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El poeta jugando a ser narrador

Por David Aliaga Muñoz
miércoles 23 de julio de 2014, 13:48h
Juan Vico es conocido por su obra poética. Con un par de poemarios publicados y con apariciones periódicas en la escena barcelonesa podría haber continuado con su carrera sin apartarse de la senda del verso. Sin embargo, decidió escribir Hobo, una novela breve en la que su voz se debate entre la austeridad narrativa y el éxtasis poético.
“Después de haber demostrado sus dotes poéticas, Vico da el salto a la narrativa con ‘Hobo’”.
“Después de haber demostrado sus dotes poéticas, Vico da el salto a la narrativa con ‘Hobo’”.
La luz de la sala se atenúa dejando un vaho de luz anaranjada sobre el escenario. Frente al murmullo inquieto del público sudoroso, entra caminando un negro huesudo y desgarbado con una fea cicatriz en la sien. Se sienta en un taburete, cierra los ojos y sus dedos largos y resecos acarician la primera nota de la frustración traducida al idioma blues. Es el flaco Bob Lunceford, protagonista de Hobo.
La biografía ficticia del guitarrista sureño es la primera incursión del badalonés Juan Vico en la narrativa. Con anterioridad había publicado diversos poemarios cuyos ecos resuenan en esta nouvelle que ha editado La Isla de Siltolá. Poco convencional en sus formas, aunando imágenes y retórica poéticas con pasajes con un tono cercano a lo académico, Hobo es una exquisitez con la brevedad suficiente como para degustarla en una tarde de domingo y releerla durante la semana que comienza para saborear su poso.
Con las primeras frases, Vico parece a aspirar a hacerse comprender a partir de la sencillez de la narrativa sumaria, del tono biográfico, de la asepsia estilística. Bob Lunceford nació en tal sitio, el origen de su familia era aquél y el otro y se dedicaban a recoger algodón o lo que el patrón sembrase aquel año. Sin embargo, la distancia emocional y plástica con que el autor aborda el texto se irá diluyendo a medida que las páginas fluyan para desatarse en párrafos de sonoridad e imaginario líricos. Son, sobre todo, aquellos en los que se describe a Lunceford tocar la guitarra o echar la vista hacia adentro. La prosa de Vico se sumerge en el trance en el que el flaco Bob parece imbuirse cuando trastea su guitarra o se ausculta dando lugar a un encadenamiento de oraciones y sintagmas intensos que si bien no evocan melodías, sí nos traen la imagen del intérprete de blues retorciéndose de dolor y melancolía.
Sin embargo, la alternancia entre la narrativa neutra y la poética extasiante no resulta en un texto esquizofrénico, mal articulado. A través de los acontecimientos que se describen, la prosa de Juan Vico camina contoneándose entre ambos registros para ofrecer un texto que fluye con la naturalidad propia de las caderas de una mujer seductora caminando ante los desempleados que matan la mañana en una avenida de la Nueva Orleans de los años 20.
A suavizar las posibles disonancias que pudiesen derivarse de los ires y venires de lo poético a lo mundano contribuye la homogeneidad del imaginario de la novela. La ambientación está clara desde el momento en que uno ha leído la somera descripción de la contraportada. Nos encontramos en el sur de los Estados Unidos, entre los negros que ya no son esclavos nominalmente pero que lo son en la práctica, partiéndose el espinazo en las plantaciones de algodón del delta del Mississippi y divirtiéndose por la noche en una insalubre barraca en la que siempre hay algún negro tocando canciones endiabladas que los incitan a sudorosos bailes regados con alcohol barato.
El propio Vico declaró en una entrevista para Revista de Letras que la aparente potencia con que están construidos los escenarios responde a lo interiorizados que tenemos determinados universos icónicos. Es decir, que si uno lee detenidamente, se dará cuenta de que las descripciones no son tan minuciosas y sensoriales como sugerirían las nítidas imágenes que se le han formado en su cabeza. Y es cierto que la estética a la que apela Hobo es lo suficientemente popular como para requerir poco más que cuatro pinceladas para evocar un escenario en la mente del lector. Con todo, esas cuatro pinceladas se dan con la capacidad de sugerencia de que a menudo carecen los narradores y que con tanta sutilidad cultivan los buenos poetas. En ese sentido, el mérito de Vico no es tanto la minuciosidad de las descripciones como la elección de esos tres elementos a partir de los cuáles el lector pueda completar el diorama con su propia colección de clichés.
Lo que ante mis ojos situó la peripecia de Bob Lunceford fue plásticamente intenso, sensorialmente denso, turbio y polvoriento. Antros, hoteluchos con las sábanas amarilleadas, ropa gastada, pieles negras curtidas por el sol, caminos en los que se respira la tierra que levantan unos pasos arrastrados, madera húmeda, tragos de sabor áspero…
Y en el aparente apogeo de la voluntad estética, se aparecen algunas cuestiones interesantes sobre la creación artística, la capacidad de incidencia del ser humano en su propia vida, del determinismo. Hay en Hobo una suerte de corriente subterránea que fluye, sólo fluye, sin llegar a concluir, derramando sobre la narración el rumor de la literatura que no está escrita para consumir y desechar cuando se edite el siguiente best-seller. No estamos leyendo el enésimo alumno de los cuadernos de caligrafía Rubio disfrazado con un buen presupuesto de márketing. Saber escribir es otra cosa, a lo que se dedica Vico.
Aprecio en la biografía del flaco guitarrista de blues una lucha entre la tenacidad de quien quiere avanzar hacia el destino que se ha propuesto conquistar y la irremediabilidad con la que el hombre se deja arrastrar por una vida de la que no parece tener el control. A veces Lunceford es un tipo que se cabalga a sí mismo y otras veces se antoja un pasajero de lo que le sucede. “En ocasiones, la diferencia entre una imposición y una elección es mínima. ¿Cuál viene de dentro y cuál viene de fuera?”, se preguntará el guitarrista.
Más trillada está la parte de crítica social que también contiene la novela. Con los escenarios escogidos para situar la acción, probablemente resultaba inevitable hacer referencia al maltrato sufrido por los negros en los Estados Unidos del post-esclavismo. Pero igual que hemos visto y leído mil veces el campo de maíz bajo el sol castigador, la casucha destartalada del campesino y el antro en el que suena jazz y se baila arrimándose a la vecina y Vico sabe hacerles cobrar un nuevo vigor, no sucede lo mismo con la crueldad con que se trata a los negros. Quizá porque no sea la intención del poeta escribir una novela social, el retrato de esas condiciones de vida es colateral y desapasionado, carente de la voluntad de pasar cuentas, y, en ese sentido, Hobo no consigue convertirse en un latigazo para los herederos de aquellos hombres blancos y malos.
Con todo, no lastra la nouvelle. La falta de contundencia en lo social no desmerece su intimismo, el descenso a las profundidades de Lunceford. Hay que comprender que Hobo es otra cosa. La composición de Juan Vico un buen blues traducido al lenguaje de la narrativa por un poeta nativo.

Hobo, escrito por Juan Vico y editado por La Isla de Siltolá. Cuesta 10 euros.||
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