron lo que la Virgen había dispuesto: rodear con cuerda el perímetro de la ciudad y encender una vela en la Iglesia de san Pedro. En pocas horas las personas de Reus que estaban enfermas, tanto las que frecuentaban la iglesia como las que no, quedaron curadas. Desde entonces hay siempre una vela encendida en esa iglesia. Visitar ese santuario no fue un capricho circunstancial, sino consecuencia del Año Jubilar de la Misericordia que ha convocado el papa Francisco.

Un año especial para recordar la misericordia de Dios con nosotros, que especialmente se manifiesta cuando nos perdona los pecados al confesarnos. También un Año para recordar que cada uno de nosotros debe ser fuente de misericordia. Por eso el Papa tiene especial interés en que recordemos las catorce obras de misericordia, siete corporales: Visitar a los enfermos; Dar de comer al hambriento; Dar de beber al sediento; Dar posada al peregrino; Vestir al desnudo; Visitar a los presos; Enterrar a los difuntos; y siete espirituales: Enseñar al que no sabe; Dar buen consejo al que lo necesita; Corregir al que se equivoca; Perdonar al que nos ofende; Consolar al triste; Sufrir con paciencia los defectos del prójimo; Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos. Una visita que está beneficiada con la “indulgencia plenaria”. Una gracia de Dios que nos abre las puertas del cielo más rápidamente pues nos libera de las penas del purgatorio. Es una gracia semejante al Jubileo que cada siete años se puede obtener yendo a Santiago de Compostela y que también se puede aplicar a las personas difuntas.III

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