Han tenido que llegar las expertas del ministerio de Hacienda para desentrañar un misterio en la reciente sesión del juicio al procés.
No había una sola factura pagada a la que echar mano por los gastos necesarios de todo el berenjenal del 1 de octubre, anteriores y posteriores y, por lo tanto, todo el mundo tenía confianza en que la acusación de malversación fuera una patraña que terminara en nada, como lo que previsiblemente puede ocurrir con la rebelión, con la sedición, con las desobediencias varias…
Parecía evidente que si no hay pagos, aunque haya facturas, no hay gasto y no hay uso indebido de los caudales públicos. Muchos podíamos sospechar que a las empresas se las compra fácilmente con una añagaza: “mirar, seguiréis siendo nuestras proveedoras y el gasto realizado con estas cosas que nos imputan lo cobrareis con creces más adelante. Ya lo arreglaremos. Ahora bien, de estas facturas nada de nada. No cobrareis un duro y lo más importante: debéis declarar que las dais por perdidas y no cobradas”. Las peritas de Hacienda lo han puesto más fácil. Es igual que las facturas hayan sido pagadas o no. Deben contabilizarse como gasto público y eso demuestra la malversación. Con esa actitud se le da la vuelta al argumento de pacto con las empresas y se las quita directamente del escenario. Si hubieran venido las peritas de Hacienda antes que todos los testigos de las proveedoras, nos hubiéramos ahorrado un montón de horas.
Pero si nos hubiéramos ahorrado un montón de horas no estaríamos asistiendo al juicio histórico contra el independentismo. Y el independentismo no habría tenido tanto tiempo para retorcer hasta el paroxismo todas las posibilidades de enredo. Tengo para mi, que es el único recurso que les queda y que en realidad pintan bastos para todos ellos. Están en el vértice del proceso. Un vértice que quizás se prolongará hasta el 11 de junio que es cuando prevén que quedará listo para sentencia. De allí en adelante hacia el descenso, más allá el valle, después el abismo y al final del recorrido el Hades. Me temo que vamos camino de la normalización de la vida política. Un gobierno de coalición más fuerte que débil, una oposición dividida, más débil que fuerte y un entramado nacionalista que va a perder protagonismo, relevancia, futuro…
Quizás no es que sea optimista. Quizás en el fondo hay el pesimismo inevitable de tanto tiempo perdido y de tantas heridas abiertas que va a costar cicatrizar, porque todo esto se va a ir cerrando en falso si no se ahonda y se debate en el conflicto político. Y no parece que la cosa sea inminente. En este contexto, lo de hace unos días de Iceta y lo de ahora mismo de la mesa del Congreso sobre si se suspenden a los diputados independentistas o no, da dos impresiones. Por una parte, la repetición de errores del independentismo que lo somete todo al boicot y al espectáculo como último recurso, agotadas todas las demás pataletas, y por la otra, la creciente desconfianza gubernamental sobre si va a ser posible en un futuro más o menos mediato hacer cualquier amago de diálogo teniendo en cuenta los mimbres del personal.
Por eso hay bastante pesimismo en lo que afirmo. Si considero que el camino hacia la normalidad pasa por poner el conflicto en la vía del diálogo político, parece evidente que para sentarse en una mesa hace falta el reconocimiento de la seriedad del oponente y de su compromiso. Y no creo que el PSOE se fie mucho de la seriedad de los partidos independentistas. Y con razón.
Se podrá afirmar que como todo es excepcional, como siguen los presos en la prisión y los huidos en su huida, nada se puede considerar normal hasta que los presos dejen de estar presos y los huidos puedan volver sin problemas. Pero eso parece bastante plausible que no va a poder ser. O sea que, si hay que esperar a ese momento, no habrá posibilidad de diálogo a corto plazo, el conflicto se va a seguir enquistando y solo se puede vivir con un quiste, si lo extirpas, o te olvidas de que existe. La solución menos traumática es que el quiste se reabsorba, pero para eso hace falta tiempo, suerte y mucha fe. Y tampoco parece que sea el caso.
Un poco de inteligencia pasaría por iniciar un proceso de diálogo al margen de las evidencias. Considerar que lo que está en vía judicial no se puede revertir hacia la vía política y esperar a que el diálogo político, el tiempo y la confianza restañen heridas y abran puertas: incluso las de la prisión, incluso las de las fronteras. Para eso haría falta que los protagonistas del diálogo no fueran los implicados y para que no fueran los implicados sería imprescindible una renovación de los partidos, no solo en cuanto a dirigentes, sino también en cuanto a realismo político, pragmatismo y seriedad. Todo lo contrario de lo que hay hoy: los protagonistas no quieren renunciar a la dirigencia, ni al espectáculo, ni al victimismo y la protesta, aunque cada vez tengan menos posibilidades y se les acabe el crédito de la confianza. Y encima tienen la enorme desgracia de que les votan y les mantienen en sus fantasías y en sus especulaciones. Con la diferencia de que unos están en sus casas y a lo más que aspiran es a ponerse lazos amarillos, y los otros están en Soto del Real o en Waterloo.
A ver si es verdad que se miran todos los vídeos habidos y por haber y dictan por fin sentencia. Empezará el declive, espero, y quizás el declive abra horizontes…