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Josep Rull publicó esta imagen en su cuenta de Twitter a primera hora de la mañana. Una de las hipótesis es que el hasta ahora conseller de Territori i Sostenibilitat gane peso en la próxima lista del PDeCAT
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Josep Rull publicó esta imagen en su cuenta de Twitter a primera hora de la mañana. Una de las hipótesis es que el hasta ahora conseller de Territori i Sostenibilitat gane peso en la próxima lista del PDeCAT

La ignominia

31 de octubre

La derrota de la república catalana es tan absoluta, que espanta que se llegara hasta este punto sin que los más proclives lo impidieran. El fracaso ha sido total porque si alguien podía imaginarse que las instituciones opondrían resistencia, después de haberla predicado de manera tan sistemática y de la honorable respuesta de la gente, lo que se vio ayer resultaba infame, sin paliativos.

Después de la ‘espantá’ del viernes, ya se intuía que faltaba espíritu a lo largo del fin de semana, pero lo de ayer fue épico. Acataron todos, el president, el govern en pleno, el Parlament, los partidos, es decir, las instituciones. La única que no contó para nada fue la gente. No respondió porque no la convocaron, porque las instituciones estaban a lo suyo.

El president y el govern para ver como se salvaban de las querellas, el Parlament sin diputados, solo con la Diputación Permanente a la espera de que citen a la Mesa en los tribunales, y los partidos, perdiendo el aliento apresurándose para la batalla electoral, que se prevé reñida. Lo peor no es esa huida sin dignidad, que puede entenderse por el temor humano, exento de la épica exigible a los dirigentes. Lo peor es la justificación que no cesa.

Ese proclamar que se sigue trabajando por la república, ese explicar que el president se ha ido para internacionalizar el conflicto, ese señalar que se participa en las elecciones para fortalecer la independencia, como si los catalanes fueran idiotas. Esa falta de decoro mínimo para reconocer que se ha llevado a la gente al abismo y que una vez allí se la ha abandonado miserablemente manteniendo, encima, el mensaje de que avanzamos sin tregua, para ver como se desempeñan desde lejos.

Ya se veía que el independentismo era una quimera. Lo que algunos ignorábamos es que era una estafa, una ignominia. No por parte de quienes creían en la causa, que son gente honesta de convicciones firmes aunque, como se ha visto, ancladas en la fantasía, sino por parte de quienes estaban dispuestos a abandonarla cuando el nuro se hiciera evidente.

La levedad de los trileros

Se debió decir la verdad desde el principio, pero puestos a querer negarla para fortalecer una opción difícil, lo único que no resiste ninguna prueba de honestidad es no reconocer el fracaso y ponerse al frente de la derrota. Es muy bonito liderar los avances, pero donde se descubre a los verdaderos dirigentes es en la sublime conducción de las retiradas. No es difícil pedir resistencia y sacrificio. Se hizo el día 1 de octubre. Lo difícil es resistirse y sacrificarse. No tengo palabras para definir la miseria del filibusterismo. La insoportable levedad de los trileros.

De lo que ocurriría tras el viernes loco, lo único que resultaba impensable era la solicitud de asilo político del president y unos cuantos consellers en un país europeo. Si tienen la pretensión de demostrar que España es un país que persigue independentistas lo van a tener muy crudo porque han dejado tras de si un reguero de catalanes a los que solo les queda eso: de nuevo el sueño irrealizable de la independencia pero ahora lastrada por el ridículo. Y que no se van a ir a Bélgica a pedir asilo. No parece que España tenga el propósito de perseguir independentistas porque el 21 de diciembre es posible que varios partidos lleven esa proclama de nuevo por bandera. Y es posible que algunos de ellos vuelvan a tener mucho poder. Lo que es seguro es que ya nadie se atreverá a enfrentarse solo con la fuerza de la calle, y sus legítimos argumentos, a la legalidad del Estado que, como se ha visto, solo es modificable si se acuerda con él o si se le destruye.

Las elecciones

Otra cosa es que la Fiscalía General quiera imponer correctivos exagerados y que los jueces lo permitan. O que parte de la clase política española —de rancias esencias—, al albur de la derrota secesionista, se crezca y fanfarroneé, que es muy propio de ella. Lo mejor sería superar esta crisis sin demasiados daños objetivos y poner el foco donde corresponde para que no se vuelvan a reproducir las heridas: en la reforma constitucional y la profundización de la España Federal en la que la plurinacionalidad del Estado encuentre encaje y perspectivas.

Ahora, treinta días después del 1 de octubre, todo parece retornar a un estado de cierta normalidad que podría ser, no obstante, completamente pasajero. Habrá nuevas elecciones y puede pasar cualquier cosa. Se presentan las mismas fuerzas, o casi —la CUP lo tiene que valorar— todavía no se sabe si juntas o disgregadas —podría haber incluso más candidaturas que el PDeCAT o ERC simplemente— y la polarización es mucho más agresiva que lo fue en el 2015. Los Comuns tendrán que concretar más de lo que lo hicieron entonces en que punto se sitúan y con quienes pactarán.

Si vencen las fuerzas claramente no independentistas, la situación entrará en un camino de relativa tranquilidad, pero si ganaran en votos y en escaños o solo en escaños de nuevo los secesionistas, la complejidad sería manifiesta y el conflicto lejos de resolverse, se profundizaría. Exactamente hasta el extremo que pretenden los soberanistas, porque esto forzaría a una respuesta política por parte del PP exigida por todo el mundo y quizás también por la UE.

Vamos a asistir, por lo tanto, a una cifra récord de participación aunque las elecciones sean en jueves, a las puertas de la Navidad y un día antes del sorteo de la Lotería, porque Catalunya se juega mucho.

El vértigo nos da una tregua.

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