Bendito problema de sociedad opulenta. En horas punta y operaciones salida los atascos son prácticamente inevitables si todos tratamos de pasar por el mismo punto. Está comprobado que, si amplías carriles, lo que consigues es que aún más vehículos traten de pasar por el mismo punto.
No hay una solución mágica, sino multitud de actuaciones que pueden ayudar a aligerar la AP7, no solo de la administración, sino de los propios usuarios: facilitar alternativas, no solo viarias sino de transporte público, escalonar las salidas, garantizar el mantenimiento del vehículo, una conducción prudente, restringir camiones en determinados horarios y un largo etcétera que se tiene que hacer siempre partiendo de criterios técnicos contrastados.
En cualquier caso, no os preocupéis demasiado por los atascos, al ritmo que va la inflación y al precio que está la gasolina, en breve sólo podrán coger el coche los ricos y las autopistas estarán desiertas. Para muchas familias, coger el coche los fines de semana se va a convertir, si no lo ha hecho ya, en un lujo inaccesible. La inflación la tenemos en torno al 10% y la gasolina por encima de los 2 euros y las expectativas económicas y geopolíticas a corto plazo no son muy halagüeñas. España en junio había sufrido la segunda mayor pérdida de poder adquisitivo de la OCDE.
El 1 de julio el Banco Central Europeo cierra el grifo tras comprar 5,1 billones de deuda pública y privada en siete años, debido a la inflación. Cataluña y España necesitan un gobierno que aborde problemas como este desde la racionalidad y la coherencia, no con medidas populistas que ya sabemos cómo acaban y a dónde nos conducen. Mucho me temo que en otoño ya no nos acordaremos de los problemas de atascos en la AP7 y, de hacerlo, lo haremos con la melancolía con la que recordamos los buenos tiempos porque tiene toda la pinta de que nos esperan tiempos difíciles.