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Carme Forcadell no repetirá como presidenta del Parlament de Catalunya en la próxima legislatura
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Carme Forcadell no repetirá como presidenta del Parlament de Catalunya en la próxima legislatura (Foto: Parlament de Catalunya)

Preocupados por las formas

12 de enero

Rovira y Puigdemont pactaron una investidura imposible; Forcadell no quiere presidir nada; Sánchez, Forn y Cuixart, ya no saben que más decir para que les dejen libres y Junqueras pide que le lleven a Catalunya para poder asistir al Parlament, mientras que el gobierno central avisa de que no aceptará movimientos insólitos, el juez Llarena pide registrar transferencias bancarias de la delegación catalana en Bruselas y revisa las implicaciones de la AMI en el procés, y el titular del juzgado de instrucción 13 de Barcelona descubre que entre los papeles que los Mossos iban a quemar hay comprobantes de desvíos por valor de tres millones de euros para el independentismo. Otra vez, casi nada.

Vayamos a lo primero. El día 17 hay constitución de la mesa del Parlament pero salvo que no la presidirá nadie de Ciudadanos, apenas se sabe nada. Parece que el pacto Rovira-Puigdemont asegura cuatro plazas para el independentismo, dos por partido mayoritario, porque los otros tres corresponden a Arrimadas e Iceta, de manera que previsiblemente los Comuns se quedan al margen del procedimiento, cosa nada baladí, si se tiene en cuenta, como decíamos el miércoles, que como mucho van a haber 65 diputados del bloque independentista en disposición de votar y otros 65 diputados que podrían votar en contra y bloquear cualquier iniciativa. Eso, a no ser que alguno de Bruselas ceda su escaño, algo que tiene que hacer con carácter de urgencia para que llegue a tiempo.

Pero todo eso no parece preocupar. Ahora parece que preocupa la investidura del presidente, la manera como se va a hacer, el acto concreto, porque tampoco parece preocupar nada qué ocurrirá si Puigdemont es investido presidente. Hay dos opciones: o viene como presidente y es detenido nada más bajar del avión, o se queda en Bruselas. Algunos piensan que el Estado no se va a atrever a meter en la cárcel a un president recién elegido. No saben donde están, ni con quienes tratan, claro.

La consecuencia final es que, haga lo que haga Puigdemont tras ser investido, no podrá actuar como primera autoridad de la Generalitat. Tanto debate sobre la forma, para que después el fondo nos estalle en el rostro con la inevitable contundencia de la realidad.

Se ha caído en lo que se criticaba

Otra muestra más de la incomprensible levedad del secesionismo en su estado actual. La crítica más acerada al gobierno Rajoy ha sido, eternamente, que en lugar de hacer política ha judicializado las respuestas. Es una crítica legítima, pero sobre todo justa, exacta. Rajoy renunció hace mucho a la política para dedicar todo su tiempo a la impasibilidad y a la aplicación rigorista de la ley. Si viviéramos sin gobierno central no lo notaríamos. Mejor, lo notaríamos, porque nos ahorraríamos un pastón en sueldos.

Para ser justos, deberíamos dedicar todo ese ahorro a dotar mejor a la justicia que es, en realidad y desde hace años, quien organiza nuestra vida política. Mejor sería decir que la desorganiza porque, en política, la Justicia tiene una tendencia innata a desorganizar de la misma manera que la política convierte en caótico el debate jurídico. Justo, en el que ahora estamos sumidos.

Lo demencial del asunto es que la crítica a Rajoy por su dejación política se ha convertido en el eje de la acción del independentismo rampante. En lugar de hacer política, el independentismo elucubra sobre la interpretación jurídica de sus actos. Estancados en si la investidura cibernética es jurídicamente aceptable o no, en si los letrados dicen que se puede forzar el reglamento de la Cámara o todo lo contrario, en si existe jurisprudencia para que asistan regularmente los presos de Estremera, en lugar de hacer política se deriva a los jueces las responsabilidades propias. Este es el nivel de apabullante desconcierto en el que estamos instalados y del que no sabemos salir.

Ya se sabe que la justicia es una apisonadora que no tiene marcha atrás. Si le das gas, se parará cuando termine, no cuando tu quieras. Así que mejor no ponerla en marcha si son posibles otros caminos de conciliación o de contraste de pareceres. Esto parece no haberlo entendido nadie y el juez Llarena y el instructor del 13 de Barcelona recibieron el mandato en su día y ahí siguen, cumpliendo con sus obligaciones.

El primero, investigando las implicaciones de los alcaldes de la AMI y unas transferencias hechas desde la delegación catalana en Bruselas por un importe de 140.000 euros, dos de las cuales a la fundación The Hague Centre for Strategic Studies, que resulta que es un think thank extrañísimo vinculado a la OTAN y supuestamente lleno de espías, que fue quien envió observadores internacionales para revisar el funcionamiento de la consulta del 1-0. Todo bastante extraño, la verdad.

De otro lado, el juez sustituto del juzgado 13 de Barcelona, acaba de descubrir un desvío de tres millones de euros entre la documentación que los Mossos iban a quemar en la incineradora de Sant Adrià del Besós el 26 de octubre pasado, y que fue convenientemente interceptada por la Policía Nacional. La investigación ha sido laboriosa pero parece demostrado que una parte de ese dinero fue a parar a las arcas de Ómnium Cultural una entidad que, hasta el año 2017 había recibido ya más de 20 millones de euros de subvenciones públicas, a fondo perdido y adjudicadas a dedo, para sufragar las campañas independentistas que ha venido llevando a cabo.

En manos de medio pueblo

Estoy entre los que piensan que el movimiento independentista en manos de los votantes es una ola que empuja a los dirigentes políticos sin remedio. Eso de que hoy medio pueblo está abducido por sus dirigentes es, sin duda, una patraña. El votante independentista hizo una hazaña el 1 de octubre y ahora se la va cobrando a plazos: le llaman a votar y vota, y con el voto obliga a los dirigentes a no ceder, cuando es bien evidente que no tienen más alternativa que reconocer que la situación es muy dura y que es imposible circular por mas tiempo por la vía de la confrontación.

O sea que eso de que medio pueblo catalán está llevando en volandas a los suyos al precipicio es más cierto cada día que pasa y de ahí el desconcierto, no de la ciudadanía secesionista, que sigue clamando en las redes y donde puede porque clamar es gratis, sino de quienes están al frente del procés que se encuentran en la disyuntiva de quedar como unos traidores, si reculan, o como unos suicidas, si avanzan. De ahí que se estén produciendo tantas bajas en primera fila: entre la traición y el suicidio, mejor la hibernación o la siesta.

Pero esto no fue así al principio. El sentimiento estaba larvado, pero la movilización se alimentó, y ya hemos visto que desde el poder no se regatearon esfuerzos y sobre todo no se ahorraron caudales. Caudales, dicho sea de paso, que correspondían también al 50% de los catalanes que no comulgaban con la idea. Ni con la idea, ni con poner el país patas arriba, que es como lo tenemos.

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