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Del filibusterismo a la incógnita
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Del filibusterismo a la incógnita

11 de octubre

Por decirlo metafóricamente: se estuvo a punto de rozar la tragedia y lo que en realidad se ha rozado ha sido el ridículo. Lo primero que se me vino a la cabeza después de oír el discurso de Puigdemont fueron aquellas palabras de Tarradellas que decía que en política lo único que no está permitido hacer es el ridículo, pero el transcurso de la noche y la ampliación de los detalles de todo lo que pasó, permite hacer otras muchas lecturas que puede que dejen eso del ridículo demasiado corto: quizás pueda hablarse de filibusterismo, de frivolidad, de cinismo, de pragmatismo, en muy diversas proporciones, y de todo a la vez.

Filibusterismo. Todas las señales, desde la primera comparecencia del president después del 1-O hasta las seis de la tarde de ayer cuando se anunció el retraso de una hora del plenario, indicaban que no se retrocedía un milímetro de la estrategia planteada a lo largo del dilatado recorrido soberanista, pero especialmente desde la nueva legalidad impuesta el 6 de septiembre.

Reforzaban esta idea las opiniones de los propagandistas de los media, las declaraciones de los presidentes de la ANC y de Omnium y la convocatoria a las puertas del Parlament. Lo que ocurrió después es que el Parlament, que es quien debía proclamar la República catalana en virtud del mandamiento vinculante de las urnas, de la ley de referéndum y de la comparecencia presidencial, ni siquiera tuvo oportunidad porque no hubo debate, ni votación ni nada de nada. De nuevo, Puigdemont amagó con declarar él solo la república para, en la misma frase, pedir en nombre del Govern que el Parlament suspendiera una declaración que no se había producido.

Frivolidad. No satisfecho con el juego de manos técnico, políticamente incomprensible, acabó de levantar un monumento a la frivolidad, suscribiendo un documento político, al margen del Parlament pero firmado solo por los 72 diputados del bloque independentista donde se proclama la República, se pide el reconocimiento internacional y se insta al desarrollo de las estructuras del nuevo Estado.

Cinismo. Ayer, sin previo aviso y contra pronóstico, se dio probablemente el bofetón más contundente e inmerecido que han recibido en su dignidad los dos millones de independentistas que han seguido la estrategia del ‘procés’ desde el 2012. Esperaban la declaración de independencia por la que habían soñado cada vez con mayor intensidad gracias a las promesas mil veces repetidas y por las que se habían enfrentado a la policía hace cuatro días. Y se encontraron con una increíble pirueta para decirles que el sueño que estaba en la punta de los dedos, se ha liquidado, y quienes han puesto el freno, lo han hecho prácticamente sin despeinarse. Y, claro está, sin contar con ellos y, lo que es muchísimo peor, con la insostenible justificación pública del presidente de la ANC que solo unas horas antes alardeaba de lo que parecía inevitable y que era todo lo contrario.

Pragmatismo. Como que lo que se ha anunciado —la independencia— no es posible sin que se produzcan daños siderales, lo más aconsejable es parar en seco, aunque eso signifique colapsar al caballo —el independentismo— y herirlo de muerte, porque lo verdaderamente trascendente es que el jinete —los líderes del procés— no se estrelle, sin tener en cuenta que lo que importa no es el jinete porque jinetes hay muchos, sino el caballo al que se ha enviado a una carrera alocada —la secesión— diciéndole insensatamente que ganaría la carrera. Sin caballo no hay carrera pero el jinete siempre piensa que en esta pareja lo importante es él, incluso más que la carrera y desde luego, muchísimo más que el caballo. El pragmatismo siempre lleva a salvar los muebles en el último extremo y a justificarlo como un bien superior que beneficia a todos.

Punto de inflexión

Más allá de la insensatez bravucona de que se llegaría al final para hacer todo lo contrario en el último suspiro, que explica hasta que punto podemos fiarnos de nuestros líderes, lo cierto es que lo que se ha hecho tendría que suponer un punto de inflexión para reconducir la situación pero de nuevo, como se ha hecho tan tremendamente mal, es posible que estemos en el mismo punto pero con uno de los contendientes más noqueado que antes. Esto es como una pelea en un ring donde cuando el campeón recibe un castigo sorprendente y se trastabilla en el umbral del KO, el aspirante resbala y el campeón aprovecha para darle un crochet, esta vez de derecha, de consecuencias irreparables. En esta estamos.

Como que se hizo un amago de declaración y luego hay una intencionalidad política suscrita por quienes gobiernan el país y en realidad lo que ha ocurrido se puede tomar en los dos sentidos —como que se hizo declaración o como que se evitó— el gobierno, que ha estado ansioso de golpear contundentemente desde el ridículo del 1-O, puede hacer cualquier cosa: responder a la tregua o decir que hasta aquí hemos llegado. Esta última alternativa está siendo una presión prácticamente insostenible desde que el reto independentista llegó con fuerza a Europa y esta misma Europa que Puigdemont reclama para que ponga paz entre las partes, puede estar a estas alturas mucho más de acuerdo en que sea la parte fuerte la que acabe de una vez con el problema. Ya lo veremos.

Lo cierto es que seguimos en el impasse. Bastante mas desconcertados que antes, con uno de los dos bloques, el independentista, sin duda alguna más herido en su interior y por lo tanto mucho más débil, y con la solución aceptable para todos igual de lejos.

Pero todo eso puede volver a cambiar a poco que se sigan cometiendo errores. Como que una parte del independentismo activo está dispuesta a justificar lo injustificable para no diluir el movimiento que tantísimos esfuerzos ha costado y como que la parte más herida y radical es de las que no desfallece ante las derrotas porque esta hecha de esa substancia, todo podría volverse a recomponer con una cierta facilidad, porque el independentismo no se ha desactivado y cualquier afrenta arbitraria le insuflará nuevos bríos.

Cambios en el independentismo

Además es importante que esa parte del país no se sienta derrotada antes de tiempo porque sin esa parte del país, constructivamente activa, no es posible afrontar el futuro. De ésta historia, el independentismo también habrá aprendido mucho. Lo principal, que no es posible empujar desde la cola porque la cabeza tiende a dar bandazos. Y que para empujar desde la cabeza y que todo el cuerpo siga hay que tener, primero, cabeza, y después mucho músculo. Con diez diputados de 72 puedes aspirar, si eres necesario, a que se te tenga en cuenta, pero también corres el peligro, si presionas sin dar oxígeno a la vez, a que te sustituyan por algún compañero de viaje menos esencialista y más dúctil. Los de Catalunya Sí Que es Pot pueden estar interesados en alcanzar acuerdos que substituyan la proclamación de la república por un desarrollo federal con derecho a decidir. Y esa propuesta abre puentes en lugar de cerrarlos.

Para ello es imprescindible también que el PSOE se apunte a la racionalidad. Ayer, Iceta demostró una talla que venía alumbrando desde hace meses y así como Arrimadas decepcionó por su insolvencia parlamentaria —y no digamos ya el bobo de Albiol que se siente incomprensiblemente crecido—, con el socialismo catalán habrá que seguir contando.

Seguimos, eso si, donde estábamos, sin el dogal en el cuello que ya es bastante, pero con todas las incógnitas encendidas.

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