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Una visión tecno antropológica de las Smart Cities

Una visión tecno antropológica de las Smart Cities

Por Joan Carles Valero
martes 14 de junio de 2016, 05:54h
La Smart City es una gran promesa de soluciones urbanas, pero resulta contradictoria. Si atribuimos cualidades humanas a las ciudades, efectivamente podemos habitar urbes inteligentes gracias a la tecnología, que debe estar al servicio de las personas y no al revés. El uso que los ciudadanos hacemos de la tecnología ha derivado en una especialización antropológica: la tecno antropología, cuyos estudios etnográficos permiten una mejor gobernanza, el diseño cultural y el rediseño del sistema social para un mejor funcionamiento futuro. A partir de la inteligencia colectiva y gracias a una herramienta definitiva: el Smartphone.

La tecnología sirve de infraestructura del sistema social, y a través de ella se estructuran las relaciones sociales. Luego están los valores simbólicos y las creencias. ¿Qué ocurre si la tecnología pasa a ser lo primero? Pues que el ingeniero sustituye al sacerdote o al científico en los roles sociales. La etnografía es el método de estudio utilizado por los antropólogos para describir las costumbres y tradiciones de un grupo humano. Urge una etnografía focalizada en el uso que hacemos de la tecnología para explorar nuestra experiencia como usuarios que interactuamos con las máquinas y sus aplicaciones. Pero una cosa es descubrir el mundo existente y otra diseñar el futuro de nuestra sociedad.

La pregunta histórica de la antropología era ¿qué es el hombre? y no ¿qué puede ser el hombre? Ahora el debate se centra en lo transhumano, la combinación de hombre y máquina. Porque la tecnología no es un artefacto, sino un tipo de conocimiento. Siguiendo el ideal de Leonardo da Vinci, mitad artista, mitad ingeniero. Porque hay que analizar, pero también imaginar cosas que no existen.

Hasta ahora, lo normal era aplicar proyectos de triple hélice: administración, empresa y universidad. Pero ¿dónde quedaban los ciudadanos? ¿Para quién tanta innovación? La introducción del factor humano supone la cuádruple hélice que planea la construcción de una civilización en red mediatizada por las tecnologías, en las que la sociedad deposita cada vez más energías, hasta el punto de alcanzar la centralidad del debate.

Fruto de las multinacionales
De la noche a la mañana, parece que todos vivimos en “Smart Cities” (ciudades inteligentes) porque así lo han declarado los gobernantes de nuestro territorio Llobregat, entre quienes ha hecho fortuna esa expresión, hasta el punto de ensombrecer conceptos más integrales como el de “ciudad sostenible” e incluso “ciudad del conocimiento”, que pone más de relieve la sociedad en red. Una moda la de las “Smart Cities” que, sin embargo, genera un enorme desinterés entre la ciudadanía, quizá más inteligente y sabedora de que el destino de los lugares que habitan está en sus manos, en su Smartphone.

Todo comenzó con el interés de grandes empresas como Cisco, IBM, Siemens, Indra, etcétera, que descubrieron oportunidades de negocio convirtiendo las ciudades en clientes de sus tecnologías. Instalar infraestructuras tecnológicas en las urbes, como sensores, o utilizar el “big data” (tratamiento masivo de datos) no quiere decir que una ciudad sea inteligente, porque esa apología tecnológica promovida por multinacionales y que siguen los políticos locales puede desatender a los ciudadanos y contradice los principios de sostenibilidad.

Smartcitizens, centro del debate
La tecnología que se instala en las Smart Cities es de automatización y robotización de funciones y servicios. Una tecnología que el ciudadano domestica, porque hay que recordar a nuestros políticos el factor humano, que las ciudades no serán jamás inteligentes si no están habitadas por personas que lo sean, además de por máquinas o softwares que trabajan. De ahí que prospere otro término, “smartcitizens” (ciudadanos inteligentes) para colocar en el centro del debate a la nueva ciudadanía y su decisivo y activo papel como elemento fundamental y vertebrador de las nuevas políticas urbanas. Lo que supone, más allá de las infraestructuras, democratizar la información para agrandar la implicación ciudadana mediante open data, open city, open government, etc.

Tenemos que aprender a usar el móvil para crear y no sólo consumir, en la línea de lo que denuncia el periodista y escritor Andrew Keen en su último libro, “Internet no es la respuesta”, cuando afirma que está incrementando la desigualdad y la economía de la vigilancia, donde todos somos el producto. Además, nos está volviendo peor informados, más ignorantes y narcisistas. Otro aspecto es que el contenido digital se crea en un momento, pero queda indeleble en la Red. Y eso supone perder el control sobre el contenido una vez emitido. Un error de un segundo llega a perseguirte toda la vida. Lo mismo ocurre con cualquier insulto o comentario, que resulta irrelevante en la barra de un bar, pero que en la Red se descontextualiza, se magnifica y se descontrola.

Pornografía y bullying
Los niños se inician en el visionado de películas pornográficas a partir de los 10 años de edad, y cuando llegan a la pubertad consumen 50 escenas cada semana. La pornografía es hoy el profesor de educación sexual de nuestra juventud, de forma que los menores van construyendo con esa ficción un falso concepto de la relación sexual, relegando a la mujer al papel de objeto que da satisfacción al macho. También ofrece una imagen de la sexualidad utópica e irreal, a menudo delirante y hasta absurda. Es algo carente de afecto y también un producto muy en la línea de lo que se lleva hoy en día: fácil y rápido y que no exige reflexión ni pensamiento. Lo malo es que produce igualmente una fácil adicción y una incapacidad para descubrir la sexualidad conectada a un amor comprometido, duradero y maduro.

Con el consumo de pornografía, los adolescentes quedan fuera de la realidad, engañándose a sí mismo y construyendo un ideario que trasladan a sus relaciones de pareja. Uno de cada tres jóvenes acepta ser controlado por sus parejas a través del teléfono móvil, lo que supone ejercer una violencia de control permanente. Muchas jóvenes son víctimas de “sexting”, el envío o recepción de imágenes sexuales. Y muchas más padecen broncas de sus parejas si no responden a un mensaje suyo por WhatsApp. Son los mismos que no soportan que sus novias pongan un “me gusta” en el Facebook de alguien o si agregan un nuevo amigo.

Porque el móvil otorga mucho poder. Un poder destructivo que habita en el lado oscuro del mal uso de la tecnología. Un ejemplo es el incremento exponencial del “bullying”. Las escuelas apuestan por la sostenibilidad del medioambiente, enseñan en la libertad de creencias y de sexo, pero ninguna escapa del “bullying”. Lo peor es que la tecnología extiende el acoso a lo largo de todo el día, de forma que la víctima no encuentra respiro. Lamentablemente, es más fácil denunciar maltrato animal que el acoso, que deja heridas para toda la vida, como denuncia la escritora barcelonesa Lolita Bosch, víctima de “bullying”. Queda pendiente mucho trabajo de tecno antropología para diseñar nuestra cultura y rediseñar el sistema social antes de que se nos llene la boca de vivir en una Smart City. III

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