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Ni el bien hace ruido ni el ruido hace bien
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Ni el bien hace ruido ni el ruido hace bien

Por Joan Carles Valero
viernes 06 de diciembre de 2019, 09:00h
Los últimos editores son un modo de entender la vida, un compromiso con la defensa de la diversidad, del pluralismo. Un intento de abrir nuevos caminos ante la elevada concentración de poderes en la era del enfrentamiento que nos ha tocado vivir.

Para mí el periodismo y la edición no es solo un trabajo, una profesión, sino una forma de vida, la más divertida para seguir siendo pobre. Lo entiendo de manera adversativa e insumisa ante cualquier poder. Es un enorme orgullo y también una gran responsabilidad que practico desde una perspectiva “glocal”, universal y tolerante que trabaja localmente.

Veo venir miles de coches en dirección contraria y no me aparto. Los editores son como los farmacéuticos del conocimiento y la libertad. En estas mismas páginas he defendido que los editores no son empresarios comunes, ya que tienen una función social determinante, un papel importante en el buen funcionamiento de la sociedad, al procurar la transmisión de la información y el ejercicio del control del poder público. Un editor, por definición, es adalid de la libertad de información y de expresión y, por lo tanto, un firme defensor de la libertad de prensa concebida en el sentido amplio, como pieza fundamental de nuestra sociedad y de la democracia. Por lo tanto, la edición no es un negocio cualquiera que se rige por la contabilidad del debe y del haber, porque se trata de una actividad en la que se manejan intangibles, esa función social más allá de deberse exclusivamente a sus clientes naturales, los lectores y anunciantes, y que traspasa de forma transversal a toda la sociedad en la búsqueda del bien común.

Lo que hacen los editores de publicaciones periódicas como El Llobregat y sus ediciones especiales Anuari, Estiu al Baix y la titánica obra Els de dalt del Baix, todo de distribución gratuita, tiene un mérito enorme. Máxime, en una época en la que resulta muy difícil cumplir los objetivos de servicio público del periodismo, por la elevada concentración de poder político en pocas manos. Y ya se sabe que el poder siempre castiga a los versos libres. Pero las lideresas que someten a la inanición a los críticos carecen de la verdadera madera del liderazgo. La actitud que define a todo buen líder es que no debe ordenar, sino inspirar; convencer, no vencer. Los dirigentes de nuestros pueblos y ciudades tienen que compartir esa pasión por el cambio y entender que ser crítico es el último acto de optimismo en democracia.

Dos elementos, pasión y cambio, sin los cuales no se entendería la sociedad actual, abocada no a la cuarta revolución industrial, sino en la antesala de la quinta revolución humanista. Un escenario para el que necesitamos otras políticas, otro liderazgo y un debate completo y sereno. El cambio está teniendo lugar y en nuestras manos está implementar una estrategia a todos los niveles que nos permita aprovecharlo al máximo. Nos encontramos ante el mayor desafío socioeconómico de la historia.

Reivindicar el ideal olímpico
Nuestros representantes políticos municipales, comarcales, metropolitanos y provinciales, que lo son al emanar del voto local, deberían llevar el trabajo en la cabeza y la gente en el corazón. Tendrían que ser conscientes de que deben cambiar las cosas de manera continuada. Me permito sugerir a nuestros políticos actuales y a los futuros, así como a los responsables de entidades cívicas y asociaciones de todo tipo, que tengan muy presentes los valores olímicos que se hunden en la cuna helénica de nuestra cultura: el esfuerzo continuado; el deseo de superación; el compromiso hasta el final; la aceptación de que, además de éxitos, también hay fracasos; el juego limpio; el autocontrol y el compañerismo.

Un ideal olímpico que sacó en 1992 lo mejor de nosotros gracias al consenso. Podemos llamarle empatía institucional, un bien tan preciado como escaso en estos tiempos de calentamiento no solo ambiental, sino también social y psicológico. Un desorden en todos los órdenes que requiere en ocasiones el silencio que evita problemas; problemas que muchas veces los resuelve una simple sonrisa, la colaboración empática. Porque ni el bien hace ruido ni el ruido hace bien. La motivación que proviene del sentimiento de ser útil a los demás es la más fuerte de las motivaciones y la más duradera.

Capitalismo de vigilancia
Nos encontramos en un momento en el que la legitimidad del sistema está en juego y hemos de contribuir a su sostenimiento. Nadie se escapará de estos desafíos. De hecho, estamos viviendo ya una nueva era. Hay que poner especial atención en las innovaciones tecnológicas, que cada vez van a ser más rápidas y más disruptivas, con un ojo en la robotización y otro en la inteligencia artificial, que alterarán los equilibrios del mercado laboral de manera súbita y profunda. La educación y la formación continuada van a ser la clave del progreso personal y social.

Tendremos que ser vigilantes ante las tecnologías digitales que amenazan la privacidad de las personas en esta nueva modalidad del capitalismo de vigilancia, de la acumulación de datos sobre nosotros mismos de las compañías del acrónimo GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft), así como la seguridad de las empresas y de los gobiernos frente a los hackers y las campañas de desinformación, que son las nuevas guerras en un contexto en el que el mapa geopolítico y geoeconómico global está sometido a un proceso de cambio convulso.

Afortunadamente, la mentalidad de los jóvenes es cada vez más abierta respecto a los empleos que están dispuestos a realizar y los países donde vivir. En general, las nuevas generaciones muestran valores y comportamientos muy distintos a las anteriores. Combinan un mayor individualismo en el ámbito laboral con un compromiso social más intenso, en una era en la que cada vez está más extendida la conciencia de preservar el medio ambiente y la sostenibilidad del planeta. La emergencia demográfica empieza a notarse, con el descenso de la natalidad y el envejecimiento acelerado de la población. Y especialmente en nuestro territorio debemos vigilar que la desigualdad en la distribución de la renta y la riqueza no amenacen nuestro orden social.

Les deseo lo mejor en las postrimerías del año y que 2020 sea tan redondo como su grafía.

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