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Todos a la cárcel

3 de noviembre

Imaginemos algo que nunca ha sucedido. El jueves 26 de octubre a escasas horas del pleno del Senado donde podría aprobarse la aplicación inmediata del artículo 155 de la Constitución que interviene algunas funciones de la Generalitat, hay una reunión de urgencia en los despachos de presidencia. Puigdemont ha valorado todas las posibilidades tras lo que ahora ya parece una postura inflexible del gobierno Rajoy.

Sus principales colaboradores del PDeCAT, gente con la que mantiene muy buena sintonía desde siempre pero que ahora le acompañan íntimamente en las decisiones más costosas, le han puesto sobre la mesa los pros y los contras de la convocatoria de elecciones que ha de ir acompañada necesariamente de una renuncia inmediata a la DUI.

El último en darle su opinión más concreta ha sido el conseller Santi Vila quien le insta a no demorar más lo que él considera la única salida honrosa y justificable. Se toma media hora de respiro a solas, con un café humeante sobre la mesa que le acaba de traer su secretaria y pide que durante los minutos siguientes no le interrumpa nadie. Se pasea por el despacho, se acerca a la ventana, consulta su teléfono. Cuando está a punto de vencer el plazo recibe una comunicación interna.

Le esperan dos diputados de la CUP que le quieren consultar algo relacionado con la detención de los Jordis. Les hace pasar y antes de empezar la conversación que les ha llevado al despacho les adelanta su decisión de convocar elecciones. Llama de inmediato a los responsables de prensa para que le preparen una comparecencia. Quiere hacerla antes de mediodía. Cuando todavía no ha terminado su conversación con los diputados de la CUP, un cuarto de hora más tarde, le pasan una llamada interior de Oriol Junqueras. Su secretaria le imprime y le hace llegar una veintena de tweets que se han sucedido en los últimos minutos.

El president despide a los diputados desde su sillón, coge el teléfono y revisa simultáneamente los tweets. Ve las amenazas de dimisión de varios diputados, los insultos que empiezan a circular por la red y escucha de Junqueras en un tono lacónico y amenazador que no está de acuerdo con su decisión, que eso va a acarrear conflictos internos y que su propósito no será entendido por el bloque independentista. Desde prensa le anuncian que una parte del PDeCAT tampoco se muestra contento con la decisión y que piensan convocar una ejecutiva del partido para discutir la convocatoria y el rechazo a la DUI.

La renuncia a la DUI

Puigdemont, que ha cortado en seco al vicepresidente, le pide a su gabinete de prensa que avise que en 30 minutos estará en el atrio de Palau convocando a los medios. Le pide a su secretaria que no le pase ni llamadas, ni impresiones y que no programe una sola visita, con la excepción hecha del ex president Mas. Desde entonces hasta que sale al pasillo con los medios expectantes, nadie le ha molestado, y ha utilizado el tiempo para redactar unas notas. Es muy duro cuando afirma que quiere ser el presidente de todos los catalanes y no solo de una parte de ellos y anuncia la disolución del Parlament, el inicio de la ley de transitoriedad aprobada por el Parlament en su día y la consiguiente convocatoria de elecciones constituyentes para el próximo 21 de diciembre, jueves. Afirma haber dado orden de su publicación en el DOG, notificación por escrito al gobierno del Estado y una convocatoria urgente del Consell Executiu para determinar los siguientes pasos del govern en esta nueva etapa que se abre, donde sigue existiendo la amenaza del 155.

Nada más la noticia adquiere alcance nacional, Pedro Sánchez pide una reunión urgente con el presidente Rajoy y Ribera se desplaza en automóvil hacia la Moncloa. Una hora más tarde, Rajoy comparece ante los medios para afirmar que la Comisión del Senado del 155 debatirá por la tarde la convocatoria de elecciones del president Puigdemont para ver si ésta decide desconvocar, a la vista de la nueva circunstancia, el pleno del Senado del viernes. La aplicación del 155 no está suspendida, pero se espera un alargamiento de los plazos, después de que el PSOE, considera que han cambiado las circunstancias, que ya no habrá DUI y que se desmarca oficialmente de su apoyo al 155.

El viernes siguiente se desconvoca el pleno del Senado hasta el día 3 de noviembre cuando se debe valorar el informe de la Comisión del 155. El sábado día 28 se reúne el Consell Executiu de la Generalitat y el lunes 30 la Diputació Permanent del Parlament de Catalunya y las ejecutivas de todos los partidos. ERC decide congelar su participación activa en el govern pero, a la hora de la verdad, no dimite ninguno de sus miembros. El Consell Executiu se reúne de nuevo el martes 31 y pone en marcha una comisión de estudio de las estructuras de Estado que debe redactar un informe de trabajo que será entregado a los diputados de la mayoría de gobierno que resulte del Parlament del 21 de diciembre.

Hoy es 3 de noviembre y pasó todo lo contrario. Desde el viernes 27, el Consell Executiu está disuelto, la Generalitat intervenida, los Mossos traspasados a Interior, pese a la DUI. Desde el sábado 28, la sensación es que la república recién proclamada ha dejado de existir. Desde el domingo 29, se observa como cala el desconcierto entre el sector independentista porque todo parece congelado y desangelado en sus filas y afilado y despierto en las de enfrente. Desde el lunes 30, la sensación es que, ante la querella de la Fiscalía contra el president y el govern en pleno y la mesa del Parlament, medio govern se plantea una estrategia en Bruselas y el otro medio otra distinta en Barcelona.

Desde el martes 31, se ve que no va a haber respuesta de Europa, aunque Puigdemont haya elegido ese escenario para explicar lo que todo el mundo ya sabe: que los Estados laminan cuando te enfrentas a ellos y no tienes posibilidad de vencerlos. Desde el miércoles 1, que el país se encamina hacia una normalidad en las instituciones y un creciente desasosiego en las calles y desde el jueves 2 por la noche la impresión de que no hay quien controle a la maquinaria de la Justicia y que con la maquinaria de la Justicia descontrolada y a su aire, la política va a remolque.

Políticamente inconveniente

Ayer se encarceló al govern que estaba aquí y hoy se dictarán ordenes de detención para quienes permanecieron en Bruselas desoyendo a la Audiencia Nacional. Es evidente que el motor judicial lo disparó el gobierno Rajoy hace ya muchos años y es evidente también que la fiscalía general que actuó el lunes, no suele moverse en contra de lo que el gobierno desea, por lo que deben adjudicársele a Rajoy las detenciones del jueves.

Pero si es cierto esto, también lo es que los jueces pueden dar la razón o quitársela a los fiscales y no pasa nada. Y también es cierto que si el jueves 26 Puigdemont hubiera obrado como se narra más arriba, el escenario de estos últimos días donde se acusa al ejecutivo de unos cuantos delitos por la DUI, no hubiera existido.

La jueza Lamela encarceló por unas razones que parecen inaceptables, pero sobre todo que resultan inconvenientes. Inaceptables jurídicamente; inconvenientes políticamente. Para lo primero existen recursos pero para lo segundo no. Por eso es tan importante controlar la maquinaria de la justicia porque cuando impacta con la secuencia política, los desperfectos se los lleva esta última. De ahí a decir, sin embargo, que estamos ante un asomo de dictadura va un abismo. De ahí a decir que aquí se lucha contra la tiranía es una sandez propia de quienes no la soportaron durante el franquismo.

De ahí a decir que hay presos políticos, lo mismo. Pero eso no resta para que algunos pensemos que la jueza Lamela, como les pasa a muchos ciudadanos, se deja llevar en sus resoluciones por el clima existente, demasiado subjetivo y polarizado. Y, en su caso, peligroso, porque ella no es una tertuliana sino una juez que tiene la potestad de privar a un ser humano de libertad y de desatar pasiones tremendas a colectivos airados. Todos a la cárcel es una barbaridad política aunque pueda ser una decisión jurídica razonada.

O sea que seguirán viniendo nuevos días de más tribulación y caos, más frentismo y emoción, mas rabia concentrada y desconcierto, el peor contexto para unas elecciones y para que resucite la normalidad.

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