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Martes Crítico de Oti Rodríguez Marchante: Todos pendientes de un hilo
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Martes Crítico de Oti Rodríguez Marchante: Todos pendientes de un hilo

jueves 08 de febrero de 2018, 10:08h
Aquí no se habla de los Premios Goya, o sea, no se escribe. Y naturalmente, tenemos una opinión al respecto, pero no es éste ni el lugar ni el momento de exponerla, y aunque no nos hubieran parecido una mierda, el Martes Crítico seguiría sin pronunciarse. Sólo trataremos de los últimos estrenos, bueno, en realidad de solo dos, de “El hilo invisible”, de Paul Thomas Anderson, del que han querido pronunciarse todos nuestros críticos de cabecera, y de “El cuaderno de Sara”, de Norberto López Amado, que hay que ver las cosas que se han escrito de esta película. Pero vamos al lío, o al hilo.

A Carlos Boyero le ha impresionado más bien poco:

Todo aspira a poseer un halo de misterio e interpretaciones múltiples. No es contagioso en mi caso. Los sofisticados personajes y su retorcida relación me desinteresan de principio a fin. Y está rodada con mucha solvencia. Y es imposible despegar la mirada de ese actor siempre magnético llamado Daniel Day-Lewis en la que asegura ha sido su última interpretación. Pero permanezco como un témpano de principio a fin.

Luis Martínez está a punto de ponerse trascendente:

Todo duele, todo divierte, todo desconcierta. ¿Quién necesita a quién cuando de cariño se trata? ¿Qué distancia separa el odio de la devoción? Y así. El hecho de que la propia película esté compuesta como retazos de patrones que se van componiendo poco a poco ante la mirada del espectador hasta formar ellos mismos un vestido (o traje) completo y deslumbrante hace de ella algo tan magnífico como mundano, tan divertido como grave. Y así, plano a plano, todos ellos labrados en piedra, El hilo invisible dibuja el perfil exacto y meticuloso de la fiebre de estar vivo. De la creación tal vez.

Nuria Vidal no habla de costura, sino de lucha de clases:

La lucha de clases es uno de los temas subyacentes en el film. Hay un momento tremendo en el que una aristócrata más bien horrible, le dice al personaje de Reynolds el modisto, refiriéndose a Alma: “No sé si en su país alguien le ha enseñado a comportarse, me da miedo que esté robando la plata”. Su país es esa otra clase social de la que Alma se erige en cara de ángel vengador introduciendo en la vida del estirado y maniático Reynolds algo que le molesta muchísimo: el ruido. En esa casa que es como una tortura de escaleras interminables, habitaciones pequeñas, salones vacíos, el silencio es una obligación que Alma rompe sin miedo, sabiendo que con sus tostadas y sus ruidos al comer está delimitando un terreno de combate, igual que con la comida, en la que abunda la mantequilla y las setas, convertidas ambas en armas de su lucha.

Salvador Llopart se ha dejado impresionar por la mantequilla:

Los viejos del lugar recordarán “El último tango en París”, donde Marlon Brando hacía mucho de lo mismo nunca volvió a conseguir nada parecido. Ni lo intentó. Ahí se acabó todo para él, como dice Day Lewis que se acaba para él con esta película. Que nadie espere sin embargo sexo salvaje ni mantequilla, a no ser que contemos como tal la mantequilla con la que Alma, su compañera, su contraria, su enemiga, cocina para él. Aquí todo es civilizado y evidente, pero la obsesión y el fatalismo son los mismos de la obra de Bertolucci, aunque vaya por dentro.

Sergi Sánchez ya augura que no verá nada mejor este año:

«El hilo invisible» es el reverso oscuro de «Embriagado de amor» y la media naranja de «The Master». Cauteriza el exhibicionismo formal de la primera y rebaja la ampulosidad de la segunda para ofrecerse, calladamente, como la más bizarra de las tres, la que propone una colisión más frontal entre sus formas (clásicas, medidas, refinadas pero nunca anticuadas) y sus subtextos (sobre el amor, el poder, el arte, la dominación pero también la rebeldía, y los fantasmas que nos acechan en el delirio febril de la agonía). No habrán visto mejor película en 2017, y posiblemente tampoco la verán en 2018.

Beatriz Martínez la ve por fuera y por dentro:

Y es que adentrarse en esta película supone toda una experiencia fascinante. Por fuera nos encontramos con una pieza de cámara de una portentosa belleza estética, exquisita en la forma, de una elocuente suntuosidad que recuerda a la magnificencia barroca de Visconti y a la fluidez envolvente de Ophüls. Por dentro, toda esa fachada de armonía y delicadeza se convierte en un alfiler envenenado, en un cuento gótico perverso que gira en torno a las relaciones de poder dentro de la intimidad amorosa.

Oti Rodríguez Marchante no sabe qué pensar y escribe:

Estamos en una película de Paul Thomas Anderson, ese tipo malicioso que hizo «Magnolia», «Boogie Nights», «Pozos de ambición» o «The Master», y hay que esperar, por lo tanto, que su historia nos provea de al menos una gota de colirio sulfuroso que pique a rabiar y utiliza para ello a los dos personajes femeninos (la hermana, Lesley Manville, tiene un peliculón ella sola), y especialmente el que interpreta Vicky Krieps, la amante, el adorado tormento, ese punto de perversidad, de veneno, que necesita el cine de Thomas Anderson, el ardor entre el frío… Lo justo para voltear todo lo que creíamos haber visto. Mentira: «El hilo invisible» nos cuenta otra cosa, más profunda, más oscura, más temible.

……………………

Y ahora vamos con la película española, “El cuaderno de Sara”, de Norberto López Amado, que ha sido además una de las preferidas del público durante este fin de semana, y esperemos que eso no haya sucedido, precisamente, por lo poco que animaban a ir a verla algunos críticos.

Quim Casas le da un capón:

Tan esforzada de producción como insulsa en su forma de tratar el complejo tema escogido, ‘El cuaderno de Sara’ sigue el periplo dramático de una mujer española que busca a su hermana pequeña, desaparecida hace años en una de las zonas más conflictivas y violentas del Congo. El punto de vista no pertenece a la historia, sino estrictamente al personaje de Belén Rueda, con lo que se pierde una mayor perspectiva al encarar el problema de las guerrillas, las atrocidades de la guerra y la creación de niños soldados.

Javier Ocaña le da una patada en la espinilla:

Viendo El cuaderno de Sara, al igual que ocurrió con, por ejemplo, Palmeras en la nieve, la respuesta parece clara: hemos decidido ser el toro. Ir a verlas venir y no a dominar. Buscar al público, con sencillez, casi con simpleza, sin intentar atrapar la complejidad ni la trascendencia de sus temáticas. Ponerlo fácil, conquistar con recursos melodramáticos a la mayoría, a esa que ve la televisión cada noche y se retroalimenta con la loable maquinaria publicitaria de sus propios productos…

… Un párrafo que no es muy favorable, pero apunto ahora el final de su crítica, porque me dejó estupefacto:

Con oportunidades perdidas como El cuaderno de Sara se puede ganar dinero (o no). Fenomenal, pero luego no nos quejemos de que no nos seleccionan en Cannes o en la mayoría de festivales.

…. No me puedo creer que el señor Norberto no haya tenido en cuenta los gustos del Festival de Cannes a la hora de hacer su película. Esas cosas, hay que preverlas ya en la elaboración del guion: ¿cómo le gustaría a tal o cual festival que hiciera la peli?… La balanza, el canon, el juez…, eso es Cannes.

Jordi Batlle no disimula sus gustos, pero apunta al menos las cosas buenas de la peli:

A la película le falta personalidad y temperamento, pero sus escenas de acción están expertamente bien amarradas y no chirrían (…) Sin lugar a dudas, lo más estimable de “El cuaderno de Sara” es Belén Rueda, que pone hasta el último centímetro de su intestinos en la creación de un personaje que vaya más allá del estereotipo y destile autenticidad.

Alberto Luchini tampoco le da con el martillo:

Esta parte cuasi documental está por encima del resto de la película, sobre todo de un superficial e innecesario macguffin familiar presentado en superfluos flashbacks que rompen el ritmo y la tensión de lo que verdaderamente importa. A ello hay que añadirle que varios de los personajes (especialmente el de Marian Álvarez, fundamental en la trama, pero también el de Enrico Lo Verso) están retratados de aquella manera y es más que difícil entenderlos.

Y José López está con la película, aunque les tira de las orejas al guionista y al montador:

“El cuaderno de Sara” tiene una buena factura visual, destaca especialmente la fotografía de David Omedes. Hay varios planos aéreos muy conseguidos. El film tiene un buen arranque, en el tramo central funciona aunque es algo reiterativo, pero en conjunto se hace muy largo (dura 115 minutos) y el desenlace es algo abrupto, no está bien contado, da la sensación de que en la sala de montaje se recortaron escenas, secuencias o momentos que habrían contribuido a que todo fluyera mejor. Se queda muy en la superficie de todo lo que cuenta, le falta profundidad.

Y esta semana tiene previsto el estreno la de Clint Eastwood, “15:17 Tren a París”, pero ni le he visto yo ni conozco a nadie que la haya visto. Tampoco hay anunciadas proyecciones previas (que yo sepa)… Raro, muy raro, y eso que yo no soy de mosquearme fácilmente, y menos con quienes no quieren “echarme” una película, porque ya llevo sobredosis.

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