Convocar elecciones. Esa es, en mi opinión, la única salida posible al estado de cosas en Catalunya. Es más, si me obligaran a dar consejos al President, le diría que en lugar de responder a la carta de Rajoy en plazo, convocara elecciones de urgencia este mismo lunes. Se ahorraría ahondar en el ridículo y decepcionar a los pocos que quedan por decepcionar y, sobre todo, paralizaría un proceso que lleva a la derrota si no es que lleva todavía más lejos: a la ruina.
Con una convocatoria de elecciones como respuesta, la aplicación del 155 dejaría de tener sentido y evitaríamos tenernos que enfrentar con una nueva escalada de impredecibles resultados. Además, todo el mundo quiere elecciones. Y, sobre todo, las elecciones son, a medio plazo, no sólo inevitables sino absolutamente clarificadoras. Cierran la fase del procés tal como estaba prevista, porque los independentistas pueden considerar que estas elecciones van a ser constituyentes, mientras que todos los demás van a estar de acuerdo que se cierra una fase, la que sea, para abrir otra que puede ser el entierro de la dinámica que se abrió el 27-S.
Arrimadas y los suyos hace meses que no entienden otra alternativa. Es más, pedían la aplicación del 155 para esto y prácticamente para nada más, porque estaban convencidos de que esta alternativa no iba a interesar al ejecutivo catalán metido en otras harinas. Al final, si no es Puigdemont el que convoca, convocará el gobierno central, arrebatándole al gobierno catalán la iniciativa en sus funciones, y pervirtiendo de origen la llamada a las urnas.
Elecciones constituyentes
Si es el gobierno central quien convoca elecciones autonómicas ¿se sentirán los independentistas concernidos para acudir a las urnas? Y si promueven un boicot —algo que sería tan drástico que me cuesta creerlo— ¿sería Catalunya gobernable en el corto plazo con la mitad de su electorado sin representación? En cambio, si Puigdemont convoca elecciones constituyentes, lo que salga adoptará el nombre según el resultado. Serán constituyentes si vencen quienes las quieren constituyentes y serán autonómicas si ganan todos los demás. Y, sobre todo, entraremos en una vía de normalidad en cualquiera de los casos.
Quizás estos no fueran los plazos en el esquema del procés, pero llegados a este punto, ¿puede conmover a alguien que se acomoden las circunstancias a la estricta realidad?
No tengo dudas de que no habrá boicot en Catalunya a unas constituyentes. Más allá de que lo serán en función del resultado, la mayoría de la oposición ya hace tiempo que considera que han pasado suficientes cosas desde el 2015 como para que las cifras parlamentarias clarifiquen la situación.
Ciudadanos piensa que el medio millón de votos que les prestaron a partir de los resultados del 2012 no solo se van a consolidar sino que irán en aumento y también el PSC está convencido de que su fiel electorado de medio millón de votos congelado desde hace un lustro va a subir como la espuma. Ambos partidos consideran que lo han hecho muy bien en este periplo y que se verán recompensados. Tampoco el PP piensa que puede bajar de los últimos 350.000 votantes y sus 11 diputados, suficientes para que el gobierno central tenga una voz audible en territorio comanche; y desde luego los comunes, que no estaban articulados en torno a Doménech y Colau en el 2015, están seguros de que al rebufo del buen gobierno municipal, conseguirán el resultado imprescindible para hacer de bisagra en tiempos nuevos.
La mayoría independentista también confía en mantener resultados. Juntos, los del sí, consiguieron en el 2015, solo seis o siete mil votos más que separados en el 2012, por lo que les va a costar concebir una disminución de votos globales aunque se midan entre ellos. Es posible que lo que pierda el PdCat lo gane ERC, grosso modo, mientras que la CUP, que puede tener ciertas reservas sobre el grado de riesgo de la sociedad catalana, mantenga esperanzas en torno a los representantes actuales.
Inminente y urgente
Es evidente que si todos parecen entender que lo ocurrido en estos 24 meses de escalada secesionista tendrá influencias sobre la representación parlamentaria, es porque nadie piensa que los resultados se van a repetir. Pero es obvio que todos consideran que lo han hecho lo suficientemente bien como para que sus propias fuerzas se mantengan.
Por eso la convocatoria de elecciones, inminente y urgente, podría ser la salida más adecuada para evitar el desastre anunciado y una nueva oportunidad para desencallar la dinámica. Si vuelve a ganar la mayoría independentista en diputados pero también en votos, habrá que acelerar la reforma de la constitución o pactar un referéndum de autodeterminación inexcusable. Cambiando la mayoría del PP, indefectiblemente, claro. Si, por el contrario, el independentismo evidencia el desgaste, quedará patente la única vía alternativa: el encaje pactado.
En cualquiera de los dos casos, una salida ordenada a través de las urnas parecería lo más aconsejable en época de tormenta. Claro que lo más aconsejable suele ser lo menos aceptado cuando las vísceras se sublevan. Y ahí estamos.