Creo en el individualismo, pero sólo hasta cuando se empieza a medrar a expensas de la sociedad. Como últimamente escucho por doquier de boca de dirigentes presuntamente sensibles a los desfavorecidos, proclamas que limitan exclusivamente a una “solución nacional” la preservación del bien común” (ahí tenemos los paradigmáticos ejemplos de los sindicatos UGT y CCOO), mi escáner de paradojas se pone en marcha a la búsqueda del incentivo-estímulo que anima a esas personas a sostener unos argumentos que, en mi modesta opinión, se antojan más garantes del propio bienestar de quienes los defienden.
Porque fijar a la incierta vía de la independencia la solución a las desigualdades sociales, que la crisis ha acrecentado, es como hacer un pase en profundidad al espacio a la espera de que aparezca un delantero para meter el gol que nos devuelva a la Unión Europea. Pero enfrente tenemos el “catenaccio” (literalmente cerrojo en italiano) de una Europa que practica esa táctica de los equipos que se cierran atrás para no sufrir errores ante el peligro de implosión que entraña una posible independencia unilateral de una de sus regiones. Facilitar la secesión solo alentaría un efecto dominó en otras zonas europeas donde el nacionalismo también sube enteros ante los errores europeos en la gestión de esta crisis.
La casta de los mantenidos
Antes de enarbolar cualquier defensa de nuestro sistema público frente a cierto neoliberalismo corsario al abordaje del Estado del bienestar que todavía gozamos, aunque empieza a estar maltrecho; bueno es recordar que el primer derecho no proclamado en el global sistema capitalista es el derecho a arruinarse. Efectivamente, todos corremos el riesgo de quedar en la cuneta como damnificados de la crisis, la mala suerte, la mala cabeza, el error de cálculo o un simple final de etapa. Sin embargo, son inmunes a arruinarse quienes viven cebados de subvenciones o están asegurados de forma vitalicia. Les hablo de la casta de los mantenidos.
Haber sido secretario del consejo de administración de Caixa Penedés e irse con un pingüe plan de pensiones bajo el brazo antes de que se descubriera que la cúpula de esta entidad se había otorgado suculentas jubilaciones, ahora denunciadas por la Fiscalía Anticorrupción; no es óbice para que el alcalde de Sant Boi se entregue a la causa secesionista a pesar de haber sido elegido en las listas del PSC, partido que no comulga con la independencia. Sin embargo, Bosch ya ha dicho que entregará al president Mas el censo de su población para la consulta independentista y ha colocado a Sant Boi con letras de oro en los actos del tricentenario, gracias al mérito de haber acogido los últimos años de la vida del “héroe” Rafael Casanova, que encabezó la resistencia en 1714 tras rechazar un año antes el armisticio de L’Hospitalet. Casanova murió 30 años después en Sant Boi. De viejo y rico. Pero esa es otra historia. ¿O se trata de la misma?
Aunque los llamados progresistas replican que la eliminación o reducción de la incertidumbre suele incrementar la producción, la casta de quienes viven a expensas de los demás parece ajena al estímulo de la seguridad. En la comarca tenemos legión de cargos públicos que han visto protegidos sus ingresos a pesar de no ser elegidos en una sucesión interminable de cargos. Todos remunerados, “of course”.
“Cura obrero” ahora independentista
Ahí tenemos el ejemplo de Frederic Prieto, primer alcalde democrático de Cornellà por el PSUC, que acaba de recibir la medalla de oro de su antiguo ayuntamiento. Desde 1979, Fede, que es como se conoce a este antaño “cura obrero”, ha ido empalmando cargos gracias al amparo del PSC y de su antiguo rival en la alcaldía, José Montilla. Así, después de Cornellà, aterrizó en la Diputación de Barcelona en el área de deportes y turismo, luego montó una empresa especializada en ese mismo tema y que prácticamente trabajaba en exclusiva para la misma institución. Y volvió a Cornellà como Sindic del ciudadano hasta que se jubiló el año pasado a los 72 años. Podría haber vuelvo a sus orígenes en defensa de los más débiles, pero ha optado por presidir la Taula del Dret a Decidir del Baix Llobregat porque es partidario, como buena parte de nuestro “stablisment”, de fiarlo todo a la vía de la independencia.
¿Qué hacer por el país?
Cuando en el Hospital Universitario de Bellvitge (¿por qué no recuperar su original nombre de Hospital Príncipes de España, cuando don Felipe y doña Leticia prácticamente tienen su segunda residencia en L’Hospitalet, donde no paran de venir, que si al Mobile Worl Congress, que si luego a Alimentaria, más recientemente para inaugurar la sede de Puig, etcétera). A lo que iba: cuando la medicina descubra cómo reducir el sentido de la responsabilidad, me presentaré voluntario para que me extirpen parte de la que me inocularon mis padres. Así, dejaría de preguntarme constantemente qué puedo hacer por mi familia, mi pueblo, mi comarca y mi país en vez de acomodarme en la queja o convertirme en un mantenido.
La frase “no preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por el país”, es de las más célebres de Kennedy. Pero a mí me gusta más otra pronunciada por el malogrado presidente que le escribió el economista John Kenneth Galbraith: «Jamás negociemos con miedo, pero jamás temamos negociar». Resulta de lo más actual. Ya lo advirtió otro presidente estadounidense, Franklin D. Roosevelt, cuando dijo que «lo único que debemos temer es el temor mismo». Pero no me negará, ocioso lector, que preocuparse de las consecuencias económicas y sociales de una hipotética secesión unilateral resulta inversamente proporcional al entusiasmo con el que se proclama esa vía por los integrantes de la casta de los mantenidos.
Reconocer errores
La vida puede nacer por azar, pero sólo se multiplica por error. Efectivamente, muchos de nosotros fuimos engendrados de forma involuntaria, aunque nuestros padres empezaran a amarnos en el mismísimo momento en que se percataron. El error (la excepción) de hoy, también suele ser la regla de mañana. Pero lo verdaderamente importante para los osados que menos saben y más seguros están, es no cometer el error equivocado.
Por el contrario, reconocer los errores propios nos hace, además de sabios, más fuertes. Un ejemplo lo encarna la alcaldesa de L’Hospitalet, Núria Marín (PSC), que ha reconocido el error político que supuso que el Parlamento catalán prohibiera las corridas de toros en julio de 2010. Marín señaló al clausurar la Semana Cultural Taurina de la peña Ángel Lería de L’Hospitalet, que «lo que he escuchado es la evidencia de que los políticos a veces no estamos a la altura de las circunstancias, como lo prueba la prohibición del toreo». No es la primera vez que se comenta el error que supuso aquella votación en la Cámara catalana. El consejero de Territorio, el convergente Santi Vila, también ha señalado que la prohibición había sido una «equivocación» por el arraigo que tienen todas las expresiones de la tauromaquia en tierras catalanas y que su posición era más compartida de lo que pudiera pensarse en el seno de CiU.
¿Disolver la comarca?
En el caso del Baix Llobregat, existen dos visiones de su continuidad como unidad administrativa y política. De un lado, los partidarios de que la conurbación urbana más próxima a la capital catalana se disuelva en el Área Metropolitana de Barcelona (AMB) y quienes defienden de forma numantina el mantenimiento del actual “statu quo” del Consell Comarcal. En las comparecencias en el Parlament sobre la ley de Gobiernos Locales de Cataluña, en las que ha participado el Centre d’Estudis Comarcals del Baix Llobregat, su presidenta, Cristina Sánchez, defendió su posición totalmente en contra de una de las propuestas más controvertidas de ese proyecto legislativo catalán: dividir la comarca del Baix Llobregat entre los municipios metropolitanos, que pasarían a depender directamente de la AMB, y los municipios no metropolitanos, que constituirían algo similar a una subcomarca, con lo que se finiquitaría la administración del Consell Comarcal del Baix Llobregat. La entidad defiende la integración de los municipios ahora no metropolitanos en el AMB y crear una “delegación” en la comarca. Tengo que asistir de nuevo a las reuniones del Centre d’Estudis Comarcals, que este año cumple 40 de existencia, porque no entiendo esta propuesta.
Concentración, también sindical
La misma idea de concentrar esfuerzos la practica el sindicato CCOO, que ha decidido unificar en un único territorio organizativo desde el mes de abril las Uniones comarcales del Baix Llobregat, Alt Penedès, Anoia y Garraf. La integración de les organizaciones se hace en el marco de la reestructuración organizativa decidida en el Consell Nacional de CCOO de Cataluña. Y obedece a a hacer un sindicato “más útil y más fuerte”. Además, argumentan que “se aprovecharán mejor los recursos materiales y humanos de la organización, con el objetivo de garantizar el cumplimiento del objetivo principal del sindicato, la lucha por la mejora de las condiciones de vida y trabajo del conjunto de la clase trabajadora y poder dar unos mejores servicios al conjunto de la afiliación”. El tiempo dirá si se trata del error equivocado.
Estos son tiempos para infundir confianza con mensajes positivos, de seguir a líderes que extraigan lo mejor de sus colaboradores-seguidores, desde la sobriedad, el recuerdo de los ancestros y un compromiso claro con el entorno. Subrayo que la palabra del futuro es «responsabilidad», pero también es hora del trabajo silencioso, de esa labor que pone en marcha las facultades humanas naturales en torno a un proyecto razonable; con sentido de la realidad, por más compleja que ésta sea; tratando a las personas como deberían ser tratadas, desde la humanidad, y conduciéndose con pragmatismo, porque el día más importante siempre es hoy. Con una buena gestión del tiempo, lejos de las interminables reuniones y desempachándonos de tanta tecnología. Un tiempo que hay que sembrar de esperanza y vitalidad, dando sentido al trabajo de los colaboradores, que siempre han de comprender el qué, el para qué y el por qué hacen lo que hacen. Y tener siempre en cuenta que las palabras más difíciles de pronunciar son «admito que he cometido un error»; que las más motivadoras, «me siento orgulloso de ti»; las más participativas, «¿y tú qué opinas?»; las más cordiales, «hazme el favor»; las más agradecidas, «muchas gracias»; la más valorada, «nosotros», y la menos importante, «yo».