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EMILIO GARCÍA, secretario general de Comisiones Obreras del Baix Llobregat de 1981 a 1986

“El sindicato no ha sido capaz de adaptarse a las nuevas situaciones”
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“El sindicato no ha sido capaz de adaptarse a las nuevas situaciones”

viernes 03 de julio de 2020, 08:00h
Emilio García López nació en Tarazona de la Mancha (Albacete) en 1950 y 12 años después aterrizó en La Satélite, que es como entonces se llamaba al barrio de Sant Ildefons en Cornellà. En la época más dura de la represión franquista y con 15 años empezó a militar en las juventudes comunistas, después en el PSUC y más tarde en Bandera Roja

Responde al prototipo de lo que entonces se llamaba “un obrero del metal”, en la fábrica y el sindicalismo de la comarca, del que fue un referente al inicio de la democracia. Llegó a la secretaría general de Comisiones Obreras del Baix Llobregat en 1981 y se fue en 1986, de la misma manera, ligero de equipaje y sin cobrar nunca por esa dedicación. Ha hecho de casi todo en la vida y sus respuestas no esconden el desencanto por los tiempos que corren y las ilusiones que se generaron hace ya más de 40 años.

Esta sección casi siempre empieza preguntando al entrevistado qué recuerdos le quedan de su época, en este caso sindical.
Respuesta. Yo lo que me acuerdo es que en su día, en la comarca, poco más de media docena de chavales jóvenes, sin romper con la única estructura oficial que había en la época y desde Comisiones y la célula del PSUC empezamos a reivindicar el ambulatorio, las escuelas, los institutos, los autobuses o el asfaltado de calles, para forzar una práctica que nos permitiese ejercer la democracia en la clandestinidad. Nosotros montamos las comisiones de barrio y fábrica al margen del partido y del sindicato.

En 1981 llegas a secretario general de CCOO de la comarca casi por accidente, tras la dimisión de Carles Navales.
Sin el casi, por accidente. El grupo mayoritario del sindicato vivió una crisis por ver quién sustituía a Carlos. Yo no participo en esa historia, porque decidí retirarme de la dirección y seguir de delegado sindical en la Fergat, que era mi empresa. No me quería profesionalizar en el sindicato, pero vino a verme Navales a la fábrica y me soltó la tostá. A mí me extrañaba que el consenso en el sindicato se pudiera hacer conmigo, con los locos de los mal llamados izquierdistas y los aprendices de brujo que quieren ser jefecillos sin tener muy claro para qué. Al final acepté con la condición de que cuando cerrase la Fergat dimitiría como secretario general. Me horrorizaba que se montase una gran crisis en el sindicato y que todo lo que nos había costado montar Comisiones en el Baix Llobregat se fuese yendo al carajo poco a poco.

De 1981 a 1986, hasta que cerró la Fergat seguiste trabajando en la fábrica y al frente de Comisiones sin ser un liberado sindical.
Nunca quise ser un profesional del sindicalismo. Tuve ofrecimientos muchos años atrás del gerente de la empresa. Mandó al jefe de personal y le dije que gracias, pero que no estaba por la labor, que eso lo hacía yo porque me gustaba trabajar en el sindicato y en la política para mirar de acabar con la dictadura y a ver qué pasaba cuando llegase la democracia.

¿Qué haces cuando cierra la Fergat?
Con uno del comité de empresa que era un tío normal que no iba con discursos ultrarevolucionarios nos quedamos con un frankfurt en el barrio de Les Planes de Sant Joan Despí. Allí estuve más de dos años, después estuve unos meses en otra empresilla, hasta que el Ayuntamiento de Sant Feliu me pidió que quería montar la estructura para la formación de parados y la promoción económica. Me pasé ocho o diez años. Me gustaba el trabajo, pero veía cosas que me revolvían el estómago. Habíamos montado una cooperativa para hacer vivienda social y en estas me dieron trabajo en una gestora para las ventas y adjudicaciones y allí también pasé unos cuantos años, hasta que lo dejo porque también veía y oía cosas que no me gustaban. Después estuve en el Instituto de Estudios Metropolitanos, cuatro o cinco años, hasta que me echaron porque instigué una protesta por unos despidos. Luego tuve trabajillos de unos meses y propuestas fraudulentas de contratación, hasta la jubilación.

Cuando empiezas de sindicalista estaba todo por hacer y 40 años después es todo muy distinto.
Sí, esta es una sociedad que no se conoce a sí misma.

¿Compartes el llamado desencanto del que se habla a menudo?
El desencanto no es por casualidad. Hay un sector de la población que se esperaba que aquello iba a ser el paraíso terrenal cuando acabase la dictadura y esos son los que sufren el desencanto, porque estaban poco bregados en la lucha social y política. Lo otro es que hay una práctica en la política que el propio Felipe Gonzáles asume cuando gana las elecciones en 1982. Si tengo que analizar la etapa de Suárez y la de Felipe, sobre todo en concepciones de política nacional e internacional, me quedo con la de Suárez. Tuvo posiciones políticas más abiertas que facilitaron los famosos pactos de La Moncloa y no nos fue tan mal donde pudimos aplicarlos.

Entonces el Baix Llobregat era una comarca muy industrializada y cuatro décadas después la comarca es una zona de servicios.
Los que teorizaban que Barcelona y Cataluña tenían que ser un territorio de servicios se llaman Pasqual Maragall y Narcís Serra. Si vas a la hemeroteca lo verás. Y en Madrid estaba el ministro Carlos Solchaga que decía que la mejor política industrial es la que no existe. Con razones suficientemente serias se produce el desencanto. Hasta que se consigue la democracia nos pasamos diez años en la comarca con pequeñas luchas y empezamos a lograr mejorar los salarios y las condiciones de vida. Los trabajadores sentían que aquello valía la pena. A la derecha le interesaba que desapareciese la clase obrera, que es lo que ha pasado. El capitalismo está cada vez más reforzado y sabe cómo defenderse. Justo cuando empezamos a tocar la democracia, nos vienen con la reconversión industrial y con la idea de que España se convertiría en un país de servicios, de sol y playa. Los alemanes y los americanos se quedaron con la industria que más les gustaron, una parte procedente del Instituto Nacional d Industria (INI), que no lo creó ningún izquierdista ni rojo peligroso.

Y llegaron los cierres de empresas.
Sí, llegaron los Expedientes de Regulación de Empleo, los expedientes de crisis y cierre de empresas. Entramos en una deriva para intentar frenar en lo que pudiéramos las pérdidas de puestos de trabajo. Nuestras herramientas eran muy débiles. Ni hoy ni nunca el sindicato tiene fuerza por sí solo para determinar si se queda o no una empresa. Eso le toca al Gobierno y si lo que hace es facilitar que cierre la empresa sobre la base de la modernización, la batalla está perdida. Eso genera, además, unas tensiones terribles dentro del sindicato: están los que dicen, “empresa cerrada, patrón colgado”, y luego los que decimos dejaros de tonterías y vamos a salvar los puntos de trabajo que podamos. Los nacionalistas españoles y catalanes estaban totalmente de acuerdo en que no se salvaran las empresas, preferían regalarlas. Si alguien ha hecho política industrial en España es el PNV, lo del País Vasco y Navarra es diferente. Nos encontramos con el mal llamado proceso de reconversión industrial, que supone el desmontaje de la industria. En España hay buenas empresas y con calidad tecnológica, pero ha desaparecido una buena parte del tejido industrial.

¿Cuál es el futuro industrial de la comarca?
Desde la ignorancia, yo creo que no van a hacer lo que tienen que hacer. Quizás menos en Cataluña que en otras partes, por la confrontación social que se ha generado. Todo el proceso de la mal llamada reconversión industrial provoca cierre de fábricas, porcentajes altos de desempleo y debilitamiento de los sindicatos. Si le sumas que se cae el muro de Berlín, no existe ese contrapeso. No digo que la barrera fuese buena, pero sí que nos permitía a nosotros apretar un poco más. Los sindicatos se empeñan en poner el acento en frases con muchas r y no analizar la realidad económica y social y eso les lleva a hacer propuestas fuera de lugar. El sindicato no ha sido capaz de adaptarse a las nuevas situaciones. La reconversión industrial nos enseñó también que no existe solidaridad en el movimiento sindical europeo.

En la comarca se firmó el pacto de la llamada Zona de Urgente Reindustrialización (ZUR). ¿Sirvió para algo?
En aquel momento había que hacerlo. Los pactos que hicimos Comisiones, UGT, la patronal y los ayuntamientos no tuvieron concreciones. Ayudaron a un cierto clima de colaboración, pero poca cosa más. En esta comarca se hizo una marcha contra el paro que tuvo la colaboración de todos los ayuntamientos. Y después de eso se consiguieron sacar unos fondos para los planes de empleo.

¿Tienes algún carnet?
No, no me quiso nadie. Cuando me jubilé me dije “voy a hacer algo”, ahora que tengo más tiempo. Me ofrecí a Comisiones para hacerles el asesoramiento que me pidieran y la respuesta fue “bueno, ya te diremos”. Un tiempo después, hará cinco o seis años fuimos a ver a la dirección de la comarca porque me insistió Pere Caldas y estaban haciendo una asamblea de delegados. No te puedes imaginar hasta qué niveles se me callaron los cojones con lo que oí. Después con el 15-M me apunté en Sant Pere de Ribes, que era donde vivía entonces. Un día se quisieron meter en el ambulatorio con cacerolas y palos, sin entender que eso no eran maneras y que estaba lleno de enfermos. Total, que no volví más. Después me tentaron los del PSC para ir en la lista de las municipales, pero dije que no porque no conocía el pueblo. Mientras tanto, fui a una asociación de vecinos por si podía ayudarles en algo. Querían que estuviera en la junta, pero yo no quería saber nada de eso, solo ayudarles en lo que pudiera y supiera hacer, como asesoramiento laboral o montarles pinta de petanca. Cuando se montó Podemos en Sant Pere de Ribes me apunté pensando que esos chavales podían ayudar a reciclarme y a ver por dónde iban los tiros de la nueva política. Pero también me fui muy pronto al ver lo que vi. III

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