Uno de los factores más determinantes es la influencia de redes sociales como TikTok e Instagram, convertidas en escaparates de un ideal de belleza que premian los rostros simétricos y los cuerpos estereotipados. Estas plataformas no solo moldean la percepción estética de millones de jóvenes, sino que también generan una presión constante para “encajar” que, en algunos casos, pueden relacionarse con trastornos de la imagen corporal o con una autoestima frágil.
La presión recae con especial intensidad sobre las mujeres, víctimas principales de la mercantilización del cuerpo femenino. Las redes reproducen y amplifican códigos de género que refuerzan la idea de que la apariencia es un requisito para la aceptación social. Esta lógica convierte a muchas jóvenes en blanco de un mercado que promete soluciones inmediatas sin advertir de sus límites ni de los riesgos, especialmente cuando se inicia a edades tempranas. A ello se suma el peligro de acudir a clínicas clandestinas.
Ante este panorama, los especialistas subrayan una herramienta clave: la educación. Una educación que enseñe a interpretar críticamente los mensajes de la publicidad y de las redes, que desmonte estereotipos y que recuerde que la felicidad no depende de un bisturí. Educar para fortalecer la autoestima y para comprender que la perfección digital es una ficción.
Ojalá el 2026 nos traiga miradas más libres, cuerpos más respetados y jóvenes más protegidos frente a presiones que nunca deberían soportar.
¡Feliz 2026! III