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Lebrón: “Los líderes que se han quedado en la política son lo peor de cada casa”
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Lebrón: “Los líderes que se han quedado en la política son lo peor de cada casa”

Rafael Lebrón, concejal del PSUC en Cornellà de 1983 a 1987

viernes 06 de abril de 2018, 05:24h
"No vengo casi nunca por Cornellà, pero conservo un sentimiento muy entrañable por esta ciudad y por el Baix" | "La mayoría de los llamados eurocomunistas éramos gente muy sensata y de buena fe, seguramente un poco inocentes"
Lebrón: “Los líderes que se han quedado en la política son lo peor de cada casa”

Rafael Lebrón nació en Antequera (Málaga) en 1954. A los 15 años llegó a Sant Feliu de Llobregat y en 1977 se trasladó a Cornellà, cuando ya era un bregado militante comunista, con carnet y responsabilidades en Comisiones Obreras y el PSUC, partido en el que empezó a militar en su época de bachiller.

Tras las elecciones municipales de 1983, las segundas de la democracia, fue designado concejal de comercio, trabajo e industria, hasta que la remodelación del cartapacio municipal se lo llevó por delante después de la crisis que se vivió por la disputa de la alcaldía entre Frederic Prieto y José Montilla.

-Hace ya más de tres décadas que dejó su cargo de concejal. ¿Qué recuerdos le quedan?
- Formalmente estuve de 1983 a 1987, pero no llegó a dos años el tiempo que ejercí con competencias políticas relacionadas con la actividad económica. Tengo un recuerdo muy entrañable de aquellos años. Fue la primera vez que se pusieron en marcha unos planes de empleo con cierta amplitud de miras y ambición. También se hicieron unas pequeñas obras públicas pero que fueron muy importantes para Cornellà e impulsamos la feria, que fue como decirle a la ciudad que creíamos en su reconversión económica. Se generaron muchas ilusiones para querer sumar y creo que allí se pusieron las bases para que Cornellà creyese en sí misma y en su economía. Y luego salió lo que salió, que fue muy superior a lo previsto. A mí no me gusta mirar al pasado, pero fue una época muy satisfactoria y digna.

- Aquel segundo mandato estuvo marcado por la pugna entre el PSUC y el PSC tras las elecciones y la disputa de la alcaldía, que acabó con un pacto. ¿Cómo lo vivió siendo concejal del PSUC?
- Algunos teníamos intención de hacer las cosas medio bien, pero existían unas diferencias ideológicas y culturales que, miradas con la distancia del tiempo, me parecen tonterías. Los dos partidos tenían un sustrato común de valores, de sentido de la democracia y ahora veo casi ridículas las diferencias que hubo entonces. La prueba es que el PSUC desapareció y todos acabamos en la órbita de la socialdemocracia, al menos electoralmente, porque no hay espacio para complicar tanto las cosas. Aquellas discusiones bizantinas e ideológicas no tenían que haberse producido.

- Aquella crisis local coincidió, además, con la crisis del PSUC, que la agravó aún más.
- La verdad es que el PSUC estaba en crisis desde que empezó la democracia. Había una franja leninista muy de consignas y otra franja más pragmática con otra entereza social que pensaba que en una democracia nadie puede deslegitimar a nadie. La mayoría de los llamados eurocomunistas éramos gente muy sensata y de buena fe, seguramente un poco inocentes, porque luego sea ha demostrado que la condición humana es a veces impresentable.

- Al final le forzaron a dejar sus responsabilidades de gobierno por esa crisis del PSUC.
- No tenía previsto nada de eso, pero se ve que mis compañeros de partido pensaron que no era el adecuado. No tiene mayor importancia. Me quedé como concejal raso, sin responsabilidades, porque quise tener ese poquito de amor propio y evidenciar que no había hecho nada malo, que me habían excluido y que quería acabar el mandato.

- Nunca más volvió a ocupar un cargo público. ¿Por qué?
- No quise. Comprendí que aquél no era mi mundo. Si tengo alguna virtud es que cuando he hecho algo, me lo he creído y he puesto los cinco sentidos. Y cuando he acabado algo también he sabido alejarme. Aquello no era para mí. Dejé la política muy a gusto porque creo que no soy hombre de política, sino de acción, me gusta hacer cosas. No sirvo para estar en reuniones discutiendo si son galgos o podencos y que al final salga elegido jefecillo el que ha ido a más reuniones del partido. Eso me parece un despropósito. A mí me gustaría que el presidente de la Generalitat fuera una persona que antes ha sido un buen arquitecto, o directivo de la Siemens, o un buen médico o ingeniero. Pero la mayoría de la gente que se ha quedado en la política me parece impresentable, son lo peorcito de cada familia.

- ¿Qué piensa de la llamada nueva política?
- Pues eso, que lo peor de cada casa es lo que se ha quedado en política y nadie dice tres cosas sensatas. Si tenemos una democracia es porque se fue capaz de pactar y ceder, se hicieron las bases de una convivencia y una separación de poderes. Ahora nos quieren hacer ver, 40 años después, que el futuro de Cataluña es la mitad de la población contra la otra mitad. Esto no es un proyecto de país ni de futuro y tiene que levantarse una voz del grupo independentista que diga que hay que hacerlo de otra manera. Si para reformar el Estatuto necesitamos dos tercios del Parlament no puede ser que para la independencia se necesite medio voto de más.

- No parece que la mayoría independentista del Parlament tenga intención de rectificar.
- Me parece de locos que quieran imponer sus normas. Tenemos que saber estar en una comunidad de vecinos y hemos de entender que esa España que tanto se odia es el mejor cliente de Cataluña. Se han ido más de tres mil empresas y los bancos, pero están enrocados, nadie escucha a nadie, todo el mundo habla para su audiencia.

- Hace 35 años las maneras de hacer política eran muy distintas, ¿no?
- Nosotros seguramente no éramos los mejores, pero teníamos unos mínimos de dignidad, de autoridad moral, para que las cosas fueran sensatas y nadie impusiera su voluntad ni su capricho. Recuerdo las huelgas obreras del Baix Llobregat y cómo montábamos nuestro propio servicio de orden para las manifestaciones. Era prioritario no cortar el tráfico del todo y si una carretera tenía cuatro carriles se dejaban dos libres, se intentaba evitar altercados y que se molestara lo menos posible a la población. Como secretario de organización de Comisiones Obreras organicé ese servicio de orden muchas veces. Y ahora resulta que la persona que aspira a presidir la Generalitat de Catalunya [en referencia a Jordi Sànchez] se dedica a bailar encima de los coches de la policía. Total, porque la policía llevaba un mandato judicial [en alusión a los incidentes ocurridos frente al Departamento de Economía de la Generalitat el pasado 20 de septiembre].

- Esa llamada al consenso y al pacto que hace se antoja ahora imposible y, sin embargo, se aplicó al inicio de la democracia.
- Es que el consenso es básico para la civilización. El mundo es prácticamente una aldea. Cataluña tiene de vecinos a Francia, el mar y España, y tiene que llevarse bien con ellos. No puede estar montando pollos cada día y menos por cosas que son injustas o manipuladas, como, por ejemplo, los impuestos. Que no nos insulten más con eso de las balanzas fiscales y que nadie se dedique a ir contra su mejor cliente, que es España. No podemos seguir así, dale que te pego. Hay que escuchar al adversario y saber hasta qué punto sus razones pueden ser medio buenas y las mías, manipuladas, que es lo que no hace el independentismo.

- Cuando dejó la política dio un giro radical y se convirtió en editor periodístico de la revista comarcal Aquí. ¿Cómo surgió la idea?
- La fundación del Aquí vino de una intuición y puse los cinco sentidos en un proyecto que sintonizó con la sociedad de la época. Que lo diga yo no tiene mérito, pero creo que fue una revista muy bien hecha. Si se miran los ejemplares de los 25 años de historia, desde los reportajes, a los controles de audiencia se verá que es cierto. Creo que había incluso una cierta adicción a tener la revista en las manos, porque siempre nos iba a contar algo interesante, fuera informativo o de publicidad. Funcionó muy bien el equilibrio entre publicidad y periodismo y tuve la suerte de tener colaboradores que creyeron en el proyecto. Desde las tribunas de opinión de Paco Hidalgo, Carles Navales o Ignasi Riera, a los jóvenes periodistas, los diseñadores gráficos o los comerciales de publicidad. Durante bastantes años estuvimos entre 50.000 y los 75.000 ejemplares distribuidos.

- Hasta que llegó la crisis económica y con ella la crisis publicitaria. ¿Qué fue más determinante para el cierre de la revista?
- Fue todo a la vez. Quizás no supe ver lo que venía encima y resistimos como pudimos. Cuando cerró la revista en 2009 vendía el 20% de publicidad de lo que había vendido el año anterior y eso era insostenible. Pusimos algún dinero y vendí algo de mi patrimonio, pero no fue suficiente para reconducir la revista. Algo de culpa debí tener, pero la situación económica hizo inviable el proyecto, después de algo más de 25 años.

- ¿Qué hizo después del cierre del Aquí?
- Básicamente nada, sobrevivir. Perdí todo mi patrimonio con la crisis, soy prácticamente un desahuciado. Sabía algo de caballos, me gustan mucho y encontré un cierto refugio entrenando caballos y dando clases de equitación. Y ahí estoy, intentando sobrevivir. Estoy muy mal en lo económico y muy bien en lo personal, porque soy feliz, estoy en paz conmigo mismo y me gusta la vida que llevo.

- ¿En qué año decidió irse de Cornellà?
- No es que lo decidiera, es que no me quedó más remedio cuando cerré el Aquí en 2009. No fue una decisión premeditada y acabé viviendo en Vilarodona.

- ¿Mantiene alguna relación con la comarca y la que fue su ciudad?
- No vengo casi nunca por Cornellà, pero conservo un sentimiento muy cariñoso, muy entrañable y de mucho aprecio por esta ciudad, por el Baix Llobregat y por la periferia de Barcelona. He conocido a mucha gente a la que he apreciado y me gustaría poder saludarlos y decirles que estoy bien y que les deseo lo mejor a todos. III

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