Las líneas rojas del deporte
viernes 15 de mayo de 2015, 06:53h
La violencia en el deporte, aunque sea verbal, es un hecho que debe condenarse sin paliativos. No hay excusa posible ni puede justificarse por la tensión que implica competir para ganar al equipo contrario.
Hace una semana hice pública mi condena por unos hechos que considero inaceptables. En síntesis, se produjo una agresión física al segundo entrenador de un equipo juvenil en la que participaron padres del equipo local. La tangana fue grabada por un teléfono móvil y las imágenes se hicieron públicas a través de las redes sociales al cabo de un mes.
No creo necesario entrar en más detalles, sobretodo porque el sentido común de los jugadores de ambos equipos contrasta con la actitud incívica de los agresores. Me interesa analizar el contexto y, sin alarmismo, provocar una reflexión que no por redundante es innecesaria. Ya sé que a más de uno le puede costar entender que el deporte, y hablo concretamente del fútbol donde se manejan por las alturas sumas de dinero desorbitadas y escandalosas, va asociado a la trasmisión de valores.
Competir para ganar es sano siempre y cuando prevalezcan actitudes como la del respeto, la integración entre jugadores de distinta procedencia y realidad social, el compañerismo y el noble esfuerzo para alcanzar un objetivo común. Saltarse estas reglas, o comportarse incívicamente, también fuera del campo de juego, es reprobable.
Es verdad que se ha avanzado mucho en este terreno, pero no convendría bajar la guardia. La gran movilización deportiva no se reduce a los grandes estadios, con presencia de cámaras y multitud de observadores. La verdadera movilización es la que se desarrolla en los campos de numerosos barrios y ciudades de Catalunya, entre jugadores de una amplia franja de edad y con el único aliciente, además de ganar al equipo contrario, de pasárselo bien. Comparten unos mismos valores y quieren, sobre todo, disfrutar del momento.
Sorprende cuando de forma periódica aparecen imágenes de violencia gratuita en el terreno de juego y entre espectadores. Si alguien cree que son una anécdota está muy equivocado, porqué la misma repulsa que asumimos como propia cada vez que aparece en las competiciones internacionales de fútbol la campaña contra el racismo es la que deberíamos tener ante esa agresividad de baja intensidad que de vez en cuando surge en cualquier rincón de nuestro entorno.
No se trata de estigmatizar a nadie ni de sacar falsas conclusiones ni pensar que las reacciones incívicas son el resultado de un determinado contexto socio-económico. La realidad es mucho más simple. Cuando uno arrincona los valores innatos al deporte traspasa una sutil línea roja y se transforma en un incívico. Y de verdad, este tipo de reacciones no va por barrios. III