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La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, defendiendo los presupuestos socialistas ayer en el Congreso.
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La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, defendiendo los presupuestos socialistas ayer en el Congreso. (Foto: Congreso de los Diputados)

14 de febrero. ¿Quién quería presupuestos?

La cuestión catalana es, como era previsible para todos menos para Rajoy, una nube que deja en penumbra cualquier cosa que se parezca a la acción política.

Ahora, han recibido los presupuestos, de la misma manera que ayer fue el proceso electoral andaluz y anteayer la crisis colectiva de Podemos. Es verdad que la cuestión catalana no es probablemente en ningún caso la razón principal, pero en todos los casos es esa especie de reactivo que desencadena el estropicio. El proyecto de presupuestos ha pasado a mejor vida no solo porque el independentismo tiene una excusa extraordinaria para mostrarse irreductible, habida cuenta de la inflexibilidad del juez instructor con los acusados. No se ha aprobado porque el gobierno navega desde el principio de su toma de posesión entre la necesidad de mostrar una lógica disposición al diálogo con el independentismo y la sensación de que cualquier maniobra mal medida redundará en la pasividad del electorado de las Españas. De ese modo, y habida cuenta de la precariedad parlamentaria en la que se apoya, ha ido tanteando el terreno con mucha precaución mostrando que no tiene nada que ver su política con la dejación del PP de Rajoy, pero sin arriesgar demasiado. Desde mi modesto punto de vista ha hecho muy bien, pese a que eso podía condenar el futuro de los presupuestos, porque es evidente que el independentismo, dividido y errático, lejos de ayudar, ha cometido el enorme error de mostrarse inflexible y radical justo cuando debiera haber presentado su cara más condescendiente.

No retroceder

El independentismo no tiene una sola voz como pretendió en su momento Artur Mas. Cada semana que pasa, la polifonía resulta ensordecedora y las estrategias del orfeón, distintas y distantes entre sí. Para medio PdCat y la parte de la Crida que se lo quiere comer, con el ejecutivo catalán al frente y el diletante de Waterloo, todo lo que sea radicalizar las posiciones en el interior del Estado, considera que le beneficia. En posiciones todavía más duras está la Cup y la ANC, con los CDR y el activismo político en primera línea, y en posiciones más realistas se encuentran los republicanos con un enorme problema que los paraliza: la ausencia total de un líder con visión estratégica de Estado y las agallas suficientes para salvar alguna cosa que pueda articular el futuro del soberanismo sobre bases esperanzadoras. Que, en política, siempre quiere decir bases pragmáticas que ayuden a entender dónde se cometieron errores y por qué senda realista sigue siendo posible avanzar. O, por lo menos, no retroceder.

Conseguido lo que parecía imposible tras la suspensión temporal de la autonomía, que era el advenimiento de un gobierno dispuesto a dialogar, los independentistas han acabado considerando que solo era posible el diálogo si se aceptaba de entrada lo que únicamente hubiera sido recomendable poner al final del procedimiento, esto es, el discutible derecho a la autodeterminación con carácter vinculante. Poner como condición sine qua non algo que únicamente sería factible tras una reforma constitucional solo puede tener dos explicaciones, ambas lamentables. O que no se tiene intención real de plantear una negociación, o que no se tiene práctica alguna en la obtención de consensos.

Está claro que la consigna de Waterloo va dirigida a crear una situación de crisis crónica en la estabilidad del Estado, pero no parecía que fuera esa la estrategia de ERC. Si Sánchez es hoy presidente del gobierno es porque Puigdemont no consiguió a tiempo que el grupo parlamentario de JuntsxCat radicalizara sus posturas hasta el extremo, pero ERC sí que quería un cambio en el gobierno que posibilitara una reforma territorial. ¿Qué ha ocurrido para la intransigencia posterior? ¿Qué ha ocurrido para que no se aprueben los presupuestos con la imposible excusa de que el gobierno no ha hecho nada para que los encausados estuvieran fuera de la cárcel? Los encausados ya estaban en la cárcel cuando dieron su apoyo al PSOE en la moción de censura. Lo que ha cambiado es la fuerza de Puigdemont dentro del grupo parlamentario de JuntsxCat, que ha atemorizado a ERC por esa ausencia de estrategia y de liderazgo. Catalunya va a la desbandada irremisiblemente porque la mitad de sus fuerzas independentistas siguen una táctica irredenta que no es plausible en esta Europa insegura y porque la otra mitad es incapaz de ponerse al frente del país, explicar a los catalanes que la vía unilateral es imposible y aceptar que los errores del pasado, graves errores de desestabilidad estatal, han de acabar siendo juzgados. De ser pragmáticos, ya hace tiempo que hubieran aceptado esa realidad y se habrían aprestado a participar de un pacto político que marginara las fuerzas de la reacción españolista a corto plazo, ampliara costuras a medio y restañara heridas a largo plazo, incluidas las que producen las causas judiciales. Las que siempre se producen cuando la policía y la justicia se interponen en el devenir racional de los conflictos.

El día de los fiscales

Ese mismo papel de muñidor de la reforma territorial del Estado, inaplazable tal como están las cosas, lo podría haber jugado, igual que ERC, el bloque podemista y de los comunes, sino fuera porque adolece del mismo problema que los republicanos: una estrategia definida y unos liderazgos reconocibles.

Más allá de esta derrota anunciada de Sánchez, lo que hoy ha ocurrido es que la fiscalía, en el juicio del 'procés', se ha dedicado a desmontar las acusaciones de las defensas sobre la vulneración de derechos y han sido muy prolijos en explicaciones sin añadir ningún dato que ya se supiera. La abogacía del Estado no se ha esmerado excesivamente en sus argumentaciones y el abogado de la acusación popular de Vox se ha mostrado más tecnicista que belicoso que era lo que más se podía temer. Ha puesto de manifiesto que no le gustan los gestos propagandísticos en la sala —se ha quejado del lazo amarillo que luce Jordi Sánchez autoreivindicando su libertad— ni tampoco la libertad de expresión sin límites porque por encima de ella está la sagrada unidad de la patria. En la época de Franco se solía gritar al término de las peroratas aquello de España una, grande y libre, por este orden. Entonces era “una” a la fuerza, menos “grande” de lo pretendido y cualquier cosa menos “libre”. La Constitución pretendió rizar el rizo y se dejó muchas cosas fuera, pero es verdad que nos hizo algo más libres, el país un poco más grande y la unidad bastante más plural.

Desde luego, todo es mejorable y la Constitución es muy mejorable pero esos ideales de libertad, de justicia social y de convivencia, deberían permitirnos una articulación territorial donde todos nos sintiéramos más cómodos, más fraternalmente unidos y por eso mismo más fuertes frente al mundo.

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