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Josep Ferrer: “Cuando dices que tienes el coronavirus tu entorno se asusta más que tú”
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Josep Ferrer: “Cuando dices que tienes el coronavirus tu entorno se asusta más que tú”

martes 07 de abril de 2020, 20:48h
El veterano periodista de Molins de Rei nos relata su experiencia personal con el Covid-19 desde su cama en el Hospital Moisès Broggi

Durante seis días pensó que solo tenía la fiebre alta, pero cuando apareció la tos seca a Josep Ferrer, de 51 años y uno de los más veteranos y admirados periodistas del Baix Llobregat, ya no lo quedó más remedio que acudir al Centre de Atención Primaria (CAP) de Molins de Rei. Una radiografía de urgencia y dos análisis de sangre confirmaron el diagnóstico: infección por coronavirus.

Tras una semana de ingreso, y desde la habitación 156 del Hospital de Sant Joan Despí Moisès Broggi, el propio Ferrer nos relata su experiencia con el Covid-19, una pandemia que está sufriendo desde todas sus vertientes: como confinado forzoso, como enfermo, “como abnegado autónomo, como periodista en paro y como guía turístico sin destino”, como él mismo se describe.

Falta de oxígeno

“Es difícil saber que tienes el coronavirus, porque no todos los síntomas se presentan a la vez en todas las personas. Yo solo tenía fiebre y tos, pero resulta que me faltaba oxígeno en sangre. Si en lugar de estar encerrado en casa todo el día sin hacer nada hubiera estado activo, en la calle, seguramente me habría dado cuenta antes de lo que me pasaba porque me hubiera ahogado”, explica con la tranquilidad que da saber que lo peor del Covid-19 ya ha pasado, aunque necesitó un oxígeno durante tres días, uno de ellos aislado en un box de urgencias. “La clave del coronavirus está en el pulmón”, precisa.

Pese a la letalidad inherente a la pandemia de SARS CoV-2, el periodista de Molins de Rei no se asustó demasiado cuando le comunicaron el veredicto de los médicos. Pero a sus familiares y amigos les ocurrió todo lo contrario. “Cuando dices que tienes el coronavirus, aunque no sea grave, tu entorno se asusta más que tú”, asegura. “Lo fui asumiendo”, reconoce. “En realidad no he tenido la sensación de estar en peligro”.

Sin verle la cara a la enfermera

Así que lo peor de pasarse una semana luchando contra el coronavirus no ha sido lo de sentir el aliento de la muerte en el cogote, sino “el aislamiento total” sin ni siquiera poder ver el rostro del personal médico y de enfermería que le ha estado atendiendo “muy bien”, de forma exquisita. “Es imposible verle la cara a la única enfermera que entra en la habitación completamente equipada con mascarillas y protector facial (y traje de astronauta) para tomarte la temperatura”. Hasta el sanitario que anota los datos recogidos se queda en la puerta y no entra.

Con los médicos pasa igual. “Si los viera sin los equipos de protección no podría saber quién me ha asistido”, asiente. Ni siquiera reconoció a la primera especialista que le visitó cuando días después volvió a su habitación a pasar consulta. “Porque me lo dijo ella y por el acento al hablar, si no ni me entero”, reconoce Josep Ferrer, quien (por suerte) ya no tiene que usar ni mascarilla ni guantes.

Un colapso ordenado

Como no ha podido salir de la habitación no sabe el ambiente que se respira por el hospital ni si hay muchos infectados o pocos. Solo pudo hacerse una imagen aproximada de las urgencias. “Había mucha gente en los pasillos en camas y en camillas, pero era un colapso ordenado”, describe el veterano periodista del Baix Llobregat.

Cuando el viernes le quitaron el oxígeno, respiró tranquilo, y nunca mejor dicho, porque ya veía más cerca el alta. Pero no el final de la enfermedad, puesto que todavía le quedará sufrir una semana de estricto confinamiento en una habitación de su casa sin poder ver, ni besar, ni abrazar ni tocar a su mujer y a sus dos hijos. “Me parece que eso va a ser lo más duro de todo”, vaticina Ferrer. ¡Recupérate pronto, compañero!

PD: Solo media hora después de atender telefónicamente a El Llobregat, Josep Ferrer ha recibido el alta hospitalaria. Pero la buena noticia se ha visto enturbiada por una cruel experiencia, que le ha obligado a vivir en primera persona el reverso más dramático y más terrorífico del coronavirus. Cuando faltaban unos minutos para las seis de la tarde, ha fallecido a causa del Covid-19 (y a solo unos palmos de él) Carlos, su compañero de habitación desde el domingo, postrado en su cama y detrás del nimio biombo que los separaba. Descanse en paz.

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