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 El ministro de Sanidad, Salvador Illa. EP
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El ministro de Sanidad, Salvador Illa. EP

El hombre del traje gris

Por Gonçal Évole

lunes 08 de febrero de 2021, 11:23h

Al atardecer del martes 9 de Abril de 2019, se había programado el único miting en el gimnasio del colegio Sant Ildefons de Cornellà con motivo de las elecciones del 28 del mismo mes que darían paso a la legislatura más corta de la democracia que, ante la falta de apoyos para formar gobierno, repitieron aventura el 10 de noviembre del mismo año. Meses convulsos enterrados en el polvo del olvido.

Ese atardecer del 9 de abril citado, se encapotó el cielo que nos obsequió, justo antes del comienzo del acontecimiento con un aguacero primaveral de aquí te espero que hizo temer poca asistencia. Pero el tirón sociata de Cornellà pudo más que la lluvia y cuando llegué al colegio, sorteando charcos, el gimnasio estaba ya prácticamente lleno. El cartel electoral lo componían Josep Zaragoza, Antoni Balmón y Meritxell Batet. Tuve que dar un par o tres de vueltas al recinto y, por carambola, localicé una única silla vacía en las filas delanteras y, sin pensármelo dos veces, me acomodé en ella. Entonces le vi en persona por primera vez y tuve ocasión de estrecharle la mano como otros muchos y cruzar unas palabras de cortesía con él. Sin saber por qué, me dediqué a observarle. Ante la vehemencia desbocada y mitinera de Zaragoza y Balmón, me llamó la atención que aquel hombre no moviera ni un músculo de la cara. Había acudido al miting en calidad de invitado y se limitaba a escuchar, con alguna sonrisa y unos aplausos corteses. Su nombre ya empezaba a sonar ya que ejercía el cargo de Director General en el Departamento de Justicia de Catalunya y me sorprendía su actitud hierática, cortés y lejana pero también huérfana de entusiasmos desbocados y tuve la impresión que “aquel hombre” tenía “algo” que le hacía diferente a los demás que se rompían las manos aplaudiendo las frases más o menos brillantes que en estas ocasiones suelen “dejan caer los oradores” en momentos clave.

Poco después fue nombrado Secretario de Organización del PSC y ya se acercó más a los órganos de poder. Fue cuando tuve conocimiento que había sido alcalde de La Roca del Vallés, su pueblo natal, en dos ocasiones y se había forjado a fuego lento en el mundo municipal, el más próximo al pueblo llano que es lo que da a los políticos patente de corso para objetivos más ambiciosos. También me enteré que, durante su mandato de alcalde, La Roca del Vallés había dejado de ser un simple peaje de la autopista AP-7, referencia ineludible de retenciones domingueras y lo había puesto en las referencias turísticas, al impulsar la creación de un centro comercial y de ocio, diferente a los demás, sin una escalera mecánica, en el que se puede pasear con absoluta tranquilidad y sosiego: La Roca Village que, en tiempos normales, atrae más de cuatro millones de visitantes al año. Los siete meses de legislatura, transcurrieron con las tensiones lógicas y en las del 10 de noviembre de 2019, después de mil y una componendas, se nombraba Presidente de Gobierno a Pedro Sánchez que tuvo pocas dudas en incorporarlo a su gabinete, encomendándole una cartera de poco peso según dicen los entendidos: la de Sanidad de la que tomó posesión el 13 de enero de 2020 que, poco después, con la invasión de un virus desconocido, se convertiría en imprescindible y la más cercana a la ciudadanía por razones obvias. En ningún momento escondió su responsabilidad apareciendo casi a diario en televisión para informar él mismo, como responsable de la cartera, de la pandemia más mortífera que hemos vivido, siempre dispuesto a fajar con ella. Ha sido sorprendente y a la vez tranquilizador verle llegar con puntualidad británica a la sede de su Ministerio, con su inseparable mochila colgando del hombro, su traje gris y semblante preocupado ante la evolución implacable que ha tenido el maldito virus. Nadie, en sus cabales, aunque esté imbuido de ideas políticas contrarias, no siempre razonables, puede discutirle su dedicación absoluta que le ha hecho acreedor a la empatía con la que acogían su presencia continuada los ciudadanos de a pié.

Y en esto que, ¡por fin!, se convocan las elecciones a la Generalitat de Catalunya después de cuatro años de despropósitos y sin un gobierno que mereciera tal nombre. Nadie sabe lo que pasa en las interioridades de los partidos pero, cuando menos se esperaba, Miquel Iceta, Secretario General del PSC da “un paso al lado” para que sea otro quien asuma el liderazgo en las elecciones convocadas que él llevaba camino de perder por tercera vez consecutiva. En cualquier otra ocasión, procuraré poner “fil a l’agulla” del por qué de sus fracasos. Para sorpresa relativa de todos, Pedro Sánchez se saca su enésimo conejo de la chistera y le encomienda al “hombre del traje gris” de su Consejo Ministerial, al que más necesita en estos momentos de angustia, que se cuelgue su mochila del hombro, vuelva a Catalunya y se ponga al frente del PSC para intentar ganar estas elecciones y, de producirse el milagro, sea el próximo presidente de la Generalitat.

En cuanto se conoció este juego de magia, empezó el Timbaler del Bruc a tocar a rebato y al grito de… ¡a por él! todos los partidos sin excepción se han puesto en posición de guardia, no tan sólo la derecha rancia y casposa, sino que también se han añadido con un entusiasmo desmedido los retales esparcidos de aquella Convergència intratable que saltó hecha añicos aquel fatídico día del 25 de julio de 2014 en la que el hasta entonces “Virrei de Catalunya” confesó la “deixa” del avi Florenci y que el dinero estaba a buen recaudo en Andorra o sabe Dios donde.

Ante esta avalancha, afortunadamente, “el hombre del traje gris” y su inseparable mochila, no ha perdido su flema habitual y hasta parece que aguanta sin pestañear insultos como el de la lumbrera del PP, Teodoro Garcia Egea, que sin complejo alguno -la derecha jamás los ha tenido-, no ha dudado en calificarlo como el “peor ministro de sanidad de Europa”. ¡Ahí queda eso! Y ya de VOX, ni hablamos, porque lo que sale de la “boquita” de Abascal, no tiene precio. Y el nacionalismo autóctono a la suya en su obsesión por alcanzar esa “independencia” con la que llevan dando la tabarra más de diez años, hasta que alguien, con suficiente autoridad les haga ver que es un sueño utópico por ahora imposible. Tengo la impresión muy asimilada que nuestro hombre del traje gris”, con su buen hacer, respondiendo a los gritos con silencios significativos es el político sobradamente preparado para recoser los costurones que se han producido en el tejido social de Catalunya. Viéndole con su gabán gris oscuro, su mochila colgada del hombro, se asemeja -¡y mucho!- al “botiguer” que tanto abunda en esta bendita tierra, que se levanta por la mañana, se dirige “xino-xano” hasta su botiga, levanta la persiana “per fer caixa” y vivir más o menos desahogadamente y que lamenta profundamente ver su calle con contenedores ardiendo, mobiliario urbano destrozado y da gracias si, cuando entra en su establecimiento, no le han roto los cristales del escaparate. Todo esto, con su actitud de “no entrar al trapo” puede cortarlo de raíz y no tener ningún complejo de pedirles su voto. Y también hacer un esfuerzo ingente en reconciliar a esas “dos Catalunyas” que ya son un hecho consumado. Que podamos hablar libremente como antes, que no girin la cara”, que no se produzcan silencios incómodos, que no se cambie a “corre – cuita” de conversación, en definitiva que este pequeño país, sea auténticamente libre de expresar lo que cada uno piensa, sin rencores. Sería una lástima, que lamentaríamos durante muchos años, dejar pasar de largo la oportunidad que nos brinda “el hombre del traje gris”. Quisiera suponer que han adivinado de quién se trata.
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