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La montaña de Mas Ratés ejemplifica el retorno al ‘verde’ de la desescalada
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La montaña de Mas Ratés ejemplifica el retorno al ‘verde’ de la desescalada

Por Jordi Asins Moya

viernes 03 de julio de 2020, 08:00h
La red de caminos de la colina de Viladecans ha pasado de estar completamente vacía a llenarse de muchos senderistas neófitos. El tránsito de personas y bicicletas se multiplicó justo después de que el Gobierno anunciase la posibilidad de salir a hacer deporte.

Aunque la montaña de Mas Ratés ha sido siempre un espacio natural con bastante diversidad biológica, una especie que fue descatalogada ha vuelto a reinsertarse en sus lares. De hecho, de forma masiva. Cualquier habitante del municipio (Viladecans) que esté acostumbrado a ir frecuentemente por sus caminos habrá notado que el tránsito de personas ha incrementado de manera excepcional.

Mientras que antes del virus era difícil encontrarse con más de diez personas, ahora la dificultad ha estado en intentar garantizar las medidas de seguridad: docenas de personas por un mismo camino, grupos que van hacia direcciones inversas por un camino muy estrecho, un mirador lleno hasta los topes.

La combinación entre las ganas de salir y las de hacer ejercicio ha sido seguramente el determinante para que esto ocurriera. El cierre de gimnasios o polideportivos hizo en su momento que los deportistas se las ingeniaran para seguir con su rutina -ya fuese haciendo pesas con productos de limpieza, por ejemplo, o sentadillas con una mochila cargada de algo pesado-, pero una vez se permitió la salida a espacios urbanos y naturales para pasear o entrenar, muchos se lanzaron a ellos.

¿Ahora bien, se cumplen con las medidas de seguridad?
La respuesta más corta sería sí, pero con muchos peros. Aunque hay que reconocer que algunas personas cumplen a rajatabla con las directrices proporcionadas por los profesionales sanitarios, hay muchos más que se quedan a medias e incluso cortos.

Según lo observado, la norma que más ha calado entre los ciudadanos fue la de la distancia de seguridad entre personas que no son del mismo entorno familiar. La mayoría de estos enseguida procura dejar la máxima distancia, pero existen déficits, como en el caso de los caminos estrechos, en los cuales, por más que quisieran no podían quedarse en un lugar apartado.

En cuanto a las normas menos respetadas, están claras: en primer lugar, aquella que se refiere a la zona horaria que se puede dedicar a la práctica de deporte, y en segundo lugar, la que se refiere a sobrepasar los límites municipales. Cruzarse con personas que bajaban del mirador de Mas Ratés a los pocos minutos de comenzar la franja horaria era algo habitual, y también ver como desde la parte este de la montaña, los agentes que establecían un control en la carrertera que une Sant Climent con Viladecans echaban para atrás a muchas de las personas que tenían la intención de cambiar de municipio.

Por su lado, el uso de las ahora populares mascarillas sufrió un descenso en forma de V. En el momento en que se permitió salir a ciertas a la población a hacer deporte, muchas de ellas acostumbraban a llevar las mascarillas puestas, quizás por incerteza de si realmente eran obligatorias o quizás por miedo a que hubiera aglutinaciones (lo cual acertaron de lleno). Conforme los días fueron pasando, el uso de este tipo de protección se fue disipando, y no fue hasta que el Gobierno estableció su uso obligatorio en todos los espacios públicos que volvieron a verse entre los deportistas y aquellos que paseaban.

Aun así, hay que destacar un uso algo erróneo de ellas. Aunque es cierto que está permitido quitarse la mascarilla cuando no hay otras personas alrededor o la distancia que hay suficientemente segura para evitar el contagio, si se hace de forma equívoca la protección que otorga se pierde. Prácticas como quitarse la mascarilla tocándola por dentro o dejarla en algún lugar en el cual hayan podido pasar o tocar otras personas fue una de las más comunes.

¿Cómo ha afectado la prohibición de salir a la calle a las actividades agrícolas?
Una parte del Mas Ratés está ocupada por plantaciones de cerezos, producto tradicional del pueblo de Sant Climent. Cada año, estos árboles proporcionan cientos de kilogramos de esta fruta primaveral, pero este año no ha sido así. Con el confinamiento, los agricultores no han podido ir regularmente a regar sus campos, y por lo tanto, se ha perdido gran parte de la cosecha.

Uno de los agricultores afirma preocupado que este impedimento será el que le haga perder una gran cantidad de dinero, no tan solo por la reducción de los ingresos por ventas, sino también por aquella cantidad que tuvo que invertir para mantener sus dominios y sus árboles de cara a lo que hubiera sido el tiempo de las cerezas.

Por otro lado, reclama a las instituciones gubernamentales un mayor apoyo a los agricultores, quienes a pesar de formar la base de la producción con la que se abastece a millones de personas, están padeciendo un momento crítico en que el precio por sus productos se ve devaluado a causa de la importación extranjera.

¿Cuáles han sido las consecuencias del aumento de tránsito de personas para la fauna y la flora?
Es una pregunta bastante sencilla de responder de responder, pero a su vez, muy triste. La contaminación y el calentamiento global son temas de actualidad, pero parece ser que siguen sin calar en el pensamiento de las personas. Antes de la pandemia, las montañas ya tenían que lidiar con la basura que los visitantes lanzan en cualquier sitio, algo realmente perjudicial porque aquello que los humanos solemos tirar son objetos de materiales no biodegradables como plástico o vidrio. Estos objetos tardan centenares de años en desaparecer totalmente, y mientras se descomponen, dañan a la naturaleza.

¿Qué ha comportado pues una multiplicación desproporcionada de personas que a diario visitan el Mas Ratés?
Un aumento considerablemente elevado de los residuos depositados en la montaña. Por lo visto no era suficiente que existiesen abocaderos en sus lares, o que algún grupo de personas se dedicara a llevar colchones, sofás o muebles para montarse su propia zona de relax mientras a cambio deja basura y modifica el espacio natural colocando cuerdas, cintas, clavos o bridas. Y eso por no hablar de una nueva tendencia que se ha extendido entre los adolescentes: quedar en la montaña para tomar bebidas alcohólicas que después tiran entre los arbustos.

Aun así, la nueva incorporación estrella en el mundo de los deshechos: las mascarillas. Desde luego, es algo que se ha implantado a partir de la pandemia, y refleja la capacidad humana que tenemos de apropiarnos de todo aquello que nos da la naturaleza y empeorarlo. Quizá sería algo muy positivo que la sociedad comprendiese que contaminar es algo tan serio como un virus que se propaga a altas velocidades y a escala mundial. De hecho, y a modo de metáfora, el hecho de que se ensucie el mundo no es otra cosa que hacerlo enfermar.


La vuelta a lo salvaje

Observante, esa cría de lechuza clava sus penetrantes ojos en un sorprendido fotógrafo que, como si de un dibujo animado se tratase, mira dos veces inaudito para cerciorarse de lo que se ha encontrado mientras paseaba.

Sin duda alguna, encontrar un animal nocturno durante el día y tan cerca de un camino principal es algo muy extraño. Parece ser que el hecho de que las normas del confinamiento prohibiesen la salida de casa a la población ha conseguido que la fauna se relaje, y que ahora se muestre más pasiva ante la presencia del ser humano. Antes de la pandemia provocada por el COVID-19, era impensable acercarse a una libélula y que esta no saliese volando, pero ahora es posible acercarse a menos de un metro.

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