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La crisis económica del covid-19: En el apocalipsis de los autónomos
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La crisis económica del covid-19: En el apocalipsis de los autónomos

viernes 09 de abril de 2021, 08:00h
Las tres emprendedoras que hace un año fueron protagonistas de un reportaje para ‘El Llobregat’ reviven sus doce meses de sufrimientos. La incertidumbre, el miedo, la desesperanza y los números rojos amenazan con hacer desaparecer al comercio de toda la vida

Hace justamente un año, El Llobregat contactó con tres trabajadoras autónomas del territorio que se enfrentaban al drama de la facturación cero, obligadas a mantener bajadas y cerradas con siete llaves las persianas de sus negocios, por orden expresa del estado de alarma del covid-19, para que fueran las protagonistas de un reportaje sobre el tema. Han transcurrido doce meses desde entonces y no ha habido rescate ni amnistía fiscal, por lo que la crisis no solo no ha amainado sino que se sigue cebando de forma más dramática y sangrante con Mari Carmen Aguilar y Magda, funambulistas al borde del abismo, y con muchísima más violencia aún con María José Gil, quien no ha tenido más remedio que claudicar y poner punto y final a su pequeña compañía de catering, abocada a la ruina y a la desesperación. Es como la antesala del apocalipsis.

No parece haber vacuna en el mundo que salve a la economía de los cuantiosos y profundos daños colaterales que está causando el SARS CoV-2 La cifra de bajas y de enfermos críticos entre los negocios familiares es tan desorbitada como la lista oficial de fallecidos. El drama de la facturación cero perdura tras un año inacabable de pandemia, que ha convertido a muchos pequeños comercios y empresas en auténticos zombies. Porque la incertidumbre sigue siendo aterradora.

“Miedo”. Es el término con el que Mari Carmen Aguilar, que regenta la peluquería Dona d’Ara de L’Hospitalet con 25 años de actividad a sus espaldas, sintetiza su situación actual. En abril del año pasado llevaba dos meses sin trabajar, acumulaba 4.000 euros en pérdidas y estaba sumida en la inquietud. 365 días más tarde su establecimiento abre con cuentagotas, factura un 40% menos de lo que era habitual, las empleadas siguen en ERTE por las tardes y muchas veces ella se queda sola, con única compañía de las tijeras y los secadores de pelo, o atiende a muy pocas clientas. El ritual de ir con frecuencia a la pelu ha pasado a la historia.

“La gente sigue teniendo miedo. Y con razón. Dona d’Ara es una peluquería de gente de mediana edad para adelante, ubicada en un barrio envejecido (Collblanc-La Torrassa). Así que, por ejemplo, en vez de teñirse una vez al mes, las clientas se tiñen cada dos meses. Al final, tengo las mismas clientas, pero no tengo los mismos ingresos. Eso recorta muchísimo”, explica con total desconsuelo Mari Carmen. Porque la lista de gastos fijos mensuales sigue ahí: hay que pagar la seguridad social, aunque las empleadas estén en ERTE o trabajen media jornada, entre otro puñado de cosas. Como los alquileres, el agua, la luz, el seguro, la alarma...

Así que Mari Carmen Aguilar no ha tenido más remedio que aferrarse al salvavidas económico que le han lanzado familiares y amigos más que a las nimias y exiguas ayudas públicas que son el chocolate del loro. “Con las ayudas solo puedes pagar los gastos extras del mes, pero no compensan todo lo que se ha perdido y se sigue perdiendo”, lamenta la dueña de Dona n’Ara.

“El futuro está bastante negro”, admite Mari Carmen. Pero se aferra al clavo ardiendo de la supervivencia. “Cuando llega final de mes y es el momento de hacer cuentas lo paso fatal, porque ves que la cosa ya no da para mucho más. Pero me he acostumbrado a intentar no pensar tanto y vivir el día a día. Voy tirando y aguantando. Sin muchas expectativas, pero rogando porque la situación mejore pronto”, recita como en una letanía.

Sin fiebre del sábado noche
Siempre hay alguien que está peor. Como Magda, autónoma y gerente de un pequeño bar musical. Su historia es más trágica aún, porque no se puede olvidar que el ocio nocturno sigue actualmente cerrado a cal y canto y nada hace presagiar una reapertura -ni que sea gradual o con fuertes restricciones- y que se pase del coronavirus a la añorada fiebre del sábado noche.

Magda cerró del todo hace un año por primera vez y esas cajas de bebidas ya pagadas siguen ahí, intactas, en el almacén del local, caducadas o a punto de hacerlo. Desde aquel fatídico 13 de marzo solo reabrió de forma fugaz y con unas férreas restricciones tres escuálidas semanas allá por la pasada verbena de Sant Joan. Pero fue un espejismo porque el cerrozajo volvió, esta vez para quedarse,“Para subsistir a las incalculables pérdidas hemos recurrido a préstamos de familiares y algo a las minúsculas ayudas de la administración que no han dado para mucho. Pero aceptarlas implica que no se puede despedir a los trabajadores en ERTE (aunque reduciría los gastos fijos), porque si se hace hay que devolverlas”, relata Y es que cada vez más es más probable que el pub no vuelva a abrir y en esas circunstancias, hasta la plantilla -aunque es como una familia- pesa como una losa. “La situación no solo es incierta, sino también muy preocupante” asegura desconsolada.

Magda mantiene a sus tres trabajadores en el ERTE, pagando religiosamente su cuota de la seguridad social, consiguiendo el dinero hasta de debajo de las piedras. “Al principio no pensábamos que el cierre iba a durar tanto y muchos de los suministros se siguieron manteniendo. Hasta que al final, se acabó dando de baja de todo lo prescindible, como la fibra óptica”, explica. Pero es insuficiente.

Para Magda lo peor no es la fosa abisal que se abre a sus pies sino la impotencia. “No puedo hacer nada. No puedo mantener el negocio y menos aún mantener a mi familia que vive de unos ingresos que el local ya no da y que encima se come los ahorros. Tengo las manos atadas. Solo me queda esperar y confiar en que, en cuanto se pueda, volvamos a estar abiertos... 0 vivos”.

El epílogo de esta remembranza del reportaje de abril de 2020 no podía ser más funesto ni, tristemente, más simbólico y sintomático de lo que está pasando ahí fuera, con el comercio, los bares, las empresas y las discotecas de toda la vida. María José Gil, la tercera autónoma entrevistada en abril de 2020, hace meses que cerró Silver Catering, una pequeña compañía de catering para empresas. Los números rojos y la falta de expectativas han podido con ella. Aunque se ha resistido como una jabata hasta el final. El precio es que ahora está hundida no solo económicamente, sino también física y emocionalmente. Su abatimiento es tan grande que no se ha visto con fuerzas para responder a las preguntas de El Llobregat. “No me encuentro muy bien”.

Su silencio lo dice todo. No hace falta que hable. Y es que no hay adjetivos para describir tanto dolor, tanta ruina, tanta desesperanza. Ser autónomo tras un año de estado de alarma es para muchos de ellos como estar enterrado en vida. El comercio de siempre está sumido en su particular, larga y oscura noche de los muertos vivientes. Ya se habla de una cuarta oleada. Sin palabras. Y sin noticias de que las administraciones con competencias vayan a hacer nada por reanimar a los sectores económicos que languidecen y devolverlos a la vida. III

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