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El sueño eterno de un país adolescente
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El sueño eterno de un país adolescente

27 de octubre

Lo peor del día de ayer no fue que se aprobara la tramitación del 155 en la comisión del Senado, ni que se dejara todo abierto tras los titubeos del president para que el Parlament decida hoy en bloque si ya somos una república o no lo seremos nunca. Lo peor fueron los titubeos, muchísimo más que sus consecuencias.

Ningún político con experiencia y con sentido de la responsabilidad da esa imagen bochornosa de inconcreción. Cualquiera que es consciente de la carga representativa que tiene en sus manos se lo piensa mucho antes de anunciar su actuación, una vez anunciada la ejerce y un a vez ejercida la mantiene hasta el final.

El president se ha visto superado muchas veces a lo largo de este periplo, pero lo de ayer es la demostración más extraordinaria de que el cargo le viene grande, de que el ‘procés’ ha sido el peor error del catalanismo de los últimos años y de que lo que se acerca no sé si va a ser mejor o peor, pero desde luego será más complicado.

Y lo más dramático de todo es que Puigdemont hizo lo que hizo ayer, no por gusto. Fueron tantas sus dudas personales y tan abrumadoras las presiones, que se expuso ante el mundo como un personaje de ficción, el portavoz adolescente de un país que quería ser libre y que apenas ha ido dando la imagen de una sociedad aniñada, malcarada y protestona.

Judas niño

Jamás debió anunciar que convocaría elecciones y que comparecería a las 13,30, para suspender la comparecencia y posponerla hasta las 15,30, suspenderla de nuevo hasta las 17 y a esa hora anunciar que ya no convocaría elecciones, sino que lo dejaba todo en manos del Parlament.

Jamás nadie le debió llamar traidor y mucho menos gente con poder y poca cabeza del partido que le secunda, ERC. Jamás nadie de ese partido debió anunciar dimisiones que luego no se producirían, ni presionar para dejar en bloque el gobierno si el president convocaba elecciones. Puigdemont debe haberse dado cuenta ahora, de cuantas debilidades le han acompañado en esta amarga travesía, la peor de las cuales haberse apoyado tanto y tan confiadamente en un partido tan ligero como ERC. Sabido es que planteó su propia dimisión para que tomara la decisión de proclamar la república quien tantas ansias aparentes presenta, el vicepresidente Junqueras; pero éste dijo que no.

Él, que se ha hartado de explicar que es una buenísima persona, no tuvo el coraje suficiente de apartar del president de la Generalitat ese cáliz agrio sobre el que presentaba tantísimas dudas. Tantas, que no lo va a hacer. Puigdemont no va a declarar la independencia: la tendrá que declarar el Parlament.

Todo lo demás que ocurrió ayer fue accesorio. Funcionó según el plan previsto en las últimas horas, desde que al PP dejó de asustarle poner en marcha el 155 en solitario. No solo no dio ninguna señal de facilitarle al President Puigdemont una salida digna, aceptando la convocatoria de elecciones para suspender la aplicación del 155, sino que no quiso aceptar la delegación que este recomendaba en la persona del delegado del Govern en Madrid, Ferran Mascarell, ni tomar en consideración la enmienda del PSOE en la comisión del Senado que pedía al gobierno eso mismo: que no aprobara la aplicación del artículo maldito si en Catalunya se convocaban elecciones. Rajoy, consciente de la creciente debilidad del independentismo, ni siquiera tuvo la decencia de salir a la palestra para evitar que nadie se sintiera ultrajado. El ultraje, en última instancia ya le parece bien y en ese contexto, no puede extrañar nada que los diputados secesionistas se arrojen al río de una declaración de independencia que servirá otra vez para la épica, pero no para la historia.

No ha pasado nada que no se percibiera en el ambiente. Cuando los vascos, el PNV, —que han vivido en la cuerda floja durante tantos años y que tienen la enorme suerte de tener tanto talento en sus filas como doblez y pragmatismo cuando conviene—, aconsejaron a Puigdemont convocar elecciones, debían saber muy bien por qué lo hacían y debían haber valorado a conciencia qué supone para una sociedad nacionalista apasionada pero doliente, explicar que no hay nada que hacer. Que las independencias hay que tenerlas maduras para cuando el momento histórico lo permite pero que si ese momento no llega, la independencia puede convertirse en un sueño eterno.

Las independencias solo están maduras cuando el pueblo es maduro. Un pueblo reflexivo, paciente y convencido de que esa vía puede ser la mejor, está preparado para la independencia. Un pueblo que se cree las milongas, que se cree con derecho a ser más rico que los demás solo porque ha nacido en un lugar que se ha desarrollado con esfuerzos múltiples llegados de muchos horizontes, que se considera mejor que los demás porque es distinto, un pueblo que convierte el deseo político en una frivolidad, es un pueblo que juega y que necesita crecer. Esos somos nosotros, todavía.

Otra derrota

Ahora habrá que ver. El PP quiere llegar al final. Quiere tener el instrumento a mano para utilizarlo cuando convenga, donde lo necesite y contra quienes pueda. Estamos al final del sueño —el ‘procés’— y al principio de la vigilia —la cruda realidad— y todavía tardaremos un tiempo en estar lo suficientemente despiertos para contemplar qué ha ocurrido a nuestro alrededor mientras vivíamos en el letargo. Solo que ahora habrá que añadir una nueva muesca a la lista de derrotas: una por generación, por lo menos.

Para ésta, esperemos que sea suficiente y se deje de confiar en quienes venden quimeras a precio de ganga.

A partir de mañana tendremos una nueva realidad pase lo que pase. El artículo 155 engrasado para que el gobierno lo pueda aplicar con la gradualidad que precise y elecciones convocadas para que no haya necesidad de controlar el Parlament ni apenas destituir al Consell Executiu, o simplemente la gente en la calle, tensión sobre tensión, para mantener una república catalana asediada por todas partes, incluso en su interior. El panorama, sea el que sea, más bien triste.

Pero como el país es el que es, también podríamos encontrarnos mañana con que el teatro de operaciones ha sufrido un seísmo y que lo que estaba elevándose sobre sus cimientos, tambalea y se cae. Hay tantas grietas donde mires, que va a costar durante una temporada pisar tierra firme.

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