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David Trueba y Joan Marimón inauguran el curso lector 2017-2018
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David Trueba y Joan Marimón inauguran el curso lector 2017-2018 (Foto: El Prat TV)

Cine Capri, bastión sentimental de El Prat

Por Sergi Falcó Martínez - Periodista.

viernes 06 de octubre de 2017, 17:23h
El cineasta y escritor David Trueba inaugura, en el Cèntric de El Prat, el nuevo curso lector con Joan Marimón, director y guionista potablava

Hace unos días, entre chanza y chanza, contó David Trueba que le contó Rafael Azcona que, en el cine de un pueblo que conocía, durante los inviernos, metían un rebaño de ovejas en la sala un rato antes de que empezara cada sesión para subir la temperatura. En la sala de actos del Cèntric, en El Prat de Llobregat, Joan Marimón agregó el método que se usaba en el cine Capri, esa sala que en unos meses cumple 50 años bajo los cuidados de la familia Marimón Padrosa y que bien podría ser el eje exacto del corazón urbano de la ciudad potablava: calentaban ladrillos y los pasaban butaca por butaca.

La sensación de estar en un cine siempre se me antojó parecida a la de taparse con la manta al acostarse. El cobijo, la calma y el apagón para dar paso a aquello que Perec llamaba ‘la cámara oscura’: territorio de ensoñaciones. Pronto alcanzaré la treintena, así que soy de esos pratenses que no llegaron al Monmari, a l’Artesà (¡ay, l’Artesà!) ni, prácticamente, al Modern. El Capri fue mi primera sala de cine a todos los niveles. La primera a la que fui con mis padres, la primera a la que fui con mis amistades, la primera a la que fui solo.

El tamaño gigantesco del Capri a los ojos de un niño. El juego de marrones en la fachada; el desfile de pósters del hall de entrada; taquillas a la derecha, escaleras a la izquierda; el piso superior, insondable en la infancia y luego recreo de adolescencia. Y, tras las cortinas, la garantía de mantener (o resucitar) ese candor, seguridad solo comparable a la que da una cena de Nochebuena en casa de los abuelos. Durante una hora y media, la promesa de la fascinación.

El lugar donde uno se descubre parecido a sus progenitores siempre será significativo. Recuerdo una tarde: me sorprendí, solo en una sala repleta de gente, proyectaban Chico y Rita, y pensé en las historias que me contaba mi padre, que de muy pequeño se quedaba en la butaca a doble sesión, solo pero imperturbable, mientras su madre mecía a su hermano, todavía bebé, en el pasillo trasero. Pensé, qué placer. Recuerdo otra tarde: a mi madre, volviendo, el Día de las Mujeres, de ver Conversaciones con mamá. “No veas cómo me he reído, me he quedado tan satisfecha...”. Pensé, eso es: satisfacción.

Una charla de David Trueba es casi tan entretenida como uno de sus filmes o uno de sus libros. El pasado miércoles, en el flamante Cèntric, se reveló como el amigo charlatán, jocoso y alegre del que todos quisiéramos disponer en los días plúmbeos. Contó que conoce escritores que son nefastos narradores. En la vida, quería decir. No es uno de ellos, ni en las artes ni en la corta distancia de la que dota sus charlas. Ávido de novelar la existencia, Trueba encadenó respuestas de 20 minutos y sacó a pasear anecdotario, elenco de personajes, métodos e ideas.

Anécdotas como la pregunta que le lanzó a Serrat (“¿has hecho alguna gira por Japón?”) y que terminó con El Noi del Poble Sec como aderezo de su última novela, Tierra de campos. Personajes inigualables como sus imponentes colegas, milagrosamente amigos y, solo por los pelos, contemporáneos Rafael Azcona, María Dolores Pradera y Fernando Fernán Gómez. Métodos como la mímesis, ese afán de transmutar en sus maestros que rezuman algunas de sus obras (Vivir es fácil con los ojos cerrados y esos chispazos que evocan El viaje a ninguna parte). Con ellos también comparte su fanfarria dicharachera y atrapante (“con Azcona comía y conversábamos hasta la hora de cenar; con Fernando, cenaba y trasnochaba”, presumía Trueba). Y formas de trabajar, como la contemplación cotidiana, entendida como genuina forma de documentación (se jactó de tener lectores que le creen experto en fútbol y música por Saber perder y Tierra de campos, cuando ni lo uno ni lo otro).

Y tras la ocurrencia y el ingenio, llegamos al meollo del asunto: las ideas. Negociador por obra y gracia de sus padres, que lo hicieron su octavo y último hijo, Trueba le da la vuelta a varias tortillas: según el madrileño, una relación sexual (en la creación artística) no es útil si no aporta algo sobre los personajes. Ya en la vida, la derrota aceptada no es derrota (tema central también en su obra: Saber perder, Madrid 1987 o Qué fue de Jorge Sanz). De vuelta a la creación literaria, otra apuesta: “Los finales hay que saberlos antes de empezar a escribir… pero que ello no sea un spoiler”. En otras palabras, una trama al servicio del desenlace tampoco sirve. De joven, contó Trueba, repetía sesiones en los cineclubs siempre y cuando las historias no le decepcionaran en este punto.

De escuchar a David Trueba se sale satisfecho. Del Cèntric, ese edificio feísimo que alberga una diáfana biblioteca, una animada terraza y destellos de agenda como esa charla, hay que decirlo: también. Con suerte y buen hacer, esa gran caja de cerillas, mezcla de cultura, espacio de encuentro y gastronomía, edificio adaptado a los tiempos con cautela y cariño, pronto podrá ser un refugio más, otra ancla sentimental para los pratenses, allá donde anden.

Como lo es el Capri para este potablava, hoy vecino de Barcelona, que este fin de semana volverá a su ciudad a oler esa sala que se acerca ya a sus bodas de oro (reponer para entonces Cinema Paradisso, como se hiciera en el 25 aniversario, sería tan hermoso...).

Entrará a la enormidad inmanente del Capri, genuino pal de paller de El Prat, a ver una distopía dickiana, ajeno al trajín, en el cálido cobijo de la cámara oscura. Ya en casa. Ya satisfecho en el bastión inexpugnable de la ficción.

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