10 de octubre de 2024
Después del regreso vacacional, nos hemos encontrado con la tozuda realidad, no sólo en el ámbito familiar, profesional o académico.
Las guerras son la expresión más sangrante del fracaso de nuestra sociedad. Cada bando argumenta su posicionamiento y defiende sus verdades con el ánimo de autoconvencerse.
Observo con preocupación como la tolerancia y el respeto al que piensa diferente, al discrepante ideológico o moral o a la voz discordante con lo políticamente correcto está siendo atacada duramente por aquellos que deberían protegerla y promocionarla.Los políticos y los periodistas se están fanatizando de forma alarmante.
Encuentro a faltar una seria reflexión ética sobre el clima bélico que se está generalizado en los países de nuestro entorno.
Cada vez se me hace más difícil escuchar los debates políticos, sean en el Parlamento como en los medios de comunicación. Parece que la crispación es la táctica más rentable para distraernos de los auténticos problemas de la sociedad.
Hace pocos días saltó la noticia de que para un tribunal norteamericano (estado de Alabama) los embriones congelados deben considerarse como personas extrauterinas (niños).
Hace unos días vi un documental que no me dejó indiferente, se trataba “misioneros por el mundo”, un programa de “Trece TV”. Un recorrido por diferentes misiones católicas y el servicio que ellas ofrecen.
Después de las fiestas navideñas, comenzamos un nuevo año lleno de expectativas y proyectos.
La aparición de la tecnología de la información ha supuesto un importante avance para el desarrollo de nuestra sociedad, facilitando el acceso a la información y la comunicación.
El lenguaje ha sido siempre un vehículo válido para comunicar y expresar el entendimiento de la realidad en su pluralismo cultural y social.
Hace unos días leí dos noticias que invitan a la reflexión y que creo que es un buen termómetro de la realidad cultural y política en la que esta Europa envejecida ha claudicado.
Todos sabemos que son mucho más rentable las malas noticias que aquellas que despiertan cierta positividad y esperanza.
Demasiado a menudo se presenta a los jóvenes como unos “niñatos” e irresponsables.
Durante muchos días hemos escuchado propuestas y promesas electorales.
Toda la realidad, ya sea informativa o social, se circunscribe a la pandemia del coronavirus que tantos enfermos y difuntos está ocasionando en todo el mundo. Cada día se nos ofrece un “parte de guerra” del estado de propagación y consecuencias de índole sanitario y económico que conlleva. No seré yo quien tome este camino de cifras, previsiones y malestar informativo.
La fragilidad de la vida es una asignatura que deberíamos aprender desde temprana edad. Reconocerlo nos permite vivir el día a día con profundo agradecimiento, sin prepotencias, ni soberbias. Nuestra existencia es un gran tesoro, que a veces no valoramos; como si fuéramos propietarios de este preciado “don”.
Están surgiendo debates en temas de gran resonancia mediática. Se están generando controversias que se autoalimentan del excluyente discurso ideológico.
Comienza a ser preocupante las noticias sobre la violencia sexual, especialmente a las mujeres.
Estas últimas semanas, hemos sido testigos de escenas que invitan a la preocupación. No sólo por la extrema violencia de algunos grupos de jóvenes, sino también por el trato mediático y político ofrecido.
Es curioso que en una sociedad donde prima la racionalidad, el avance técnico y el progreso científico, una gran mayoría no se cuestiona las preguntas que desde siempre el pensamiento humano ha intentado responder.
Durante este verano hemos contemplado con estupor los números incendios que han iniciado los telediarios; la devastación de grandes superficies, especialmente en la selva amazónica, fruto de la mano humana y la ambición de unos impresentables que siguen dañando el equilibrio del ecosistema mundial.
La sociedad de consumo nos impone constantemente unas exigencias en todos los ámbitos. El consumismo, en todas las facetas, crea unas necesidades perfectamente prescindibles.
Estimo que la vida no es una suma de casualidades, de caprichos del destino o del azar. Hay un orden que nos sobrepasa, hay un sendero que tenemos que recorrer de forma consciente o inconsciente.
Nuestro país se está envejeciendo de forma preocupante; cada año los índices de natalidad así lo reflejan.
Estamos acercándonos a la próxima y tradicional campaña electoral. Muchos mensajes y “eslóganes” serán ofrecidos con gran pompa y medios propagandísticos; todos los candidatos presentarán sus ideas como únicas e inmejorables. Comenzarán las crispaciones y las provocaciones entre sus líderes, como método y táctica ya experimentada en anteriores elecciones.
La democracia posee en el poder judicial uno de sus baluartes más sólidos. No se podría entender el progreso social actual sin una legislación que no proteja y salvaguarde las relaciones interpersonales.
Durante estos últimos días hemos recibido y enviado muchas felicitaciones de Navidad. Por unos momentos parece más fácil desear “paz, felicidad y prosperidad”.
La búsqueda del enemigo se está convirtiendo en la actividad política por excelencia. Ya no basta la competencia ideológica, las propuestas de gobierno o convencer al electorado con sus programas.
La institución básica de la sociedad es la familia. Ella ha sido, es y, espero, siga siendo el espacio privilegiado y referencial de la persona para educar y ser educado en los valores que nos permitan una convivencia más justa y solidaria.
En esta sociedad post moderna hay dos corrientes ideológicas, ya incrustadas en el ideario general, que difícilmente se podrán corregir.
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Con preocupación percibo en la población una cierta desafección ante la expresión democrática por excelencia: VOTAR. La política se está convirtiendo en “el paraíso de los charlatanes”, George Bernard Shaw (1856-1950), escritor irlandés.
Un dato preocupante que aumenta día tras día es la "salud mental de los jóvenes", tanto por las consecuencias futuras como por ausencia de un debate social serio y global: administración, enseñanza, familias .
¿Qué pasará si se despenaliza? La despenalización de la eutanasia comportará una decadencia ética progresiva.
Recientemente ha entrado en vigor la ley sobre la “eutanasia o suicidio asistido”. Los posicionamientos son variados, según la ideología que la sostenga.
A veces nos queda el “derecho de pataleta” ante tanta decepción sobre aquellos que deberían solucionar los problemas comunes de la sociedad.
Hace escasas semanas hubo un acontecimiento que paso desapercibido para muchos medios de comunicación. La visita del Papa Francisco a Siria no fue considerada de interés general, se limitaron a espacios puramente anecdóticos.
Este pasado año 2020, en muchos aspectos, ha sido un año que nos ha invitado a revisar muchas de nuestras seguridades, hasta ahora incuestionables. La “pandemia” sufrida ha puesto en evidencia las bases de la sociedad que estamos construyendo. Las relaciones humanas, el trato con los ancianos, la fragilidad de nuestro organismo ante la vida microscópica (virus, bacterias, …), las instituciones políticas y las administraciones sanitarias y económicas han quedado marcadas como o al menos, revisables.
Los estados siempre han tenido la tentación de controlar o, al menos, disminuir la influencia de las familias en la educación de los niños. Dicho de otra forma más coloquial, convertir al Estado en los auténticos “papas”.
Dentro del contexto social que monopoliza la actualidad informativa, la pandemia, he encontrado dos noticias que, sorprendentemente, no han sido tratadas mediáticamente con la misma proporcionalidad.
Que la sociedad se está acostumbrando a la mentira es un hecho constatable por poco observadores que seamos de la realidad.
En ocasiones, da la sensación que los problemas cotidianos han sido barridos por el “monotema” de la pandemia; parece que hay un cierto interés mediático por esconder tantas miserias que a consecuencia o no de la pandemia se están generando.
Durante este tiempo de aislamiento, la sociedad y las personas en particular disponemos de grandes espacios para pensar sobre aspectos de nuestra vida que habitualmente no revisamos.
Los medios de comunicación son unos grandes altavoces para orientar los estados de opinión e, incluso, los estados de ánimo de la población.
Desde hace muchos años, observo con preocupación cómo los medios de comunicación se están convirtiendo en algo más que un servicio público.
¿Por qué el aumento de suicidios? ¿Por qué la pérdida del valor de la vida? ¿Por qué tanta decepción y amargura? ¿Por qué tanta incapacidad de sufrir?
Que los políticos no gozan de gran prestigio social es un hecho por todos constatable. Se alejan de los auténticos problemas de su pueblo, se mueven por intereses electorales, se rompen los consensos, el diálogo se convierte en “eslóganes”, muchos de ellos nacen y crecen en el ámbito del “partido” con escasa sensibilidad ante las necesidades reales de la sociedad, los insultos y los tonos despectivos se incrementan tanto personal como mediáticamente,... Y ante ello, ¿puede haber alguna corrección o enmienda?
Que la religión está siendo relegada al ámbito particular y privado es un hecho constatable en las sociedades occidentales, ricas y opulentas; sin ninguna afectación directa en las vidas y las relaciones interpersonales.
Todo nuevo año comienza con nuevas esperanzas e ilusiones, con nuevas incertidumbres y proyectos. Programamos nuestras vidas con excesiva frecuencia, que si las vacaciones de verano, que si las vacaciones de semana santa, que si…esto o aquello.
Las sociedades ricas de nuestro entorno presumimos de muchos logros, ya sean técnicos o médicos, ya sean económicos o de bienestar; olvidando con frecuencia el coste que comporte o las consecuencias que genera.
Estos días nuestra convivencia ha estado agredida de una forma cruel por un atentado islamista, uno más en la lista de los últimos años. Estos “salvajes y fanáticos” lo llevan realizando por todo el mundo, también entre los propios musulmanes.
Que las palabras están perdiendo su consenso en cuanto a su significación es un hecho constatable con un mínimo de actitud crítica. Sólo hace falta leer o escuchar todos los medios de comunicación a nuestro alcance para percibir que el relativismo imperante también afecta al lenguaje o la comunicación interpersonal.
La necesidad de descanso o desconexión de nuestro ritmo de trabajo o doméstico se están convirtiendo, en la sociedad actual, en una terapia cada día más obsesiva. Las vacaciones o el “finde” son deseados y programados con enorme interés y grandes desembolsos económicos.
El deseo de inmortalidad está impreso en la conciencia del ser humano. A lo largo de la historia ha aparecido mucha bibliografía con una orientación ideológica-racional y espiritual-esotérica que así lo confirma.
Durante las fiestas de Navidad, ha sido mucho más fácil expresar los buenos deseos de paz, amor y felicidad entre los amigos y los seres queridos.
Hace escasos días hubo un encuentro interconfesional en Assís (Italia). Se reunieron las principales confesiones religiosas del planeta, con un único y claro objetivo: LA PAZ. La Comunidad de San Egido fue la encargada de organizarlo en un lugar tan emblemático para la cristiandad.
Los jóvenes son las primeras víctimas de esta sociedad hiper-competitiva y sin escrúpulos para excluirlos. Observo con preocupación como la mentalidad consumista y hedonista se convierten en valores en alza (ej.: los móviles, la diversión sin control, el placer sin responsabilidad, la ausencia de sacrificio…).
La campaña electoral del pasado mes me ha confirmado una verdad que a menudo constato: la incapacidad de muchos políticos y de la sociedad en general (nosotros en particular) de la autocrítica.
El clima preelectoral nos acompañará durante varios días. Escucharemos a las diferentes opciones políticas en su afán de conquistar el tan preciado “voto” de los electores. Las tácticas serán diversas según la dirección que tomen les encuestas y el momento que respiren sus diferentes líderes.
Después de celebrar la Semana Santa como católico, con sus celebraciones y procesiones, me pregunto, ¿toda esta demostrtación tan generosa de amor, tiene sus frutos y sus consecuencias en lo cuotidiano? ¿Los cristianos expresamos con nuestra vida lo que ha significado y significa para la humanidad la Vida.
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El miedo siempre ha sido un recurso utilizado por el poder para manipular las inseguridades y las carencias de la población y, al mismo tiempo, generar un ambiente propicio que facilite la llegada de los nuevos “mesías”, aquellos que tienen la solución mágica, inmediata y populista.
La vuelta a la vida habitual se ha iniciado, las preocupaciones sanitarias continúan, el panorama internacional se complica, la crispación política se instala en nuestro país, la economía sigue gestando mayores desequilibrios, ... En fin, las vacaciones nos han adormecido de una tozuda y persistente realidad.
Comienza a normalizarse las manifestaciones públicas donde se visibiliza las faltas de respeto o el desprecio hacia aquellos que piensan o viven de diferente forma.
Observo con estupor el clima de crispación y violencia que se está gestando en las calles. Escribo justo en la semana de las duras manifestaciones callejeras: quema de mobiliario urbano, ataques a comisarías o a los mismos policías y saqueo a algunos comercios. Un panorama triste y preocupante cara al futuro.
La pandemia está condicionando nuestro sistema de salud, nuestra economía, nuestros centros educativos, nuestra relaciones interpersonales y familiares, en fin, este virus pone al descubierto la fragilidad de la sociedad que hemos construido.
Las vacaciones veraniegas llegan a su punto final, las familias regresan a la realidad que durante algunos días ha quedado aparcada, la vida laboral se reactiva, las rutinas horarias comienzan a recuperarse…
Somos una sociedad plena de contrastes. Por un lado, se acercan las vacaciones y la elección del lugar de veraneo, los preparativos y la planificación; por otro lado se incrementa el sufrimiento de miles de refugiados que huyen de sus países buscando un mínimo de dignidad para subsistir.
Dentro de pocos días comenzaremos a respirar el ambiente pre-navideño. Calles iluminadas, escaparates decorados, muchos “papás Noel”, grandes listas de compras, grandes campañas comerciales, el “gordo de Navidad”, tómbolas televisivas para los pobres, grandes deseos de paz y amor…
Hay noticias que pasan desapercibidas, hay “buenas” noticias que no llegan a los oídos de la población. Hace algunos años hubo un programa de televisión que tuvo la osadía de informar de buenas y esperanzadoras noticias; su éxito duros escasas semanas. Estos últimos días, de forma especial, las noticias que ocupan todos los informativos no son del todo “halagüeñas”, es decir, no invitan al optimismo.
Evidentemente, la realidad informativa está marcada por la política y, en concreto, por el conflicto en Cataluña. No seré yo quien se posicione en este contencioso.
A las puertas del comienzo de las vacaciones, pienso que es oportuno mirar el pasado inmediato y de reflexionar sobre todo aquello que nos permite una mirada radiográfica de muestra sociedad.
La población envejece de forma acelerada, la baja natalidad y la longevidad en la vida de las personas presentan un nuevo modelo de convivencia. La sociedad europea, rica y opulenta se acerca a un abismo de imprevisibles consecuencias.
Cada día y con más frecuencia, las noticias sobre la inmigración y los refugiados copan los medios de comunicación.
Cada día aparecen noticias que manifiestan el desprecio más absoluto al derecho fundamental de la vida del ser humano. Desde las guerras más sangrientas y despiadadas hasta la muerte por hambre o insalubridad de amplias zonas del mundo, siendo los niños las víctimas más desprotegidas.
El pasado día 24 de febrero leí con cierta sorpresa en el diario ABC la siguiente noticia: “Las juventudes del partido liberal sueco defienden la legalización de la necrofilia (previo consentimiento del difunto) y del incesto (entre mayores de 15 años con su pertinente consentimiento)”.
Se avecina un otoño caliente en materia política. Ahora el verano es un buen momento para reflexionar sobre qué entendemos de esta materia y que podemos exigir a aquellos que nos representaran.
Las catástrofes humanitarias acontecidas en este último mes: el barco hundido de inmigrantes en el Mediterráneo y el terremoto en el Nepal despiertan las conciencias de nuestro mundo, ricos y autosuficiente.
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