Borbotean las novedades cada cuanto, lo que ayuda a reflexionar en los intervalos. Unos pocos días en que parece que no ocurre nada destacado y, de golpe, cuatro o cinco acontecimientos sobresalientes en pocas horas. Desde que Torrent —algunos maliciosos ya empiezan a llamarle Torrente— asumió la presidencia del Parlament hasta que Puigdemont se fue de conferenciante a Copenhague el lunes, apenas pasó nada reseñable. Pero del lunes a hoy ya han pasado unas cuantas cosas que merece la pena comentar.
La primera de ellas, la más anecdótica si se quiere, tiene que ver con la propia conferencia. La conferencia fue bien, parecía que se había organizado para el lucimiento del expresidente vigilado pero los daneses son muy perspicaces y siempre juegan a la objetividad calculada. Junto al invitado se sentaba la profesora Wind que le comentó que sentía ser provocativa pero para eso la habían puesto allí. Para preguntarle, entre otras cuestiones de relieve, si no le parecía que la deriva del independentismo catalán no estaba en el camino de la balcanización de Europa. O, si teniendo en cuenta que Cataluña es la región más rica de España, su voluntad secesionista no debía interpretarse como una voluntad manifiesta de sacarse de encima a los pobres de su mismo Estado. O, dada la realidad heterogénea del Estado español, si el secesionismo catalán defendía países de una sola identidad o étnicamente limpios. O, si la defensa del referente democrático no debiera tener en cuenta al mismo nivel el referéndum de autodeterminación y el respeto a la legalidad vigente.
Cuestiones, como se ve, de calado hondo que van al núcleo de la cuestión y que Puigdemont respondió como pudo porque en el propio enunciado ya se establece la duda y la duda, en estos casos, suele acercarse a la esencia del problema. Es evidente que el secesionismo catalán, aunque no lo pretenda, recorre la senda de la balcanización europea. Es evidente que el secesionismo catalán, aunque no lo explicite, quiere sacarse a los españoles pobres de encima. Es evidente que al independentismo radical catalán, aunque diga lo contrario, no le gustan demasiado las mezclas y es evidente, aunque se obvie, que para el secesionismo es mucho más democrático autodeterminarse que acatar una legislación que molesta. Fue, sin duda, lo más relevante de la conferencia del señor Puigdemont, pero ni Catalunya Ràdio ni TV3, informaron de ello más que genéricamente.
Sigue la incógnita
Las otras novedades se han movido en el persistente juego de astucias que los catalanes, a estas alturas, no debiéramos tolerar. Una vez Torrent anuncia lo esperable, que Puigdemont es el único candidato del independentismo, este se estrena pidiendo que se retire su solicitud de voto delegado para la sesión de investidura, dejando abiertas todas las posibilidades para ser investido: las telemáticas y las presenciales, y abriendo todas las incógnitas al respecto. A muy pocos días de la inaplazable sesión, nadie sabe públicamente si el candidato aparecerá en el plasma, si alguien leerá en su nombre el discurso o si aparecerá en persona en el hemiciclo. Y nadie acaba de saber, tampoco, si el independentismo tendrá 70, 68 o 65 votos porque excepto en el caso de Forn, decidido ayer por la noche, no se sabe cuántos votos delegados habrá, si habrá alguno, cuántas dimisiones, si habrá alguna y qué otro candidato, si al final ni hay investidura a distancia ni presencial, del primer candidato.
La última novedad es que la sesión de investidura se desarrollará el martes y que Puigdemont y Torrent se han visto hoy en Bruselas para que, por lo menos, el president del Parlament sepa a que atenerse, ya que no tienen derecho el resto de catalanes a tener alguna idea.
La paciencia de las sociedades también se agota y aquí pronto hará 5 meses del día en que se sacaron los frenos a dos trenes enfrentados que circulaban por la misma vía. Desde aquel 5 de septiembre, en que se aprobó la Ley del Referéndum y el independentismo tomó la iniciativa largamente anunciada de romper con la legalidad del Estado, hasta hoy, ha habido cualquier cosa menos normalidad política, económica y social en este país. No hay ninguna duda de que la inanidad del gobierno de Rajoy es el máximo responsable del desastre anunciado por un incompetente president de la Generalitat que se creía entonces un genio de la política cuando fue a negociar un respiro económico en 2012 y se encontró con la cerrazón como respuesta. Empezaron a chocar dos chorlitos aquel día, pero ambos eran los maquinistas de dos trenes que llevaban mucha gente dentro. Son los máximos responsables de lo que pasa hoy. Artur Mas ya se ha ido y su legado da pena. El día que se vaya Rajoy se convertirá en el peor expresidente del gobierno de España desde el advenimiento de la democracia y eso que los ha habido muy malos. Pero lo peor no es que ellos se conviertan en la parte más negra de la reciente historia trágica de este país. Lo tremendo es que los que puedan sucederles o los que pudieran desplazarles tampoco alientan mucho entusiasmo. En el caso de Mas, lo que ha llegado tras él alcanza el paroxismo. Él se creía el político más agudo del siglo. Puigdemont se considera el más astuto. Mas tenía una ambición que se lo comía por dentro y por fuera, pero Puigdemont es mucho más peligroso porque a la ególatra astucia que le invade, cabe sumar la tozudez y ese halo de autoridad mítica con que se envuelve.
Con estos mimbres, con un Rajoy pasmado e impasible y un Puigdemont crecido y ladino, los cestos que se pueden fabricar no aguantan un golpe de tramuntana.
Me temo, sin embargo, que hay mucha inconsistencia en el país. Las redes van cargadas de chascarrillos de uno y otro color, como si todo fuera una broma y como si se tratara de echarse un pulso mutuamente a ver quien la tiene más larga. Y mientras tanto no hay gobierno, no se toman acuerdos, siguen políticos en la cárcel…
Escándalo mayúsculo
Dos reflexiones finales. El Periódico publicó hace un par de días que entre los papeles que la policía nacional intervino a los Mossos delante de la incineradora de Sant Adrià, estaba la nota en inglés que los servicios de inteligencia de EEUU habían enviado sobre el atentado de las Ramblas y que los máximos dirigentes de Interior de la Generalitat habían insistido tanto de que eran fabulaciones. El Periódico se ha sacado la espina pero, a parte de eso, no ha ocurrido nada más. No se me ocurre un escándalo mayor. Llega un aviso externo de inteligencia alertando de riesgos de atentado, el atentado ocurre con 15 muertos, un periódico anuncia que hubo un documento de los EEUU que ponía sobre aviso y los máximos responsables lo desmienten. Alguien ordena a los Mossos que se quemen esos documentos, alguien desde dentro avisa a la policía nacional para evitarlo y luego se descubre que los papeles existían… y no pasa nada. Y la ciudadanía no pone pancartas, ni se manifiesta, ni se envían cartas a los periódicos, ni se pide una investigación superior. Estamos más ocupados con otras cosas.
La otra reflexión. La Comisión Territorial del Congreso que tenía que estudiar la reforma del modelo autonómico y que se quedó coja precozmente, se está dedicando a escuchar a supuestos expertos para poder decidir. Van convocados más de 200 y en seis meses debería estar cerrada. La mejor manera de empezar algo para que sea del todo inútil. Una pieza que debería ser clave para sacarnos del atolladero territorial es un paripé para que los diputados se entretengan. País…