Conspirar es «respirar juntos», estar de acuerdo, unirse varias personas para conseguir algo. Los que mandan temen las conspiraciones porque creen que ponen en peligro su poder. En “El Llobregat” alentamos varias, como que L’Hospitalet abandone el Barcelonés para abrazar la comarca hermana; consolidar un medio de comunicación de referencia independiente que construya un relato colectivo y que dejemos de ser el trastero de Barcelona para percibirnos como lo que somos: el territorio catalán económicamente más parecido a Alemania.
Este artículo es una llamada a la acción, un incruento golpe de mano para proclamar que juntos somos más fuertes en todo lo que nos propongamos. Empezando por la educación, que debería ser el principal objetivo de toda nuestra vida. No olvidemos que somos la única especie que educa a sus crías y que aprender es el principal recurso de la inteligencia para adaptarse al entorno y progresar.
La educación es la actividad creadora por antonomasia, porque ella creó la especie humana y ha de volver a ser el ámbito de la gran creatividad. “Únicamente por la educación el hombre llega a ser hombre”, dijo el filósofo Kant. Pero cuando la educación se deprime, la sociedad se deprime también.
Si olvidáramos la educación, retrocederíamos al Pleistoceno, afirma el filósofo, pedagogo y catedrático de instituto José Antonio Marina, autor del libro blanco de la educación, donde propone elevar la formación de los profesores y que la carrera se prolongue 7 años al incluir dos de prácticas remuneradas, como hacen los médicos en el MIR. También defiende que las opiniones de los alumnos cuenten para evaluar a los docentes y que sean los mejores maestros los que impartan clases en los centros más conflictivos, entre otras cosas. La importancia de la educación, de que conspiremos a favor de su renovación y de que maestros y profesores sean los agentes que propicien su cambio, es enarbolada por la mayoría de los expertos, capitaneados por Marina en su último libro “Despertad al diplodocus” (Ariel). No hace tanto, cuando el entorno era estable y la gente solía jubilarse con un reloj de regalo después de décadas trabajando en la misma empresa, la formación se adquiría en poco tiempo y servía para toda la vida. Pero las cosas han cambiado. Habitamos en un mundo cada vez más acelerado y nuestras vidas se han tornado líquidas, como afirma Zygmunt Bauman.
Aprender toda la vida
Estamos inmersos en un acelerado y permanente cambio, lo que exige aprender continuamente a lo largo de toda la vida. Un aprendizaje que, además, debe ser veloz. Porque la alternativa es la marginación. Piense, ocioso lector, en lo que ha tenido que aprender últimamente sobre ordenadores o teléfonos móviles. Los pueblos avanzados se definen como sociedades que aprenden. Por estos lares ya perdimos el tren de la Ilustración. Por eso no podemos perder el tren del Conocimiento. ¿Cómo conseguirlo? Entre los adultos, lo primero es abandonar el área de confort de hacer siempre lo mismo, mientras socialmente el cambio ha de comenzar en la escuela y por los docentes, pero nuestro sistema educativo es enorme como un diplodocus y parece dormido. Y buena parte de la sociedad también está dormida en lo concerniente a la educación. Habrá que someter a la escuela y a la sociedad durmiente a sendos despertares. Necesitamos mejorar la escuela, necesitamos construir una sociedad del aprendizaje, necesitamos crear el capital social necesario para salir de la selva-marginación, que está siempre amenazante a la vuelta de la esquina.
Hablar de educación no es hablar de notas ni de la evaluación PISA, sino de la actividad que nos constituye como especie. Es el poder que dirige, para bien o para mal, nuestra evolución. Resulta que estamos en el centro de una colosal revolución educativa que va más allá de la escuela y tiene en danza a todas las personas responsables y a todas las instituciones. Si no nos percatamos de ello, tendremos una educación inevitablemente provinciana y ramplona. La nueva frontera educativa amplía sus límites, coloniza nuevos territorios, como las tecnologías móviles. El período escolar no es el fin de nada, sino la preparación para otro tipo de educación continua.
La gran profesión del futuro
Marina defiende que no sólo los alumnos deben aprender, sino también los docentes, las familias, las escuelas, las ciudades, las empresas, la administración pública, los parlamentos, las naciones. La gran profesión del futuro va a ser la de “experto en aprendizaje” y es preciso despertar la pasión de aprender. Lógicamente, la escuela debe reforzarse como el lugar privilegiado de aprendizaje. Y eso va a exigir a los docentes cambios trascendentales y a veces dolorosos. Pero si tenemos el talento suficiente, van a ser la profesión de élite. De lo contrario, otros ocuparán justificadamente el lugar que les correspondía. En este punto, Marina sugiere sus colegas docentes que mediten sobre el fenómeno creciente del “coaching” educativo. ¿Son un tipo especial de docentes? ¿Tienen habilidades de las que el resto carece? ¿Son intrusos en la educación?
Durante milenios, los docentes han sido una variante del servicio doméstico. Enseñaban lo que la sociedad les decía que debían enseñar. Eran unos mandados. Pero ahora, la sociedad está hecha un lío. ¿Quién debe decidir lo que debemos transmitir a nuestros hijos y alumnos? ¿Los políticos? Suelen tomar decisiones ideológicas. ¿Los científicos? Tampoco, porque cada uno sabe sólo de lo suyo. ¿Los sacerdotes? Suelen limitarse a su credo. ¿Los empresarios? Atenderían sólo al éxito de sus negocios. ¿Los padres? Carecen de perspectiva. ¿Los filósofos?...
Otras conspiraciones
Además de la necesaria y transversal conspiración educativa con la que hay que transformar la escuela y, de paso, todo lo demás, también están en marcha un ramillete de alegres, éticas, creadoras, útiles y éticamente deseables conspiraciones en nuestra comarca. A saber: que somos el territorio catalán que más se parece a la productiva e industrializada Alemania y sin embargo se nos percibe en Barcelona como su patio trastero, cuando concentramos la economía más equilibrada de Cataluña en industria, servicios y agricultura (primer sector). También como en Alemania, nuestros municipios acogen un porcentaje muy elevado de población extracomunitaria. Hasta un tercio de los habitantes de L’Hospitalet proceden de países sudamericanos, Marruecos y Pakistán, entre otros lugares del planeta. Por eso L’Hospitalet tiene que darse cuenta que hay más razones que le unen a su apellido Llobregat que a Barcelona, ciudad a la que ya está pegada, lo que constituye una ventaja geográfica, pero poco más. Unidos podremos afrontar de forma más eficiente la integración y la cohesión social. Ese es uno de los objetivos de otra importante conspiración que impulsa el Centre d’Estudis Comarcal del Baix Llobregat a través de las primeras mesas preparatorias del Congreso que se celebrará en junio con el anhelo de construir el futuro de un territorio que tiene dispersa su identidad. III