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Su realidad y la nuestra
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Su realidad y la nuestra

13 de noviembre

Es tan desestabilizante el proceso secesionista de Catalunya que nos hemos cansado de oír que la mayoría de partidos han tenido que ir acomodando sus respuestas a los vaivenes de la coyuntura, perdiendo —eso sí— en cada colada una pieza, excepto en el caso de la CUP donde todo el mundo ha ido coincidiendo en que son los más coherentes. Los más radicales, sin duda, pero también los más congruentes.

Lo fueron, ciertamente, cuando al inicio de la legislatura se la jugaron a Mas y ganaron y lo siguieron siendo cuando fueron forzando la maquinaria de la ruptura con el Estado a medida que se iban planteando leyes en el Parlament que luego eran recurridas ante el Constitucional y anuladas, hasta conseguir un punto de no retorno —el momento clave de la desobediencia— cuando se aprobaron las leyes del referéndum y de transición jurídica los días 6 y 7 de septiembre.

Hasta ese momento, excepto Ciudadanos y el PP que llevan décadas sin moverse del sitio —esos son los coherentes de verdad— todos los partidos han hecho guiños, han cambiado de estrategia, han ido retorciendo su discurso y sus actitudes en virtud de los escenarios diversos que se han ido sucediendo y, en cada movimiento, han descubierto incomodidades, pérdidas de crédito, contradicciones interiores, etc. Cuando todos parecían dudar, la CUP resultaba firme y contundente en su rupturismo. Se podía estar o no de acuerdo con ellos-ellas pero eran concisos, y transparentes como el aire puro.

Todo eso se torció, en mi opinión, en un episodio que pasó muy desapercibido pero que evidenció que las contradicciones son inevitables en los momentos críticos. Desde entonces hasta la decisión de ayer de presentarse a las elecciones del 21-D todo han sido, en mi opinión, evidentes despropósitos. Y no han pasado muchos días.

Coherencia

En la jornada del 27 de octubre, cuando en el Parlament se declaró la DUIF —declaración unilateral de independencia fantasmagórica— el grupo de JuntsxSí pidió votar la última resolución con voto secreto y personal en urna, con el único objetivo de impedir que se supiera qué votaba cada uno y de esa manera sortear la posible implicación penal de los diputados.

La mitad de los diputados de la oposición se habían marchado y los de CSQP se mostraron contrarios al voto secreto, pero la CUP, contra lo que hubiera sido exigible teniendo en cuenta su arriesgada actitud coherente, se pronunció a favor. Lo lógico para una formación que se declara radical en las propuestas y en las formas es asumir hasta las últimas consecuencias las derivadas de sus actos, sobre todo porque su programa de ruptura lleva implícita la rebeldía y la asunción de las consecuencias de esa rebeldía, sean la que sean.

Lo han declarado cientos de veces: no les arredra el peligro y no cejarán en su empeño de conseguir una república social para Catalunya. Y además lo practican siempre que corresponde, en plena coherencia con sus ideales. Entonces, ¿a qué se debió esa comprensión de última hora con los diputados de JxS? Parece que la única explicación era que se temían la represión penal del gobierno. ¿Y ese peligro de la represión es suficiente argumento para justificar la ausencia de dignidad? ¿O es que es digno defender una cosa y hacer ver que se vota lo contrario, para evitar daños colaterales?

Lo cierto es que ahí la CUP empezó a perder su coherencia, empezó a justificar la falta de valentía que en política es esencial para la credibilidad.

Algo semejante e igualmente incongruente —justificar hasta el paroxismo— han hecho después con las espantadas de Puigdemont, los huidos a Bruselas y todos los encarcelados por la Audiencia Nacional. Se puede desmentir la realidad, ajustarla a como se quisiera que fuera, pero lo que no se puede, salvo incurrir en un absurdo esencial, es imponer a todos una realidad que solo vemos nosotros. Y luego quejarnos porque nos obligan a responder de nuestros actos en la realidad que es, y no en la que quisiéramos estar.

Ejemplos. Se puede insistir en que el 1 de octubre hubo un referéndum del cual se desprendieron resultados ticos, afirmar que lay Estado de Derecho, afirmar que esto es una dictadura, decir que existen presos polncurrir en la contradicútiles para tomar decisiones. Pero lo que no se puede defender es que las decisiones tomadas sean válidas también para quienes no pueden asumir que el 1 de octubre hubo referéndum (todos, excepto los secesionistas).

Un mundo propio

Se puede insistir en que la república es una consecuencia de ese resultado, pero no se puede defender que los que no consideren que haya resultado no traten de anular la república. A partir de ahí todas las lecturas son válidas: decir que no hay Estado de Derecho, afirmar que esto es una dictadura, decir que existen presos políticos, afirmar que la adopción del 155 es un hecho represivo antidemocrático y considerar que las elecciones del 21-D son ilegítimas… pero legitimarlas respondiendo afirmativamente a su convocatoria.

Es decir, si acomodamos la realidad a nuestra ficción podremos ser capaces de justificarlo todo, de embarullarlo todo, de ponerlo todo en crisis y de buscar explicaciones que solo vayan bien a quienes perciben esa realidad. Es lo que está haciendo el independentismo: un mundo propio para consumo interno, donde todo lo exterior nos agrede, cada vez con más saña. Y la CUP no es original en este sentido.

Por eso van a haber tres listas independentistas cuando todos ellos solo querrían una; por eso la CUP va a seguir manteniendo la propuesta secesionista unilateral —ya veremos las otras fuerzas— pese a que ya es evidente que esta es una vía sin solución. Por eso Carme Forcadell no asistió el otro día a la manifestación de los móviles para pedir la libertad de los encarcelados, porque ella quiere permanecer libre…

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