El muñeco de felpa que los agentes de la policía nacional encontraron este domingo dentro de una maleta de un vuelo procedente de Perú recién llegado al aeropuerto de El Prat parecía inofensivo. Si no hubieran sospechado del dueño del equipaje, que acababa de aterriza en uno de los denominados policialmente como ‘vuelos calientes’ que había hecho escala en Sao Paulo (Brasil), los policías tal vez habrían pensado que se trataba de un peluche inocente. mullido y sonriente. Pero no era así. El muñeco escondía en su interior dos cilindros repletos de cocaína de gran pureza. Este sorprendente hallazgo unido a la droga encontrada entre la ropa de una a maleta que portaba el sospecho, delataron al pasajero, que ha ingresado en prisión provisional.
En el argot policial, los vuelos calientes son aquellos trayectos —generalmente procedentes de países sudamericanos considerados productores o puntos de tránsito de cocaína— en los que existe una mayor probabilidad de que viajen correos humanos al servicio de organizaciones criminales portando sustancias estupefacientes. No todos los pasajeros de estos aviones transportan droga, pero las estadísticas y la experiencia policial indican que estas rutas concentran buena parte de las incautaciones. Por ello, los agentes refuerzan como rutina policial los controles, analizan comportamientos extraños o nerviosos y buscan posibles incongruencias en los relatos de los viajeros que llegan a Barcelona a bordo de estas conexiones aéreas.
Así que, el arresto de este domingo podría definirse como uno de esos prototipos de casos que encajan perfectamente en el patrón de los traficantes de los vuelos calientes. Todo empezó a tomar forma cuando los agentes repararon en un viajero que avanzaba por el pasillo de llegadas con un gesto crispado, los hombros tensos y la mirada demasiado inquieta como para pasar desapercibido, así que decidieron interrogarlo. A cada pregunta sobre el motivo de su viaje, el pasajero ofrecía a los policías una explicación distinta, como si improvisara a medida era interrogado, y todo en mitad de crecientes sudores.
Ese comportamiento disparó la alarma a la policía y bastó para activar el protocolo específico para estos casos: entrevista individual y traslado a las dependencias del Servicio de Aduanas de la Agencia Tributaria para un registro minucioso. Y fue justo allí donde empezó a desmoronarse la mal hilvanada coartada del pasajero y cuando el peluche ‘camello’ entró en escena.
Al abrir las dos maletas facturadas, los policías encontraron lo que buscaban incluso antes de llegar al peluche. Entre la ropa aparecieron diez planchas compactas una sustancia blanca perfectamente adosadas y envueltas para ocultar su contenido. Había también cuatro paquetes de un supuesto endulzante –de la marca Fruto del monje- con un aspecto más químico que alimentario, según los inspectores, que en todo momento dudaros de que se tratara de algún tipo exótico de azúcar.
Pero la sorpresa llegó con el muñeco. Era blando, colorido, aparentemente recién comprado. Al tacto, sin embargo, algo no encajaba: demasiado rígido en algunas zonas, demasiado pesado. Al ser abierto con cuidado, reveló entre sus tripas dos cilindros escondidos en su interior, ambos rellenos de la misma sustancia blanquecina que el resto del equipaje intentaba ocultar.
Con la mosca detrás de la oreja, los agentes decidieron analizar la sospechosa sustancia y ¡Bingo! Las pruebas químicas del drogo-test no dejaron margen a la duda: se trataba de cocaína de gran pureza. Una vez pesada, la droga sumó 14,475 kilos.
El pasajero, incapaz de ofrecer explicación alguna sobre el origen de la droga, fue detenido y trasladado a dependencias policiales. Tras la tramitación de las diligencias, pasó a disposición del Juzgado de El Prat de Llobregat, que ordenó su ingreso en prisión provisional por un presunto delito contra la salud pública.
Mientras el aeropuerto proseguía con su ritmo y ajetreo habituales —con el frenético ir y venir de los pasajeros arrastrando maletas, con los altavoces repitiendo destinos y llamadas al embarque, abrazos de bienvenida o de despedida—, el peluche quedó depositado en las dependencias aduaneras como una pieza más de la investigación. Este cuento hecho de felpa y planchas tiene también su moraleja, que a la vez funciona como un sarcástico recordatorio: en los vuelos calientes, hasta el objeto más inocente puede convertirse en el escondite perfecto para ocultar la droga.