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Resentidos, diletantes, obnubilados y en babia
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Resentidos, diletantes, obnubilados y en babia

17 de noviembre

Para desgracia de todos, el punto al que hemos llegado, en lugar de abrir horizontes, los cierra.

Empiezan las frustraciones recónditas en las filas del secesionismo, por más que la jerarquía se esfuerce en mantener la llamita de la república encendida. Primero fueron los primeros espadas y, poco a poco, es la gente de la calle la que vacila, se muestra más silenciosa, alguno incluso ha afirmado que no les seguirá votando.

Como que todo es un lastre inmenso de emociones y la calle es creyente y dúctil, las cosas pueden modificarse de aquí al 21 de diciembre y el independentismo de nuevo rumbo puede verse favorecido, o todo lo contrario. Quien sabe. Depende de donde pongas el oído, porque los hay que siguen convencidos de que los únicos errores los ha cometido el gobierno y las fuerzas constitucionalistas, y que en su bando puede que haya habido titubeos pero, desde luego, jamás engaños.

Para remediar el problema catalán, conocida la incapacidad del gobierno Rajoy para plantearse cualquier cosa que no sea el inmovilismo, no había otra salida que la reforma de la Constitución.

En el peor momento de la crisis, cuando la perspectiva del 155 era el terror y el PP no se atrevía a aplicarlo en soledad, el PSOE se mostró favorable a acompañarle en esta atípica travesía del desierto a cambio de afrontar de una vez por todas —y parecía que incluso sin limitaciones— el estudio de la cuestión territorial y los cambios necesarios en la Constitución.

El 155 daba pánico por lo que tenía de intervención de las instituciones, pero después de los inmensos errores del secesionismo declarando la DUI cuando se lo podría haber evitado convocando elecciones probablemente sin cárcel para los exconsellers, y del acierto de una aplicación suave y de la convocatoria de elecciones en el mínimo plazo posible, el pánico por las consecuencias de ese imprevisible artículo se ha mutado en tranquilidad.

A ello contribuyó notablemente también, la incomprensible dejación de funciones del ejecutivo catalán y la aceptación inmediata de la nueva realidad, casi a la vez que las nuevas acometidas judiciales que llevaron a la cárcel al gobierno Puigdemont y al delirio a un presidente que se creía amortizado y que ahora está en éxtasis y se cree el mesías.

Lo que está viniendo después es poco más que un esperpento. Crece la rabia y el desconcierto en un bando, y decrece el temor, casi al mismo tiempo, en el otro. Las dos cosas son una pésima noticia para el futuro. No se podrá reconstruir un futuro con enfurecidos ni con diletantes y ahí estamos.

La reforma Constitucional
Que se vivieran momentos flojos en el movimiento independentista se veía venir. Rozaron un cielo profético con los dedos de la emoción y cuando la niebla de la utopía republicana escampó, se dieron de bruces con el retroceso institucional. Que el sentimiento nuble la razón a veces, aunque no sea justificable, es comprensible. Lo que ya es menos comprensible y aceptable es que la desaparición del terror escénico te convierta de nuevo en Goliath. Es lo que parece que les está pasando a los constitucionalistas. Han visto que el 155 no ha sido el azote de los catalanes ni para ellos mismos y se han creído que aquello de la reforma de la Constitución a la que un día accedieron ya no hace tanta falta.

Y esa es la desgracia que nos azota porque sin reforma de la Constitución, no hay resolución a futuro del problema catalán. Es cierto que no ha ayudado en nada la escasísima visión de Estado que han demostrado en este terreno los amigos de Podemos. Que los nacionalistas, catalanes y vascos, se miraran algo más de perfil la propuesta conjunta de PSOE y PP de abrir una comisión territorial de estudio, tenía un cierto sentido, sobre todo después de la amenaza recóndita que podía suponer la aplicación del 155.

Podemos, sin embargo, podría haber adoptado una posición mucho más madura: denunciar, como hizo, la aplicación del artículo excepcional, pero comprender también que había sido motivado por el callejón sin salida de la DUI y sobre todo esperar sus consecuencias. Si el mismo president, el consell executiu, los altos cargos, los partidos y hasta la sociedad catalana han aceptado sin altercados las consecuencias prácticas de su aplicación, a que van Podemos y els Comuns a convertirse en los adláteres de su máxima condena. Su exceso de celo, que revirtió en la negativa a formar parte de la comisión territorial de estudio, ha sido, en la práctica, un inconmensurable error.

Ha dejado a PSOE, PP y Ciudadanos ante la sensación que el problema catalán se está diluyendo, cuando su única disolución posible pasa por reformar la Constitución y encajar la multinacionalidad del Estado en una fórmula federal o confederal que sea aceptada por todos y refrendada en una consulta vinculante de Estado.

Sin nacionalistas y Podemos en el hilo de la reforma constitucional, aparte de que ésta no es posible, permite —ya está permitiendo— que quienes se creen que están resolviendo el problema catalán, piensen que se van a ahorrar una reforma drástica de la Constitución que consiga que nos preguntemos no solo por el modelo territorial futuro sino también por la forma de gobierno inexcusable.

Los peores designios
El PSOE, con la tranquilidad de un 155 que no ha deflagrado violentamente, y sin la presión de nacionalistas y Podemos, se ha atrevido a meter en la comisión territorial de estudio al representante menos adecuado —el felipista José Enrique Serrano— y al PP, a decir ya por lo bajini (Bermúdez de Castro), que esta comisión no aboca directamente a la reforma constitucional. Vamos fatal. Y van fatal ellos mismos porque, en este berenjenal, o se avanza o se retrocede. A medio o a corto plazo. Y ya se ve que por ahí, por esa comisión devaluada, no hay terreno para avanzar.

Con el nacionalismo catalán resentido; con el vasco diletante; con el PP, PSOE y Ciudadanos, obnubilados, ahorrándose la reforma federal y con Podemos, confluencias, mareas y comunes en babia, el país se dirige al abismo. Añadamos a eso la política monetaria europea que va a poner límites a las compras de deuda en el corto plazo, una coyuntura internacional inestable y una crisis económica global con salidas regionales de mayor desigualdad y tendremos el peor escenario posible.

La reforma de la Constitución no es la panacea, pero es un camino. Probablemente el único camino para inaugurar un nuevo régimen que nos permita la estabilización del Estado. Y es, posiblemente la única vía, porque exige la participación de todos. Y sin todos, no hay país ni futuro.

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