Editorial

Por una gestión adulta de la sequía

Redacción | Viernes 12 de mayo de 2023
Quienes entienden aseguran que las restricciones de agua por sequía que ya tenemos, y las más severas, que todavía están por venir, no solo eran previsibles, sino también evitables.

Desde el pasado mes de agosto de 2022 -cuando la capacidad de los pantanos empezó a desplomarse- el aliento de la sequía ya era una evidencia en la nuca. Pero el drama no se reconoció oficialmente hasta tres meses después, pues se confiaba en que una celestial lluvia (que no llegó) alejara los malos augurios y los malos espíritus. Inaudito.

Y de aquellas lluvias (o no lluvias) y de la inanidad de medidas y propuestas que las precedió vinieron estos lodos (mejor dicho, estos lechos de ríos a la intemperie, resecos y agrietados). Y es que la sequía ya está aquí, y las restricciones también. Una de las principales infraestructuras hidráulicas catalanas -la del Canal d'Urgell- ya ha cerrado el grifo, para desasosiego de su comunidad de regantes, que ya da por perdida la cosecha. Los agricultores del Baix Llobregat van a tener (eso se espera) algo más de suerte y sus campos podrán regarse con agua regenerada gracias a la inversión hecha en los últimos años en sistemas de riego.

Pero los que entienden insisten en que las vicisitudes y cortes de agua que casi con total seguridad vamos a sufrir este verano no son solo culpa de que no llueva (algo inherente al clima mediterráneo) sino de que no se haya hecho gran cosa en materia preventiva desde la gran sequía de 2007. Sigue sin haber un pacto nacional hidrológico que arbitre en la lucha entre secanos y regadíos. Las administraciones autonómicas, con la Agència Catalana de l'Aigua (ACA) a la cabeza, tampoco han hecho los deberes y su falta de inversiones y de previsión no han venido sino a complicar las cosas.

Tal es la disparidad de criterios y la irresponsabilidad reinante que en Cataluña ha costado lo indecible que los principales partidos consensuaran hace poco más de una semana un pacto anti-sequía, que al final no es más que una flexibilización de las sanciones por incumplimiento que pretendía imponer el Govern de la Generalitat de Cataluña a los municipios que gasten más agua de lo fijado. Aunque, de paso, también es un acuerdo tácito para que no se utilice la sequía como arma arrojadiza electoral hasta las municipales del 28M y las que vengan después.

"La solución no es multar, es prevenir", como esgrime el Institut Agrari Català de Sant Isidre, principal patronal agraria del Baix Llobregat. Por eso cobra sentido la queja del sector agrícola de que la administración se ha cruzado de brazos y solo ha implorado para que no se llegara a esta situación. Pero no ha habido milagro. Y es que la única medida 'de altura' que parece haberse tomado ha sido encomendarse a la 'Moreneta' (y al resto del santoral experto) en una rogativa política llamada a atraer las tan necesarias precipitaciones. También sin mucho éxito, la verdad. Cuando lo cierto es que podrían haberse hecho un buen puñado de cosas, como argumentan los agricultores del Baix Llobregat (y sin perjuicio de obras de compensación hidráulicas) del tipo reducir el caudal ecológico de los ríos, frenar la destrucción de los pequeños pantanos o impedir el desagüe prematuro de las presas para beneficio de las eléctricas. Y poner a trabajar a toda máquina a la ecofactoría de la macro-depuradora de El Prat para que dispare la producción de agua regenerada para ela agricultura, para limpieza viaria, para riego de los parques y jardines y para usos industriales.

Y siempre con tino y con mano izquierda para "evitar la confrontación entre los diferentes usos posibles del agua, entre actividades económicas y personas, entre mantenimiento de los ecosistemas y progreso, porque todas son caras de una misma moneda", como propugna la patronal PIMEC, que también aboga por una amplitud de miras y por una "planificación global con perspectiva a largo plazo".

Es decir, que en lo que hay consenso es en reconocer que no están las cosas bien y deben corregirse, pero eso no será posible (ni viable) hasta que no se clarifiquen las reglas del juego y se apueste de verdad por un "ecologismo para adultos", como lo define Baldiri Ros, vicepresidente de Foment del Treball. Es decir, por una política ambiental sin infantilismos, sin cargas ideológicas y sin sectarismos, que permita, como abandera Ros, "gestionar el agua de forma sostenible, pero con visión económica y global", que abra la puerta a una redistribución más justa, como se está haciendo en Portugal, o que fije prioridades que anteponga a las personas. Solo así saldremos de este episodio de sequía más o menos victoriosos y estaremos preparados para afrontar el siguiente sin morir en el intento. Y si al final se tiene que elegir, que quienes decidan sean responsables de sus actos y no se laven las manos, que hasta con eso se gasta innecesariamente agua. III

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