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El espíritu navideño ¿sigue vivo o se ha dejado llevar por el consumismo?
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El espíritu navideño ¿sigue vivo o se ha dejado llevar por el consumismo?

lunes 05 de diciembre de 2022, 08:55h

Dicen los más viejos del lugar que ya no hay Navidades como las de antes. Es cierto que como de niño, no se disfrutan nunca más (tal vez, cuando uno debuta como padre o madre primerizo la sensación de ilusión puede clonarse).

Pero, ¿cuánto hay de cierto en esta afirmación? Es posible que esa nostalgia por los recuerdos que se dejaron atrás en el tiempo sea simplemente un eco de aquella sentencia de ‘cualquier tiempo pasado siempre fue mejor’, tan recurrente cuando se peinan canas, De lo que no cabe duda es que las Navidades se viven ahora de forma muy diferente a cómo se hacía hace medio siglo. De hecho, muchas personas que ya no las denominan así -por su carga de tradición cristiana- sino que utilizan el laico término de vacaciones invernales, emulando a los ritos paganos del solsticio de invierno que dieron origen a estas fiestas. Incluso hay administraciones públicas -como el Ayuntamiento de Barcelona de Ada Colau- que promueven pesebres tan heterodoxos que rozan el ridículo o la burla.

Es cierto que, con el paso de las décadas, el concepto de Navidad ha ido cada vez más parejo al de consumismo, por el aumento del poder adquisitivo y de la renta per cápita media de los españoles, y más alejado de la fe. Las intensas campañas publicitarias en prime time (que vuelven por estas fechas como los turrones El Almendro) incitan lo suyo y las compras (casi compulsivas) para Reyes o Papá Noel, para el Tió o para el ‘amigo invisible’ arrancan cada vez más pronto, incluso antes del Black Friday recién importado de EEUU. Y disparan el gasto, en cosas que nada tienen que ver con zambombas y panderetas.

Aunque las celebraciones navideñas hayan perdido parte de su liturgia primigenia -la Misa del Gallo casi suena a algo anacrónico y minoritario, que encima debe competir con la gala televisiva de turno de cada Nochebuena- hay un componente de las mismas que pervive o, como mínimo debería preservarse: los valores que transmite. Amor, paz, felicidad, alegría, compartir... suenan tan navideños como los villancicos, otra tradición en franca decadencia. Se acercan días de calles iluminadas, de abetos con guirnaldas (una estrella brillante en la punta), de cabalgatas, roscones, canelones y escudella i carn d’olla, de uvas y campanadas y, sobre todo, de buenas intenciones, ilusiones y sueños.

Pero, ¿es toda esta parafernalia ornamental solo un espejismo capitalista o, por el contrario, es una tradición ancestral tan inherente a nosostros, a nuestra sociedad que no se debería perderse sino transmitirse de generación en generación, con toda su carga simbólica, histórica y emocional? ¿Nos dejamos llevar por ese (o esos) espiritus de la Navidad que tan genialmente glosó en su popular cuento homónimo Charles Dickens (aunque solo sea de forma ilusioria por unos días) o estamos más pendientes del valor pecuniario de los regalos que esperamos recibir o pretendemos hacer? El debate está servido. Y sea cuál sea el resultado del mismo, un único deseo: ¡Feliz Navidad a todos!

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