Para despertar ese espíritu a pagès, la comarca se ha convertido durante el primer fin de semana de octubre en una gran aula al aire libre donde familias, escuelas y curiosos han podido conocer de cerca a quienes cultivan y cuidan los productos horto-frutícolas que les llegan a la mesa. Este reencuentro ha sido posible gracias a la celebración de la décima edición de Benvinguts a Pagès La Festa”, un certamen que ha desplegado de forma coordinada por toda Cataluña un catálogo único de visitas guiadas, catas y actividades. En el Baix Llobregat la fiesta del campo se ha abierto paso con un acento muy claro: abrir puertas y explicar sin filtros cómo se produce, con qué retos y con qué soluciones concretas. Desde Sant Vicenç dels Horts hasta El Prat, pasando por Viladecans y Sant Boi. El mecanismo del evento es tan sencillo como ambicioso: acercar la payesía al público, a través de experiencias que dejen huella, y promover la compra directa de la producción agrícola local tras cada visita, un gesto que sostiene la economía de proximidad y refuerza la identidad alimentaria de la comarca.
En este marco, la propuesta más celebrada fue una agro-ruta en bicicleta por la pagesia de Sant Vicenç dels Horts, con salida desde la Plaça de Narcís Lunes. Pedalear entre márgenes de cultivos y acequias del Parc Agrari permitió a pequeños y mayores ver, oler y tocar los cultivos de temporada, descubrir sistemas de riego y conversar con quienes mantienen vivo un paisaje agrícola a pocos minutos del área metropolitana. La afluencia de interesados se mantuvo constante a lo largo del fin de semana y, a pie de campo, se repitió una escena ya clásica de La Festa: grupos pequeños escuchando atentos, preguntas curiosas, degustaciones sencillas y, al final, bolsas de verdura y fruta saliendo de los mismos lugares donde se cosechan.
El esfuerzo institucional —con la Generalitat, Prodeca y la Agència Catalana de Turisme como impulsores, y la colaboración de entidades como la Fundació Alícia y la Diputació de Barcelona— encuadró un calendario que ya se ha fijado en la agenda de familias, público sénior y aficionados a la gastronomía. Sin embargo, más allá de las cifras globales y la coreografía logística, el alma del fin de semana ha estado en lo que ocurrió surco a surco, con nombres propios y acentos locales que dibujan una radiografía precisa del Baix Llobregat agrícola.
En El Prat de Llobregat, Ca n’Aleix de la Madrona abrió las puertas de una quinta generación de payeses que combinan tradición e innovación, sin dramatismos. En Viladecans, Tugas Pagès, con raíces que se remontan a 1885, mostró su apuesta por la fruta y la verdura ecológica con venta directa, el ejemplo concreto del circuito corto que sostiene márgenes y fideliza a un vecindario cada vez más atento a la temporada y la procedencia. Y en Sant Boi de Llobregat, el foco lo acaparó Nano Farinetes, una pequeña explotación de huerta con vocación divulgativa que se ha ganado un lugar propio en la conversación comarcal por su forma de explicar, con lenguaje llano, qué significa cultivar hoy en las entrañas del área metropolitana.
La historia de Nano Farinetes resume bien la mezcla de oficio y adaptación que late en el Parc Agrari. Se trata de un proyecto con ocho años de vida, sostenido por un equipo de siete personas que ha decidido integrar en su rutina una capa de microtecnología accesible para ganar eficiencia sin perder sabor. Sensores de humedad que ajustan el riego al milímetro, mallas anti-hierba que evitan escardar con fitosanitarios, planificación por estaciones con el calendario en la mano: así se toma cada decisión, con la mirada puesta en reducir impactos, ahorrar agua y obtener un producto más regular y atractivo.
El huerto manda y marca el ritmo, con tomates y flor de calabacín en verano y un paisaje de alcachofas y lechugas en invierno. La gente lo vio, lo tocó y lo probó durante las visitas, que en esta edición sumaron 108 personas solo en esta finca, un indicador claro de la curiosidad que despierta la agricultura cuando se abre y se explica.
El nombre de la explotación, Farinetes, proviene de la memoria familiar y evoca esas papillas de harina que alimentaron a generaciones enteras. También es una pista de cómo se han ido ajustando prácticas y productos con el paso del tiempo. Los abuelos viajaban a Navarra para comprar semilla de la alcachofa Blanca de Tudela (madre de la prestigiosa variedad “Prat”) que luego plantaban en Sant Boi, una tradición que el cambio climático ha ido arrinconando por razones agronómicas evidentes. Hoy la explotación trabaja con alcachofa híbrida (Green Queen) adaptada a las nuevas condiciones. La producción es solvente pero el paladar cambia.
Así se cuenta, sin épica ni nostalgia, como una constatación práctica que ilustra cómo el clima reordena silenciosamente el catálogo de decisiones en el campo.
Desde hace años, la finca ha levantado puentes con escuelas e institutos, organiza visitas didácticas y desayunos campestres, y convierte el vocabulario técnico del campo —suelo, humedad, fauna auxiliar, estacionalidad— en un juego comprensible para los niños. Esa pedagogía tiene efectos que van más allá del día de la excursión: muchas familias regresan a comprar a la explotación, toman conciencia del precio justo y entienden cuánto cuesta producir una lechuga en invierno o un tomate a pleno sol.
En palabras del propio Germán, de El Nano Farinetes, pronunciadas en mitad de uno de los recorridos, “abrir las puertas del campo te obliga a ser transparente: a explicar por qué cambiamos de semilla, enseñar los sensores de humedad o las mallas, y que la gente los toque con las manos. Si entienden el por qué, respetan el precio y nos ayudan a que l’horta siga aquí”. Pocas frases sintetizan mejor el espíritu que Benvinguts a Pagès intenta insuflar: conocer para valorar, valorar para sostener.
El efecto de La Festa se notó en toda la comarca, y no solo por el movimiento de bicicletas y coches acercándose a los caminos. A pie de campo, productores veteranos y más jóvenes coincidieron en un diagnóstico compartido: los sensores, las mallas y el riego sectorizado ya no son futurismo, son herramientas del presente que permiten producir más y mejor con menos impacto.
Otra idea que se reforzó en esta edición es la importancia del vínculo directo entre productor y consumidor. El formato que cierra cada visita —una pequeña cata y la posibilidad de compra sin intermediarios— mejora el margen del payés y crea una relación de confianza que, con el tiempo, se traduce en fidelidad. Varias explotaciones señalaron que una parte del público repite compras en mercados municipales, paradas de venta directa o cestas semanales.
Para una pequeña finca, esa recurrencia es más valiosa que cualquier campaña publicitaria. En el Baix Llobregat, donde la presión urbanística convive con la necesidad estratégica de mantener un cinturón alimentario de proximidad, cada nueva familia que incorpora el circuito corto de compra es una victoria silenciosa que sostiene el paisaje y la economía local.
Las primeras nueve ediciones acercaron a 200.000 visitantes y este décimo aniversario ha confirmado la tendencia: climatología favorable, público repartido y compras al acabar las visitas. A la vez, el programa Benvinguts a Pagès Tot l’Any mantiene viva la conversación fuera del gran fin de semana, con explotaciones abiertas y rutas disponibles en cualquier momento para quien quiera profundizar sin prisas. En el caso del Baix Llobregat, esa continuidad encaja con la realidad de un Parc Agrari que es una infraestructura alimentaria básica: un tejido profesional que abastece a mercados, restaurantes de proximidad y comedores colectivos con producto fresco, trazable y de temporada.
| Aprendizaje de futuro |
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Si algo ha dejado claro la décima edición de Benvinguts a Pagès La Festa es que la pedagogía del campo no se agota en dos días, pero dos días bien organizados pueden cambiar muchas miradas. El visitante que entiende por qué una lechuga cuesta lo que cuesta, que ha visto la diferencia entre un suelo vivo y uno agotado, vuelve a casa con otro criterio y otro respeto por el mundo agrario. En una comarca como el Baix Llobregat, donde los aviones cruzan el cielo y la ciudad extiende sus límites, reconocer el valor de lo que ocurre a ras de tierra es también una decisión cultural. Y es que sobre este mismo terreno, que ha sido cultivado generación tras generación, se entiende mejor el sentido profundo de una iniciativa que combina divulgación y mercado, fiesta y trabajo. Quizá esa sea la medida real del éxito: convertir la curiosidad en hábito y el paseo en compromiso. La edición que acaba de celebrarse ha dado pasos firmes en esa dirección y ha demostrado, una vez más, que el Baix Llobregat agrícola no es solo memoria, es presente y futuro. |