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“El hijo del chófer”

“El hijo del chófer”

Per Gonçal Évole

martes 15 de diciembre de 2020, 11:29h
En el 2004 Alfonso Guerra publicó una primera parte de sus memorias a las que puso un título con reminiscencias poéticas: “Cuando el tiempo nos alcanza” que se enredó en las telarañas de mi cerebro y nunca me ha abandonado.

Doy inicio así a mi escrito porque en más de una ocasión se producen historias que van y vienen y, el día que menos lo esperas, como si fuera una pesadilla, vuelven cuando ya las creías olvidadas. Es cuando caemos en la cuenta que nos ha “alcanzado el tiempo, la historia”. Suele suceder cuando se llega a una edad en la que ya se tiene más pasado que futuro. Un crimen escabroso, el suicidio posterior, que en su día tuvo una cierta repercusión y creo recordar que se intentó sepultar cuanto antes mejor por la resonancia mediática del turbio protagonista.

Sin venir a cuento, se dan casualidades inesperadas y es cuando “el tiempo te alcanza” y ya no te suelta. Ni más ni menos, lo que me ha pasado con “El hijo del chófer” en el que el periodista y ensayista, Jordi Amat, narra como si fuera una novela, la turbulenta historia de un ejemplar humano que, de “ejemplar” tenía más bien poco: Alfons Quintà.

Me he permitido este largo preámbulo para explicar que mi mujer tiene un primo hermano con el que tenemos una relación excelente, y es “paradista” dominical en el Mercat de Sant Antoni, vendiendo, comprando, trapicheando con revistas y libros antiguos. Ya había pasado un tiempo prudencial del crimen y posterior suicidio del individuo de esta lúgubre historia, que se le presentaron dos personas en la “parada” solicitándole si podía pasar por cierto domicilio a vaciarlo de revistas, videos y algunos libros. Se los cedían gratis. Accedió a ir y cual no fue su sorpresa, al comprobar que era la vivienda de Alfons Quintà que él recordaba vagamente que había sido director de TV3. Una de las habitaciones del piso, según me contó un tiempo después, estaba atiborrada de revistas, vídeos, fotografías, todo de carácter pornográfico de lo más retorcido que imaginarse pueda. El primo de mi mujer llegó a sentir un asco inmenso y deseos de vomitar ante aquel panorama sombrío y no se atrevió a tocar nada, manifestando a quienes le habían propuesto la “limpieza” que, de toda aquella mierda él no se llevaba nada. Y eso que un “paradista” está acostumbrado a todo. Fue cuando llegué a la conclusión que Alfons Quintà, además de un déspota, era un depravado mental.

Ha pasado bastante tiempo que el citado “paradista” me contó el episodio de una Barcelona silenciada y he de confesar que lo había olvidado por completo. De repente, el mes de noviembre pasado, sin apenas hacer ruido, sin ningún soporte publicitario, llega a las librerías “El hijo del chófer “del periodista y ensayista Jordi Amat. Como si me pasara por encima la enorme piedra de Sísifo, en su descenso incontenible, el tiempo me alcanzó, me arrolló la historia y, desde la primera página, ya no pude desprenderme de su lectura. Más pronto que tarde funcionó la “vox populi” que ha convertido la obra de Jordi Amat, al menos en Catalunya, en el indiscutible libro del año.

Porque “El hijo del chófer”, teniendo como hilo conductor la biografía de un sátiro, como si fuera una foto “pixelada”, no deja de ser el retrato fiel, la historia de la Catalunya de los últimos cuarenta años que, deliberadamente, han intentado ocultarnos. Alfons Quintà, en su difícil y sufrida adolescencia, acompañaba a su padre que se había convertido en el chófer de Josep Pla en sus desplazamientos a su “mas” en Llofriu y se acostumbró a escuchar las conversaciones de los muchos personajes importantes que pasaban por el “Mas Llofriu”. Pésimo estudiante, intentó varias carreras que iba dejando a medias. Por influencia de Josep Pla, acabó la de periodismo al tiempo que se convertía en un obseso de la información. Trabajó en varios medios de comunicación y aquella obsesión se convirtió en una cuestión enfermiza. Con toda la información que acumulaba en su cabeza, empezó a colaborar compulsivamente en El País, periódico de reciente creación y que había llegado a ser el más influyente de España. Tanta información les proporcionaba, que se le nombró delegado del periódico en Catalunya, prácticamente como si fuera una redacción paralela. Esto colmaba su ambición e intereses particulares que siempre anteponía a cualquier otra cuestión. Quintà fue el que destapó con toda su crudeza el caso de Banca Catalana con informaciones que iba dosificando a su exclusiva conveniencia. A partir de ahí empezó a “joderse todo”. Por las páginas de “El hijo del chófer”, pululan a su antojo, los numerosos personajes que han ostentado el poder en los últimos cuarenta años de historia en Catalunya, empezando por la “familia” que gobernó durante veinticuatro años, apartando sin contemplaciones, a todo aquel que estorbaba para sus fines, tejiendo una red de influencias, de clientelismo, siempre envuelta en una “omertá” oscura, férrea, inaccesible. Con estos antecedentes, desfilan por el libro personajes como el omnipresente Lluís Prenafeta, el cerebro de todos los tejemanejes y en el que el President, tenía depositada toda su confianza, el cínico abogado Joan Piqué Vidal, Miguel Roca, Macià Alavedra, Francesc Cabanes, cuñado de Jordi Pujol y, por encima de todos el inefable Javier de la Rosa que llegaron a creerse “intocables” en la telaraña indescifrable que había creado el “pujolismo”. En cualquier esquina de las páginas de “El hijo del chófer”, da la impresión al lector que aparece la sombra alargada de Banca Catalana, el “ángulo oscuro” de toda esta historia y Quintà hurgando en la herida de una entidad que se hundía sin remedio. Ante aquel desastre, Pujol puso al frente del banco a su cuñado Francesc Cabanes que nada pudo hacer por aquel “Titánic” que hacía aguas por todas partes y del que sólo quedaba la orquesta significando la ruina de muchos accionistas. Todo se hacía… per Catalunya! aunque en voz baja se preguntaran donde había ido a parar el dinero. No obstante, estos “personajes” pueden con todo. El protagonista de tan turbia historia, cayó en desgracia por presiones a los responsables de El País y compraron su silencio proponiéndole nada menos que la dirección de TV3, en sus inicios. Pero su carácter soberbio, déspota, enfermizo, le traicionó y, como suele ocurrir en las sociedades oscuras, cuando ya te han exprimido, le señalaron la puerta de salida. Sin embargo, no le olvidaron y, años después, le propusieron ponerse al frente de otro desastre monumental: la creación del diario “El Observador” propiciado por Lluís Prenafeta, siempre en la sombra y en el que se volcaron millones de pesetas, (¿ de dónde salieron?, se pregunta Jordi Amat) porque aún se recuerda la hecatombe económica en la que acabó, como también la vida de la doctora Victoria Bertrán, esposa de Quintà que, temiendo que le abandonase la asesinó y, una vez cometido el crimen, en la última de sus locuras, se suicidó. En resumen, lo que ha hecho de una forma magistral Jordi Amat, es poner delante “d’un mirall trencat” a la Catalunya de los últimos cuarenta años, para entender como se ha llegado al desbarajuste absoluto actual y su libro “El hijo del chófer”, se hace de lectura imprescindible que, fervientemente, me permito recomendar.
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