Ah, pero si eres una tía”, exclamaron extrañados los asistentes de la fiesta del Hotel Majestic cuando entró Marian. Era su primer día como DJ y acabó allí por casualidad, haciéndole un favor a un amigo. La siguiente semana estaba pinchando sevillanas y rumba en Atenas (Grecia).
Pero aquello que podía parecer fortuito, llevaba años cociéndose al ritmo de los discos de Abba y Boney M. que le ponía su padre, el folklore de Rocío Jurado, Chiquetete y Las Grecas que le ponía su madre y el rock de AC/DC que escuchaba su vecino. ¿Qué podía salir mal de esa ecléctica mezcla?
Las casualidades dejan de serlo cuando se alinean una detrás de otra. Una y otra vez. Marian lo llama “señales” y es ahora cuando se da cuenta de que siempre estuvieron delante suyo, como si la vida le estuviese queriendo decir “¡hazlo!”. Su estatura hizo que fuese la encargada de poner las cintas de casete cuando cursaba EGB: nadie quería bailar con ella porque medía 1,75 m. Ya de más mayor, mientras su madre pensaba que estaba en la biblioteca, se dedicaba a repartir folletos de una discoteca para entrar gratis y pasarse la tarde bailando.
Tras años compaginando la contabilidad y la música, la cabeza y el corazón, en 2017 se lanzó a la piscina. Por suerte, estaba llena. Por desgracia, muy vacía de mujeres. Recuerda sus inicios como una época en la que el mundo DJ estaba absolutamente dominado por los hombres, como siempre lo ha estado históricamente. Aun a día de hoy, los números no son del todo esperanzadores: en 2025, solo el 22% de las personas que pincharon en Ibiza, centro neurálgico de la industria, fueron mujeres. 22%. Lo positivo es que ahora no faltan nombres propios de mujeres en la élite: B Jones, Charlotte de Witte, Nina Kraviz, Deborah De Luca o Peggy Gou son algunas de las referentes que me nombra.
Marian sabe un montón: loops, stems, ganancias, software, Roland 707. Aunque no entiendo muchas de las palabras que usa, escucho con atención y pregunto, ella me explica los tecnicismos con ternura. Así como me lo explica a mí, también lo hace con sus alumnos, porque ¿para qué sirve esa sabiduría si no es para ayudar al prójimo?
Nadie se podría creer que con el conocimiento que tiene, alguien haya sido capaz de preguntarle si sabía para qué servían todos los botones de su set. Pero así ocurrió. Esto evidencia lo muy cuestionadas que están las mujeres en esta industria, hagan lo que hagan. Hasta llegan a suponer que llevan las sesiones ya preparadas, que son mujeres florero.
A veces, por ser mujer, se espera un concepto distinto de ser DJ: maquillaje, escote, tacones. Marian se niega. No solo lo hace por su comodidad, también lo hace por principios (aunque, ¿qué son los principios, si no bienestar?). Ella defiende su calidad como DJ, más allá de su biología. No se les tiene que exigir más a ellas que a ellos.
Las mujeres de la industria tampoco pretenden llevar su género por bandera. No son “mujeres DJ”, igual que nadie se referiría a sus homólogos masculinos como “hombres DJ”. Son DJ. Y punto. Nada de “noche de chicas” al programar un cartel exclusivamente femenino; al fin y al cabo, nadie hace hincapié en el sexo de los disc-jockey cuando en las discotecas solo pinchan varones.
Estar “pico y pala” años y años y exigiéndose la que más, han resultado en una excelencia y profesionalidad que era imposible que pasasen inadvertidas en el panorama musical. El éxito fue llegando. Ahora, tiene la posibilidad de escoger hacer lo que más le gusta, dar trabajo a sus colegas, y contar con una muy buena red dentro del gremio.
No juzga el género musical que le piden allí donde pincha. Ella lee la sala y, rebuscando en su amplia biblioteca mental de temas musicales, escoge. De reguetón a house. De heavy metal a rumba. Si le preguntamos, dirá que lo único de lo que no se cansa es del tecno. Tecno, tecno y más tecno.
Lo que sí le agota es lo que a todos: los mails, whatsapps, llamadas, preparación de eventos, peticiones de los clientes, que apunta en su inseparable libretita; pero mezclar compensa todo. Compensa incluso ese insomnio que no se resuelve con una montaña de infusiones y ese pitido en los oídos que tiene que aguantar en las horas posteriores al bolo. Pero ese momento de mezclar temas, para Marian, es único. Le apasiona. Le sale la música por los poros de la piel e intenta explicarte lo que siente cuando está en su cabina, conectada con la gente. Pero eso, por desgracia, solo lo entiende quien ha estado ahí; y para estar ahí, tienes que haber trabajado mucho.
30 años le han valido a DJ Marian para consolidarse como una de las propuestas más sólidas, en lo que a eventos privados se refiere, del panorama comarcal y autonómico: sesiones fijas en diversos locales, bolos agendados hasta 2027 y la seguridad de quien sabe que tiene talento. 30 años y sigue sufriendo el síndrome de la impostora; probablemente, sea el precio a pagar por ser pionera. III