La fractura de la convivencia política en Cataluña ya ha alcanzado a los gobiernos municipales que hasta ahora estaban sostenidos por alianzas en ocasiones contradictorias. A las situaciones de Sant Just Desvern, Castelldefels, Esplugues y Molins de Rei, se une la inestabilidad en Gavà provocada por un solo concejal de la antigua CiU.
El populismo secesionista compite con el populismo de izquierdas, que también quiere remunicipalizar servicios públicos como el abastecimiento del agua y los aparcamientos municipales. Urge que el Área Metropolitana de Barcelona se erija en un contrapoder que equilibre esas pugnas ideológicas en favor de los ciudadanos.
La neurociencia ha identificado y explica cómo algunas personas inteligentes llegan a autolesionarse. Nick Clegg, que fue viceprimer ministro de Reino Unido, dijo en marzo en Barcelona que su país “se arrepentirá enormemente del Brexit”, porque a su juicio esa decisión colectiva es “uno de los actos de autolesión más extraordinarios tomados por un país democrático en la era moderna”. Lo mismo está ocurriendo en Cataluña. Se antoja que los “hooligans” del “procés” se comportan como esos adolescentes que se tatúan a cuchillo ballenas azules como primera prueba de un macabro juego en el que se infringen sufrimiento y que finaliza con el suicidio, igual que esas gigantes de los mares deciden por sí mismas acercarse a morir a las costas.
Detrás del malestar frente a la globalización y la crisis económica, no solo están los perdedores que reaccionan atraídos por el populismo de izquierdas. El independentismo ha sido la utopía disponible en Cataluña para canalizar la ansiedad de las clases medias o acomodadas que, aun manteniendo ingresos y empleo, por motivos de miedo o rechazo al cambio tecnológico u otras circunstancias, se han abonado al populismo estelado. La prueba de que el independentismo no es el reflejo de los perdedores de la crisis en Cataluña lo demuestra el comportamiento electoral del Baix Llobregat y L’Hospitalet, un territorio donde el impacto de la crisis económica ha sido brutal y, sin embargo, las fuerzas políticas separatistas han recibido un escaso respaldo.
Angustia laboral
Habrá que averiguar por qué en la sociedad catalana ha calado la demanda del populismo estelado, cuando se está comprobando que esa conducta es claramente autolesiva en términos de bienestar social, económico y de salud mental. Que llevemos 40 años de democracia en nuestro país responde en parte, porque los menores de 55 años desconocen la crudeza de la ausencia de libertad bajo la dictadura franquista. Los más vulnerables también sufren ahora una cierta confusión política y desesperanza en el futuro desarrollo social e individual. Una angustia derivada de la desigualdad que supone seguir siendo pobre aun trabajando, y también por el imparable avance técnico que robotizará las fábricas y situará a muchos al borde del abismo laboral.
En el ámbito local, formaciones como Podemos y sus franquicias de los Comunes, alimentan la propuesta de la remunicipalización de servicios como el abastecimiento del agua. En algunos sectores, esa propuesta se califica de espantajo económico basada en una mayor intervención de los poderes públicos en la vida de los ciudadanos. Un intervencionismo que engordaría la maquinaria burocrática y sus costes en detrimento de inversiones, al margen del costo de las indemnizaciones que provocarían. A mi juicio, la remunicipalización requiere un debate, porque ahora simplemente se mezcla lo esencial con lo accesorio.
Encabezados por Ada Colau y seguidos en nuestra comarca por El Prat y Sant Feliu de Llobregat, entre otros, los remunicipalizadores postulan soluciones a mi juicio simplistas para problemas complejos, atrincherando sus posiciones, como ocurre en el debate político general. Demonizan a los gestores de esos servicios porque consideran que sus objetivos son perversos y malvados simplemente por ser empresas privadas, sin atender ni a la calidad ni a la eficiencia de los servicios que prestan. En su lugar, pretenden crear “ex novo” organismos o empresas públicas que presten el servicio maldecido, mediante la remunicipalización (cuando el servicio nunca ha dejado de ser municipal, aunque externalizado). En este proceso de sectarismo político y acumulación de poder, se pondrían en riesgo derechos, empleos y la calidad de la prestación del propio servicio, lo que se traduce en un riesgo añadido de pérdida de la calidad de vida y del bienestar de los ciudadanos.
Del papel a la realidad
En esta tesitura cabe preguntarse cómo serán nuestras ciudades en el futuro si confrontamos las actuales alianzas de la colaboración público-privada frente a las ciudades de las barricadas; o las ciudades del conocimiento y la tecnología frente a las ciudades de la burocracia. Estas preguntas son pertinentes cuando resta año y medio de mandato municipal y precisamente justo ahora cuando se ponen las bases de actuaciones que están tardando tres años en salir del papel. Me refiero a la constitución de una empresa metropolitana para la promoción de viviendas accesibles en nuestro territorio, un objetivo que figuraba con letras de oro en el programa electoral de Ada Colau y que le sirvió para labrarse su carrera política como líder de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH).
Ahora también quiere salir del papel la constitución de una agencia metropolitana de promoción económica que contrarreste la salida de empresas y la destrucción de puestos de trabajo. Siempre he creído en la liga de las ciudades frente a la de las naciones. Los 36 municipios que integran el área metropolitana barcelonesa aportan más del 52% del PIB de Cataluña y acumulan el 51% de la fuerza de trabajo catalana. Demasiado importante para dejarlo en manos alejadas de la comarca. Por eso defiendo desde estas líneas que nuestra realidad metropolitana adquiera más relevancia política y se erija en tercera vía frente a los extremos. La vía más próxima a los ciudadanos.III