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La rabia del president

20 de noviembre


Es imposible que a estas alturas resulte creíble la afirmación que hizo Marta Rovira sobre los avisos del gobierno central en torno a la respuesta violenta, con muertos y sangre, que se produciría en Catalunya si se avanzaba en la consolidación de la república. Y es imposible creerlo por dos razones fundamentales. Porque un anuncio de estas características hubiera saltado a la opinión pública a los cinco minutos de producirse y porque si se hubiera producido, la explotación del aviso por parte del secesionismo no se habría hecho esperar.

En consecuencia, lo más lógico es pensar que las declaraciones de Marta Rovira obedecen a diversas razones. La primera, a la perceptible incomodidad del independentismo más consciente —que circula soterradamente para no alimentar a los constitucionalistas—, que no entiende el abandono de la política tras la tristísima DUI y la segunda, a la ausencia de argumentos de peso para sostener la dejación de funciones y la consiguiente frustración atravesada por el fracaso del procés. Frustración atravesada que como todo lo que se atraviesa tiene difícil digestión aunque sea a medio plazo. Las declaraciones de la secretaria general de ERC fueron una manera de argumentar peligrosa e inconsecuente —por improvisada y triste— que ha volcado plomo fundido sobre unas alas ya de por si quebradas. Si la cosa no va más lejos es porque nadie quiere abandonar sus posiciones a la espera del resultado del 21D, no sea que con la aceptación de las debilidades propias se estén dando armas a los contrarios. Pero lo que ha hecho Marta Rovira, aparte de inexplicable, es un síntoma de que cuando no hay argumentos propios convincentes hay que inventarse razones ajenas explosivas para sacar tajada. Si con estos mimbres alguien quiere construir el futuro vamos dados.

El anuncio de la Rovira sobre lo que pretendía el gobierno contrasta, además, con la capitalización que el independentismo ha hecho de la frustrante actuación del gobierno central el 1 de octubre, pero también con la doble interpretación de unos hechos parecidos. Si hacemos memoria, veremos que en los días previos a la convocatoria del referéndum se había avisado a los ciudadanos que pasaran la noche en los colegios electorales para evitar lo que se daba por hecho, que la policía acudiría a cerrarlos e impedirles la entrada, o en su caso a desalojarlos, a rescatar urnas y papeletas y a provocar detenciones si había resistencia. Se pidió no solo ir a los colegios sino, en la medida de lo posible, resistirse pacíficamente. Si lo importante para el gobierno hubiera sido evitar la previsible violencia, se hubiera recomendado a la población todo lo contrario: abandonar los colegios, dejar las urnas y no oponer resistencia pasiva. No se entiende muy bien que lo que no se pidió el 1 de octubre se pudiera plantear el 27, sobre todo teniendo en cuenta que lo que pasó el 1 de octubre dio tal cantidad de réditos políticos que, conociendo el uso exagerado que se ha hecho de los mismos, resulta inconcebible que se hubiera renunciado sin más a nuevos réditos en el momento más decisivo y complejo del procés.

Culpa de ERC

Muy probablemente lo que ocurrió tras el 27 de octubre no tuvo nada que ver con las amenazas de violencia en la calle, sino con la situación interna de desgaste absoluto de los protagonistas políticos de la DUI. Las amenazas de violencia eran algo intrínseco al escenario existente y su posible estallido no podía descartarse desde el momento mismo en que se contraponían fuerzas opuestas con ánimos enfrentados: los unos, resistirse; los otros, cumplir órdenes. Pero no fue eso lo que mutó la decisión de Puigdemont para pasar de una convocatoria de elecciones a una declaración unilateral de independencia en pocas horas. Fue la amenaza de ruptura entre Puigdemont, los suyos y ERC, y el temor a la frustración de la calle y a la instrumentación de esta frustración en beneficio de ERC y en detrimento de todos los demás. Rufián, al que se le ve de lejos porque es el adalid de los fuegos de artificio en cualquier noche en calma, habló el primero de las 155 monedas de plata y Puigdemont tuvo miedo de convertirse en el president Iscariote.

Se declaró la república pero el mal ya estaba hecho. Habían puesto a Puigdemont en un atolladero irresponsable y él, que hasta ese momento estaba dispuesto a ser lo que había venido a ser, un president de circunstancias que se marchaba como había prometido, optó por recomponer su papel con nuevos bríos —y mucha rabia—: los que se desprendían de la ausencia de política del gobierno central y los que generaba la ausencia de lealtad de sus correligionarios republicanos. A partir de ahí, Puigdemont por un lado y ERC por el otro, hasta las dos listas que hoy conocemos y que se van a hacer sombra la una a la otra hasta el 21-D y seguro que también después. Sobre la frustración de no ser nada la república del 27-O, hay que añadir ahora la nueva frustración de los que fueron juntos y ya no… Los nervios en ERC hacen todo lo demás y las declaraciones de Rovira son un exponente.

Pero estas declaraciones no han sido las únicas sorprendentes de estos días. Casi coincidiendo con las de Rovira, Marta Pascal del PDeCAT afirmó que Puigdemont tendría que ser investido de nuevo president aunque su lista no resultara la vencedora en los comicios. Es decir que, gane quien gane las elecciones en el bando independentista, lo normal sería restituir al president y probablemente a los consellers como si aquí no hubiera ocurrido nada. De manera que, es igual votar a ERC que a Junts per Catalunya. Gane quien gane, Puigdemont debería repetir. Argumento que refuerza lo apuntado más arriba. La candidatura del president hará pagar a ERC sus presiones para declarar la república y llevar al país a la encrucijada en que se situó a partir de ese instante. De todos modos, la idea es descabellada. Si gana las elecciones ERC, que está por ver, un ejecutivo presidido por Puigdemont sería un naufragio. El president estaría aún más débil que lo estuvo con Junts pel Si y sería impensable que volviera a confiar en la gente de ERC que le puso entre la espada y la pared.

Miedo al resultado

Porque lo que se daba por evidente hace tan solo una semana, que ERC arrasaría, ha dejado de ser tan claro siete días después. Una encuesta de El Periódico ha hecho temblar los cimientos de quienes se consideraban los auténticos herederos del procés: de pensar que el PDeCAT casi desaparecería a considerarlo prácticamente la segunda opción no tan lejos de ERC como se suponía. Pueden pasar muchas cosas en el mes que falta y pueden cambiar más de lo imaginable los sondeos porque ahora empezarán los nervios de verdad. Nervios en ERC, nervios en Ciudadanos, que también se consideraban los segundos indiscutibles y nervios en los Comunes que de imaginarse un partido bisagra con muchas cosas a exigir, se ven ahora como una fuerza residual sin capacidad de influencia alguna o, por lo menos, sin esa capacidad de influencia que ellos se imaginaban después del sorpresón de la Colau en las municipales.

Desde luego las municipales no tienen nada que ver ni con las generales ni con las autonómicas. Y ahora, mucho menos que antes de la crisis catalana. Si la candidatura de Catalunya Si Que Es Pot ya fue un fiasco del que se debería haber aprendido, lo que está viéndose ahora es que no solo no se analizó el fracaso sino que se ha reincidido en él. Los de Rabell quedaron disminuidos no por su candidato, no porque faltara Colau, no por la precipitación de la candidatura. Quedaron disminuidos porque quedaron desfigurados, en tierra de nadie. Ahora ya no están en la tierra: están en las nubes.


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