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Ordenanzas y civismo

martes 16 de septiembre de 2014, 22:48h
Los expertos no se ponen de acuerdo sobre la efectividad de les ordenanzas de convivencia cívica que dictan los ayuntamientos.
Coinciden, por ejemplo, en que debe haber una normativa para sancionar los comportamientos incívicos de algunos propietarios de perros, contra los que dañan el mobiliario público o alteran el descanso de los vecinos por ruido a altas horas de la noche. Parece obvio que la normativa debe ser precisa en estos aspectos, pero a la vista de los resultados, del coste para las arcas municipales y de las quejas que llegan a la mesa del Síndic de Greuges su efectividad no está tan clara.

Cada vez que me he referido a esta cuestión he procurado deslindar lo que es la normativa de la actitud ciudadana, porque desde mi punto de vista hay un aspecto esencial que no debe perderse de vista: el del civismo o lo que es lo mismo la necesidad de que todos interioricemos que el espacio público es una responsabilidad conjunta de todos los ciudadanos.

Civismo. Ésta es la palabra clave que hay que reivindicar y que defiendo, desde la óptica del Síndic, como un elemento clave de reflexión ciudadana. En la Memoria que presenté correspondiente a la actividad del 2013 incluía la siguiente reflexión, a raíz de un conflicto entre la administración municipal y los propietarios de perros de compañía: “La irracionalidad del animal de compañía, por muy domesticado que esté, ha de verse compensada por el civismo de su propietario. De la misma manera que una supuesta moda no puede alterar lo que tradicionalmente es un criterio compartido por el conjunto de la ciudadanía, que los espacios públicos, especialmente en una ciudad tan densamente poblada como Cornellà, son para el disfrute de los ciudadanos y de las ciudadanas. Y a la misma conclusión se debe llegar en relación a otros comportamientos incívicos. Deben existir normas, pero sobretodo debe existir más civismo”.

La referencia sirve para incidir en la idea de que el civismo es la esencia de la convivencia. Normativizar la vida cotidiana puede tranquilizar muchas conciencias o frenar justas inquietudes, pero no es la varita mágica para asegurar el adecuado funcionamiento de sociedades tan complejas como las de nuestro entorno.

La función del Síndic es velar por el respeto de la normativa y evitar que la aplicación o su incumplimiento lesione los derechos de los ciudadanos. La mecánica está clara, pero no por ello hay que infravalorar el valor del civismo. No se trata de un debate anacrónico, ni que haya perdido actualidad o que sea propio de una determinada opción política. El civismo, que nada tiene que ver con falsas moralinas, es sinónimo de respeto, de convivencia. En definitiva, nos reafirma en nuestra condición de personas capaces de disfrutar de un espacio público que es de todos pero que también es propio.
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